e arremolinan rostros y figuras de personajes en fotos triunfales. Las preceden o completan discursos con ánimos encendidos y seguridades flotantes. Corresponden a encumbrados políticos partidistas. Una de esas fotos retrata a panistas de prosapia
, alborotados con motivo del lanzamiento de su negociada candidata al gobierno mexiquense. Apeñuscados para ganar sitio, no dejan lugar vacío en el candelero de su presentación soñada. Sonrientes, mostrando simulada unidad, dejan fluir la narrativa de las soflamas de sus adalides, confiados en el triunfo que les aguarda un tanto más allá de las urnas estatales. La otra foto capta a priístas que, para empezar y sin excusas, trampearon sus 71 años de existencia partidista para alargarlos a 88. Retoman sus alardes de conseguir carro completo y exorcizar así los demonios del fracaso venidero pronosticado: tanto en el estado de México como en la nacional de 2018. Fotos y discursos para el archivo de la intrascendencia incapaz de domesticar el tiempo y resistir la siguiente semana noticiosa. Un gasto de energía humana y recursos propagandísticos atropellados por la creciente tensión por el futuro y el picante descontento colectivo.
Meses de negociaciones tras bambalinas desembocaron en la muy forzada sonrisa de la señora Vázquez Mota, candidata del PAN. Entronizarla en tal categoría, al parecer, requirió de una selecta concurrencia para darle ánimos y las seguridades de no repetir los –por ella reclamados– abandonos padecidos durante la contienda de 2012. Concesiones de peso le han de haber otorgado para eliminar sus resistencias. Eran conocidas sus pretensiones y exigencias de garantías para no ser molestada por rivales menores. Su solitaria y augusta presencia era esperada, con nerviosismo evidente, por una dirigencia que requiere de un triunfo adicional para su consolidación. La fama de la ex funcionaria y ahora azuzada contendiente al parecer disciplinó a la alebrestada militancia panista en ese estado. Fieles cotos de simpatizantes blanquiazules se espera que la arropen. La contienda, ya en marcha, irá despejando las muchas incógnitas que aguardan en meses venideros. No la tendrán sencilla y plana como plantean los panistas en sus alegatos y encuestas a modo. Una alternativa femenina (Morena) será su opositora. Se trata de una mujer modelada por dilatados contactos con las bases votantes de ese estado, tan empobrecido como plagado de contrastes.
El sobresaliente distintivo de la celebración cumpleañera del priísmo fue su etéreo triunfalismo de rudimentaria pacotilla. El suyo es un partido que ha entrado, desde hace años en declive, tan notorio como documentado por abundante estadística. De sus avasalladoras votaciones soviéticas de años idos, han pasado a sufrir derrotas sin reconocimiento explícito y, menos aún, sin extraer enseñanzas para mejorar. Simplemente las han desterrado de sus discursos, como estigma vergonzoso, sin dar paso a una sana y necesaria autocrítica. Se encanijaron en situar a los gobiernos panistas como inmovilizadores y a la izquierda (Morena) como populista, un motejo para usos múltiples y sustituto de ideas. Sólo ellos, suponen con harto cinismo los priístas, son aptos para gobernar. Tratan así de liberarse, por arte de palabras, de la ominosa lápida de la corrupción (y otros delitos más graves) de gran número de sus adalides, algunos presentes y, otros más, pasados (Yarrington, Mario Villanueva, notorios socios de narcos). Creen, con temblores de barbilla al canto, que se olvidarán las acusaciones de latrocinios en pandilla, harto conocidos, de los dos Duarte (César y Javier), de H. Moreira, de E. Hernández, R. Borge o R. Medina, personajes que, con sus abundantes apoyos
aseguraron la candidatura y Presidencia de Peña Nieto. Disolutos gobernadores que contrajeron deudas inmensas con el propósito cierto de hacer negocios personales. Desean los priístas que su grueso manto de complicidades e impunidad sepulte todos sus abusos y delitos. Pero lo que más ansían los dirigentes actuales del priísmo es trastocar, por arte del malabarismo rollesco, su probada incapacidad de cambio. Cambio tanto para enderezar su torcida conducta ética como para certificar su presumida habilidad para conducir el desarrollo del país. No han podido, tal vez ni querido, liberar a la sociedad de la pobreza dotándola de elevados niveles de bienestar. Sin embargo, ya se ha plasmado en la conciencia colectiva de los mexicanos la participación decidida de los dirigentes priístas, para profundizar la desigualdad, ya de por sí ominosa. Su élite se emparenta y obedece a la plutocracia local y foránea. Con todas estas trabas, ahora ya trasladadas a las menguantes simpatías por ese partido y sus candidatos, se disponen a entrar en disputa venidera, armados con montones de recursos para inducir los esquivos votos ciudadanos.