Espectáculo degradado y dependiente
Orígenes de una desviación
uedó muy claro. La tradición taurina de México, con 490 años y exponentes internacionales de primer nivel a lo largo del siglo XX, luego de las apoteosis del sábado y domingo pasados, con motivo del 71 aniversario del coso de Insurgentes, fue reducida a las expresiones de los diestros españoles Enrique Ponce, Morante de la Puebla, El Juli y Pablo Hermoso de Mendoza a caballo, frente al toro artista mexicano, ese que más que pelear sabe pasar dócil, suave y repetidor ante el torero, volviendo absolutamente prescindible la suerte de varas y convirtiéndose en dúctil cómplice del toreo bonito, no en el otro protagonista de un encuentro sacrificial menos disparejo.
Con ser gravísimo este desplazamiento de las bases éticas del toreo a la pretensión estética frente a un toro carente de nervio, de temperamento y de elocuente transmisión de peligro, el otro aspecto preocupante, ignorado por el coro de extasiados –empresas, ganaderos, toreros, crítica, autoridades y público– es la suerte que correrá la oferta del espectáculo taurino en México una vez que regresen a su país los diestros-marcas referenciales del nuevo chou tauromáquico, sin más emoción que el posturismo ante la toreabilidad comodona, la exaltación de la forma y disminución del fondo, con una acometividad predecible y colaboradora, no amenazante.
Las decadencias tampoco se improvisan. Hace 23 años, en Guadalajara, Jalisco, a feliz iniciativa de la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia, presidida entonces por el ganadero Jorge de Haro, se llevó a cabo del 21 al 24 de octubre de 1993 el Primer Congreso Mundial de Ganaderos de Lidia, con la participación de todos los países taurinos, excepto Venezuela y Francia.
Entre las ponencias llamó la atención la del ganadero español Juan Pedro Domecq Solís (1942-2011), a la sazón presidente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, titulada El toro de lidia en su evolución, del toro de ayer al toro de hoy, por lo insólito de sus consideraciones y lo forzado de sus disyuntivas, desarrolladas desde la década de los 80.
Estableció conceptos como toro fiero y toro artista, afirmando que “el primero representa el concepto torista de la fiesta o la derivación de concepto de lucha. Con él se pretende que sea difícil el dominar al toro y que éste aporte de manera fundamental emoción en la lucha… toreo que podrán hacer los distintos toreros. pero que siempre tendrá una menor composición artística de la que puede hacerse con el toro artista… el toro fiero se defiende más y es más difícil de someter, porque le faltan algunos de los componentes necesarios para hacer que el toreo se transforme casi en una danza, en una verdadera expresión artística y estética”.
Juan Pedro Domecq definía al toro artista por tres cualidades fundamentales: fijeza, ritmo y entrega, y añadía: Necesita estar fijo ante su enemigo (sic) porque el torero tiene que abandonarse en su arte (sic) para poder dominarlo (sic); necesita tener ritmo porque el toreo se ha transformado en danza (sic); necesita tener entrega porque sin la arrancada entregada es imposible (sic) la quietud y la propia entrega del torero
.
Ignacio García Villaseñor, ganadero del hierro mexicano de San Marcos, en esa ocasión tuvo el valor civil de advertir: Ahora se ha vuelto una fiesta de toreros, pero habrá que pugnar porque vuelva a ser de toros. Trabajamos muchos años para poder llevar a las plazas una corrida de toros digna para que malos taurinos y malos toreros la echen por la borda. No nos refugiemos en el toro artista para disfrazar la mansedumbre y diluir la casta
. Los más ya se refugiaron.