l badhombre en jefe. En los primeros 50 días de la presidencia de Donald Trump quizás el acto más significativo ha sido el discurso de Bannon ante la élite conservadora que siempre había sido renuente a aceptar extremistas como éste confeso leninista. Bannon dijo que los tres ámbitos de trabajo de Trump son la seguridad nacional y la soberanía, el nacionalismo económico y la deconstrucción del Estado administrativo –de ahí que él mismo se sienta emparentado con Lenin.
El toma y daca conservadora. ¿Por qué los conservadores institucionales han tolerado en campaña tantos dislates de Trump y ahora más en sus 50 días? Esencialmente, como señala David Smith en un excelente reportaje sobre los primeros 50 días de Trump en The Guardian, porque les ofrece a cambio dos sueños de los legisladores conservadores desde hace al menos ocho años: privatizar el sistema de salud rechazando y sustituyendo el Obamacare, y reformar la legislación impositiva para reducir drásticamente los impuestos a los ricos.
Aquí asoma el verdadero estilo de negociar de Trump. Por una parte busca escandalizar, rompe retóricamente los puentes de entendimiento dentro de su país –acusando por ejemplo a Obama de espiarlo– o externamente –amenazando con salirse de la OTAN o con incumplir alianzas militares con Corea del Sur o con Japón–, para luego rota las resistencias negociar sus verdaderos propósitos. Es un mentiroso patológico pero tiene una estrategia autoritaria.
Esa es la técnica usada en su guerra contra México. Declara que construirá un muro que pagará México. Afirma que expulsará a todos los indocumentados sean o no mexicanos, y que en caso necesario –se filtra desde la Casa Blanca– utilizará a la fuerzas armadas para afrontar a los badhombres frente a los cuales las fuerzas armadas mexicanas están acobardadas. Declara que el TLC es el peor tratado comercial y que afecta gravemente a Estados Unidos –habla hasta de una carnicería comercial.
Detrás de toda esta pirotecnia, ¿qué quiere de México? Primero, aterrorizar y paralizar. Segundo, dividir aún más a las élites. Tercero, deslegitimar a las instituciones democráticas. Cuarto, lograr sus propósitos centrales.
La expulsión de emigrantes latinos y la disuasión y bloqueo a futuras migraciones tiene dos propósitos. Por una parte reducir el peso real y potencial que representa el voto latino para erosionar desde este lado la coalición progresista –negros, latinos, gays, mujeres. Por otra parte, convertir al gobierno mexicano en rehén de su política de seguridad nacional con el propósito de contener la migración centroamericana y continuar la guerra contra los cárteles de la droga.
La denuncia al TLC busca un trato más ventajoso, pero sospecho que es para el grupo de forajidos y negociantes que pueblan el gabinete presidencial de Trump. Es también el punto de partida para negociar con China una mejor distribución del pastel nuevamente para sus socios domésticos. Parece pedestre que la retórica antilibre comercio se reduzca al capitalismo de compadres. En efecto lo es.
El gobierno mexicano ha comenzado a reaccionar. Ha avanzado en el apoyo consular. Ha rechazado la idea de aceptar expulsados de otros países. Ha señalado que la defensa de los migrantes es un asunto de derechos humanos. Afirma estar listo a partir de mayo para iniciar las renegociaciones del TLC, aunque recientemente las declaraciones del secretario de Comercio de Estados Unidos presentaba un calendario diferente finalizando en el año peligroso de 2018.
Sin embargo, en su conjunto, los temas de mayor controversia con Estados Unidos –TLC, migrantes, drogas– constituyen el centro de un problema de seguridad nacional, seguridad interna y seguridad pública para nuestro país.
Alrededor de estos temas debería girar la conversación nacional. Más que cualquiera otra cosa de esto depende el futuro del país. Que no comienza en 2018 sino hoy mismo.
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