Opinión
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Dos ciudades de la selva
C

aminando en las selvas del sur uno puede escuchar los cantos de esos árboles que en las ciudades mayas parecen milenarios. Ellos arropan y le dan cuerpo al mito que orienta la relación de sus hombres y mujeres con su entorno. Los ayudan a encontar su centro y les sirven para establecer un acuerdo infinito con la naturaleza.

Si uno sigue el calor de la tierra la selva se agiganta. En Bonampak, en los intersticios de su huella perenne, la arquitectura de los mayas se acomoda. Aquí nunca es de noche ni de día. El tiempo, así, se multiplica.

Los grandes monumentos arquitectónicos del Clásico reproducían con piedra y estuco las ideas cosmológicas y reiteraban la legitimidad dinástica de los señores. En su cima se realizaban ritos en los que el gobernante podía demostrar al pueblo su poder y su relación con los dioses y con los antepasados.

El principal conjunto de edificios descubierto limita al sur de la Gran Plaza en la que se erige, ya centenaria, con su mirada viva de sol encendido, la estela monumental que celebra al gran señor de la ciudad. Una escalera monumental nos lleva hasta los edificios más altos. Sobre ella se situaron las estelas que aquí son documentos de la historia: notables ejemplos de la preocupación de los mayas por dejar escrita su memoria.

En la Estela 2 está labrada la escena en la que Chaán Muán, uno de los gobernantes más destacados de la ciudad, se hace acompañar por la Dama Conejo de Yaxchilán y su madre. Dicen los que saben que la fecha inscrita en sus glifos es la del año 791 de nuestra era. La visión de este monumento maravilla y no sólo por la claridad de los textos jeroglíficos que señalan fechas, nombres y eventos, sino porque en él está representada, con todo detalle, la riqueza de la indumentaria, de los tocados, de los ornamentos.

Hoy sabemos que en los edificios de las ciudades mayas hubo un modelo constructivo con tres elementos esenciales: una plataforma que les otorga base, dos paramentos y una crestería que se articulan con molduras y cornisas que le otorgan armonía al conjunto.

En Bonampak el exceso de vida de la selva está reproducida en el edificio principal de la ciudad. En sus tres cámaras, los colores de los murales nos hablan de una realidad de fiesta, de guerra y de poder ordenada para siempre. Bonampak es, así, la ciudad de la memoria de la selva.

De mar y barro fue construida Comalcalco. La ciudad es el límite occidental del mundo maya. En ella, al amanecer, si uno aguza los sentidos, desafiando el reto de la naturaleza, el olor del mar se confunde con la densidad del barro.

Como sus habitantes no contaban con roca caliza en sus entornos, los artífices de Comalcalco erigieron sus edificios y crearon la estructura de su ciudad sagrada usando la arcilla como material fundamental: ya como relleno, ya en forma de adobes y de ladrillos cocidos. En un prodigio de oportunidad técnica, el estuco de los aplanados, mezcla de cal y arena, lo obtuvieron de quemar grandes cantidades de conchas de ostión, logrando una cal de alta calidad.

Por la misma falta de rocas en la ciudad no se crearon monumentos escultóricos. En cambio, el modelado en estuco y los grabados en algunos de sus ladrillos dan testimonio de su grandeza. La vida en Comalcalco es una vida que, voluptuosa, se restituye a sí misma. Gracias al trabajo de sus hombres la selva se hizo aquí matriz hospitalaria. La convivencia entre la arquitectura y la naturaleza es tan estrecha que cada una respeta la grandeza de la otra.

La Gran Plaza de Comalcalco, siendo más espacio que tiempo, se acerca a la poesía. Cerrada en sus costados por hileras de templos sucesivos recubiertos de su especial estuco marino, invade de sorpresas las memorias más abandonadas.

A los lados, adentro, por encima, el tiempo retoña y sigue retoñando para traernos los murmullos que, hace mil doscientos años, eran permanentes ruidos de trajín, de sueños y de vida.

En el ruidoso silencio de los mayas todo lo que se mira puede vivir pleno de recuerdos de la historia de esos otros tiempos que parecen competir con el firmamento. Bonampak y Comalcalco se yerguen en una riqueza continua de solemne alegría. Son obra de hombres y mujeres de genio cuya gloria se grabó para siempre en la piedra y en la selva.