(Ni tan) hecho la mocha
ace muchísimo Hermann Bellinghausen publicó un artículo que tituló El maquinazo. Aunque el recurso no es nuevo, en él hablaba (mi memoria, advierto, tiende a las mezcolanzas) de cómo el tiempo lo agarró por sorpresa y no pudo escribir el artículo que, precisamente, publicó.
Por el mismo entonces Magú hizo algo similar en una de sus colaboraciones: cuadro tras cuadro el reloj avanzaba, el tiempo atosigaba al cartonista y el cartón nomás no… Hasta que, no hay tiempo que no se llegue, debió acabar, justo cuando el cartón había alcanzado su definición mejor.
En las últimas quincenas este espacio se cubrió de aforismos sobre la poesía, pequeñas reflexiones a ese arte abiertas (los aforismos, que con frecuencia dejan la impresión de contundentes, cerrados, son todo lo contrario: siempre abiertos). Y cada vez que me ponía a escribirlos me preocupaba. Hablando en grueso, ¿a quién podría importarle lo que a nadie le importa?
Si escasas o abundantes (ambas reacciones se produjeron) las respuestas, dada mucho más su calidad que su cantidad, fueron alentadoras. Mas no puede uno seguir en ese tono siempre (hubiera querido hoy –ayer– hacerlo: nada; debí cambiar el rumbo de la flecha).
Y el blanco al que apuntaba más que blanco era un fuerte, ofuscante resplandor que enceguecía y de ese modo nombraba el desatino. (Y acaso ahora, cambiada ya la dirección del arco, tampoco atine en cosa alguna).
En llana prosa (lo aforístico tiene inclinación por lo poético) te ves más bonito
, algo o alguien soltó el buscapiés de la ironía. Eso me hizo brincar, por supuesto, e inesperadamente también pensar. De buscapiés a frío balde de agua…
Tiendo a culpabilizarme de todo y por lo mismo, confieso, a irresponsabilizarme (no puede uno
, me justifico, con tanto
). Cada vez que escribí los susodichos aforismos me regañé: ¿por qué en lugar de atender a la poesía no atiendes, más concreto, a los poetas, sus libros, su poesía?
No sé si de aquí en adelante por ese específico camino transitemos, puede ser, por lo menos mientras ese camino continúe llamándonos.
Y ahora veo, como en esos famosos sonetos del soneto
cuyo ejemplo más difundido luce al calce la firma de Lope de Vega, como en aquel lejano dibujo de Magú y en la distante, presionada mas feliz escritura de Bellinghausen, que a puerto llego (y esperemos que bueno) sin mucho –a lo mejor sin nada– dicho haber.