Conocí el fracaso, ahora quiero otra cosa
Jueves 9 de marzo de 2017, p. a15
Juan Hernández veía pasar los aviones con la melancolía de quien piensa que nunca subirá a uno. Para alguien que se ganaba la vida vendiendo churros en las calles desde los siete años, le resultaba difícil imaginar un giro radical que cambiara su vida.
Esa vuelta llegó con el boxeo, deporte que empezó a practicar en un gimnasio de La Merced, al que llegaba con su canasta de frituras a cuestas. Dejó de vender churros en 2011, cuando le ofrecieron pelear por el campeonato mundial paja ante Kazuto Ioka, en Tokio. No tuvo suerte y perdió. Pero recibió 35 mil dólares.
Yo me volví loco. Ganaba 150 pesos diarios vendiendo churros afuera del Metro. Me sentía millonario
, recuerda.
Lo que siguió a aquella derrota que festejó como una victoria fue el despilfarro. Aquella suma que le parecía una fortuna se esfumó y a la calle otra vez. A vender churros en las entradas del Metro Auditorio, Chapultepec e Insurgentes.
Nunca sentí vergüenza de tener que vender churros, porque así era como me ganaba la vida.
Un patrocinador le permitió dejar la venta callejera en 2014 y concentrarse en el boxeo. La posibilidad de volver a contender por un título, esta vez el mosca del CMB, la asumió como la misión de su vida.
Otra vez subió a un avión, esta vez un viaje que duró casi 30 horas. Fue a Tailandia para noquear en tres asaltos a Nawaphon Kaikanha el 4 de marzo y convertirse en nuevo campeón mundial mexicano. Ya conocí el fracaso. Ahora quiero administrar bien mi carrera. Nunca sentí vergüenza de vender churros, pero lo que viene será sólo el boxeo
, asegura quien perdió todo una vez.