Triunfa Juan Luis Silis por inteligente y por bella faena en la corrida 18
Antonio Mendoza, cabeza torera y estoque de palo
Christian Ortega y Oliver Godoy, solventes
Lunes 13 de marzo de 2017, p. a37
Agotadas las posibilidades de seguir dando una temporada grande a base de figuras extranjeras ante toritos de la ilusión, pues éstas regresan a su país de origen luego de haber hecho la América –tentar de luces a muy buen dinero–, la nueva
empresa de la Plaza México decidió continuar sus esfuerzos, ahora con cuatro carteles dentro lo que piadosamente denominó Feria de la Cuaresma, donde cuatro alternantes disputan la oportunidad de matar uno de los dos toros restantes, como si de novilladas de selección se tratara. A saber lo que hará la empresa si tres o los cuatro diestros logran triunfar la misma tarde.
En la primera de estas bien intencionadas corridas partieron plaza cuatro toreros que por injustificadas razones han sido relegados no obstante sus cualidades: Christian Ortega (36 años, 14 de matador y dos corridas toreadas el año pasado), Juan Luis Silis (36, ocho y dos), que confirmó su alternativa, Oliver Godoy (26, seis y una sola tarde) y Antonio Mendoza, quien también confirmó (23, un año y dos festejos), ante un encierro disparejo de presentación y de juego de la ganadería tlaxcalteca de Rancho Seco.
Abrió plaza Pelotari, de 512 kilos, un bello ejemplar con edad y trapío que llegó a la muleta con calidad, transmisión y recorrido, y que afortunadamente correspondió al diestro capitalino Juan Luis Silis, quien casi pierde la vida en la Feria de Pachuca 2013 y cuyo valor sigue intacto, mientras su tauromaquia se consolida día a día.
Saludó con templadas verónicas y media, y tras el puyazo quitó por precisas tapatías, midiendo y embarcando muy bien la embestida. A la muleta el astado acudió con emotividad y humillando, lo que permitió a Silis estructurar una faena por ambos lados, rematada con ceñidas manoletinas y coronada con una estocada recibiendo. La oreja fue cortada a ley. A su segundo lo bregó por nota, lo aguantó en riñonudas gaoneras y precioso recorte, y le sacó todo el provecho posible.
Antonio Mendoza triunfó en la Plaza México y en los principales cosos del país, cayó de pie en Madrid y cuando se suponía que continuaría con esa racha, algo
se interpuso en su ruta ascendente. Se las vio con Don Juan, de 552 kilos (¿qué necesidad?), al que recibió con suaves lances a pies juntos, quitó por ajustadas saltilleras y gaonera, y realizó una inteligente y valerosa faena a un toro deslucido, mostrándose puesto y dispuesto, como si trajera medio centenar de corridas. Se puso pesado con el acero y escuchó los tres avisos. Con su segundo, que acertadamente la empresa le cedió, volvió a hacer lucir una embestida deslucida, y de nuevo vio cómo el toro regresaba vivo al corral.
Solventes y muy dispuestos anduvieron Ortega y Godoy; el primero lucido en banderillas y el segundo sin aprovechar del todo al ejemplar que le tocó en suerte.
Entre los muchos problemas que hoy enfrenta la fiesta brava de México quizás el más arraigado siga siendo un alegre complejo de inferioridad que con el correr de los años se ha ido fortaleciendo y extendiendo a todos los sectores, en correspondencia con gobiernos cada vez más dependientes y a sectores más entreguistas.
Seguimos creyendo que los de fuera son genios per se y que nosotros somos tontos porque sí, porque no tenemos historia y menos memoria para tomar lecciones de ella. No nos entra en la cabeza que, antes que la nacionalidad, están la organización, los métodos de trabajo y los criterios de aprovechamiento, no de explotación insensata, de recursos humanos y naturales.