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México, un necesario gran cambio social democrático
E

n México se convoca a un gran desfile político para mostrar nuestra unidad frente a las agresiones y amenazas de Donald Trump, y el esfuerzo para la expresión en ese sentido termina en fiasco y en contradicciones múltiples entre los participantes. Es verdad, la iniciativa de origen surgió probablemente del propio gobierno, quien creyó aprovechar la coyuntura para mostrar no sólo unidad y solidaridad hacia el exterior, sino en realidad que el gobierno de la República manejaba, o mejor, el presidente Peña Nieto, deseaba contar en su favor con las grandes corrientes de opinión del país.

Por supuesto, el resultado fue contrario a la pretensión gubernamental de ostentarse como el baluarte de la defensa de la patria. Para empezar, debe recordarse que en el momento de la convocatoria el gobierno de Peña Nieto pasaba por un momento particularmente delicado: bastante menos de 20 por ciento de la ciudadanía aprobaba su gestión: en tales condiciones es claro que la manifestación contra el presidente de Estados Unidos de ninguna manera podía concebirse, al mismo tiempo, como una de apoyo a Peña Nieto. Pero, por supuesto, hubo esfuerzos del partido oficial (el PRI) y de otros aliados para dar la sensación, sí, de que se desfilaba contra el catastrófico Trump, pero al mismo tiempo se le otorgaba el visto bueno e incluso un poder político grande al presidente Peña Nieto, lo cual no resultó así. Ahí, en esas contradicciones y ambigüedades, se encuentra el hecho de la muy menguada asistencia al desfile y de su fracaso político.

En México actualmente resulta imposible pensar en una manifestación política de calidad si al mismo tiempo se prohíbe o inhibe a las masas expresar con toda apertura su opinión sobre Peña Nieto. La coyuntura, en un horizonte ideal, parecería sugerir que las bazucas se dirigían exclusivamente contra Trump, ya que se trata del enemigo principal. Pero esto es imposible si parte del juego es el mismo Peña, a quien muchos consideran que ha llevado las negociaciones con Estados Unidos de manera muy débil o incluso entreguista, hasta surgir uno de los motes más agudos que ha inventado la ocurrencia o la sabiduría popular mexicana, aplicado a Luis Videgaray: el canciller de Troya. Bien encontrado, ya que tal es la sensación muy difundida: salvar las conversaciones y los contactos, antes que las cuestiones de sustancia.

Una de las conclusiones que se derivan de lo anterior es el hecho de que los mexicanos no sólo quieren ser farol del exterior y oscuridad de su casa, pensando con razón que son las instituciones y la solidez de las prácticas internas los que le otorgarán mayor solidez y respetabilidad en el exterior, y que de ninguna manera es posible seguir con el desprestigio universal ganado por nuestras costumbres políticas y morales internas, y al mismo tiempo enderezar nuestro prestigio internacional. Convincente o no, tal es el razonamiento y sentimiento de una mayoría de mexicanos. Trabajar y salvarnos en los dos planos.

Hemos dicho en escritos anteriores, en coincidencia con otros comentaristas, que tal vez el punto fundamental del cambio en nuestra política exterior es el de llevar a cabo, pero en serio, la diversificación, que nos otorgaría flexibilidad y posibilidad de iniciativas nuevas en lo que hemos estado muy limitados, justamente por nuestro vínculo unilateral y hasta unidimensional con una sola potencia, que nos hace sufrir una dependencia excesiva. Sí, se me dirá que tenemos ya variedad de acuerdos con países de muchas regiones del mundo, pero el hecho es que no hemos efectuado en la práctica esa diversificación, sino en grado muy menor. Me supongo que, en efecto, es mucho más sencillo desarrollar relaciones comerciales con el gigante a nuestro lado, con todas las dificultades y efectos negativos que tarde o temprano surgen. Pero precisamente por tales dificultades es imprescindible que nos empeñemos de verdad en realizar una diversificación internacional siempre pospuesta. ¡Empeñémonos en llevarla a cabo o generación tras generación sufriremos de distintas maneras la dependencia que nos define!

Bueno, reflexionando un poco salen rápidamente algunas de las pifias mayores de este gobierno, y desde luego de los anteriores. En materia de corrupción y deshonestidad casi no habría espacio bastante para consignarlo, Pero también en el de la violación a los derechos humanos, en el incumplimiento de la ley por altos funcionarios, es decir, nos encontramos con un país que ha cultivado y consentido demasiadas lacras en la función pública, que ahora pagamos inevitablemente.

Sí, las presiones brutales vienen del otro lado, de un desequilibrado como Donald Trump, pero debe admitirse que, por nuestra parte, tenemos también mucha cola que nos pisen. Por eso las reclamaciones no pueden ser unilaterales y solamente a una parte: sí, fuera Trump, pero también fuera Peña Nieto, para decirlo en breve, por la privatización de los energéticos, incluida la electricidad, que a pesar de toda su retórica ha implicado aumento de precios, mentiras y ocultamientos al pueblo de México; por eso es que la manifestación planeada para mostrar la oposición de México a las amenazas de Trump fue un fracaso, al evitar ser también una marcha en contra de Peña Nieto, y en general contra los gobernantes de México.

Lo que no acaba de decirse es hacia dónde vamos. Por definición, un México de izquierda debería ser un México socializante· Pero en qué grado de socialismo y de qué tipo estamos hablando, no en el estalinismo seguramente, pero sí en uno tal vez en que las clases del trabajo, las clases obreras en su sentido más amplio, como puedan y deban pensarse en el siglo XXI (muy diferentes a las de los siglos XIX o XX), con su infinidad de rasgos y características originales, puedan plantear una democracia a fondo en el más amplio y profundo sentido del término. Un socialismo no sólo que asegure y garantice las libertades, sino que resuelva para todos la cuestión de ingresos suficientes para vivir y desarrollar cada una de las íntimas vocaciones. Sí, en México es necesario un gran cambio social, pero hacia el lado de un socialismo liberador y profundamente democrático.