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¿La Fiesta en Paz?

Otras lecturas de la memorable tarde de Sergio Flores en la Plaza México

L

os empresarios taurinos siguen siendo los últimos en entender que en la plaza toro y torero deben hacer que ocurra algo a cambio de lo que el público paga, por lo que su desempeño y resultados distan mucho de lo que sería una planeación, oferta y promoción verdaderamente profesionales. Persiste la petulante idea de que dinero mata todo, incluso la sensibilidad y perspectiva para sustentar y fortalecer una tradición mexicana con 480 años.

Concluida la nefasta etapa del Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje, que a lo largo de 23 años al frente de la Plaza México nomás no supo cómo reposicionar el espectáculo taurino en la capital del país pero sí cómo someter autoridades, dividir gremios y estimular comunicadores, había en la afición la esperanza de que la nueva empresa corregiría el desviado rumbo, dada la experiencia de Alberto Bailleres como propietario del resto de las plazas más importantes del país, y la trayectoria ganadera de Javier Sordo, de Xajay. Pero mexhincadismo mata dinero.

Salvo una notoria mejoría en la presentación del ganado, en general escaso de bravura –con los cecetlos la falta de respeto al toro de lidia fue indignante, a ciencia y paciencia de autoridades, gremios, crítica y el cada vez más reducido público–, en cuanto a carteles bien equilibrados y a la obligación de un mayor juego a nuestros buenos toreros frente a las figuras importadas de siempre –incluso dos por tarde, contraviniendo el reglamento– continúan el amiguismo y la comodidad para los coletas de fuera y ninguneo para los de casa, amén de la añeja práctica de premiaciones aldeanas.

Ante este panorama de la misma gata revolcada, no fue extraño que al tlaxcalteca Sergio Flores, quien ya había triunfado en la México la temporada anterior en la penúltima corrida con un toro de Jaral de Peñas y otro de Xajay que fue indultado, y luego de cortar las orejas de Cumplido de El Vergel en la cuarta corrida, la empresa lo estimulara hasta el decimoquinto festejo, no al lado de figurines importados, sino con un bien servido encierro de Barralva, ante el que corroboró su privilegiada cabeza torera.

Y su apoteósica tarde del domingo 19 de febrero, en la que obtuvo resonante éxito con reses de Jaral de Peñas, pasándole de noche al público la sólida labor con su deslucido primero y obteniendo a ley las orejas de Feudal por una de las faenas más inteligentes y completas que se recuerden, pues Sergio no sólo toreó con temple, emoción y lucimiento con capote y muleta, sino que ante las precauciones e ineficacia de la peonería decidió, con conocimiento, bregar-cuidar a su toro en el tercio de banderillas y estructurar en tablas un imaginativo trasteo ante una res exigente.

En su tauromaquia, Sergio Flores añade a las clásicas tres ces: cabeza, corazón y cojones –está cocido a cornadas pero delante del toro no se acuerda–, dos más: carisma o capacidad excepcional de atraer y fascinar a las masas, así como creatividad o facultad de producir escenas bellas y emocionantes no únicamente con el toro bravo, sino con el geniudo, el deslucido o el rajado, como lo ha hecho en reiteradas ocasiones aquí, en España y en Francia desde novillero.

Hay que repetirlo hasta el cansancio: lo que tanto se admira en diestros importados lo tienen nuestros buenos toreros; sólo les falta ponerlos a torear, a rivalizar entre sí frente al toro y estimularlos. Las empresas colonizadas, más que hacer fiesta, aprovechan eventualmente comodinos toreros-marca importados que, al irse, dejan el ambiente taurino de nuestro país más triste que un velorio de mexhincados.