or supuesto, sigue siendo una mayúscula sorpresa el triunfo electoral de Donald Trump. Y más el hecho de que, ya en funciones, parece realmente decidido a cumplir con sus slogans de campaña, que ahora presenta casi como obligaciones morales
hacia quienes lo llevaron a la Presidencia. No se ha dado la domesticación
que muchos esperaban ejercería la Casa Blanca.
El primer aspecto coherente del ejercicio de la función de Trump es en el plano político, autoritario e impositivo a más no poder. Fuera las contemplaciones y cortesías de los liberales, inclusive con los medios de comunicación, a quienes ha tratado altaneramente. Por supuesto, se lo cobran ya, pero llegará el día en que se lo cobrarán a lo grande, sin miramientos de ninguna especie. Otra novedad
de Trump es su altanería y hasta desprecio por variedad de organismos internacionales, que provocan una desorganización mayúscula de la vida entre las naciones: por el peso político específico de Estados Unidos se implica un desequilibrio que muchos califican de momentáneo pero que, todo indica, puede ser mucho más prolongado y característico de su mandato. Muchos lo han calificado ya, con razón, de nacionalista y proteccionista y contrario a la globalización.
Por supuesto, debo mencionar sus agresiones a México y a los mexicanos, no únicamente de palabra sino de hecho, como lo muestra la persecución de indocumentados mexicanos en territorio de Estados Unidos y las evidentes expulsiones arbitrarias que se han cometido con nuestros connacionales, que lo muestran ya, entre muchos otros ejemplos posibles, entre los hombres de poder más agresivos y desequilibrados en la historia del continente, un verdadero fascista en las palabras y en los hechos. Así lo exhiben las redadas en contra de los indocumentados, una verdadera guerra sin importar separación de familias y siempre buscando la interpretación más ruda y arbitraria de la ley.
En mi opinión, el gobierno de Peña Nieto y con su canciller Luis Videgaray, han estado demasiado contemplativos y blandos con sus contrapartes de Estados Unidos, hasta dar la impresión de una verdadera sumisión. Tienen un punto favorable, es verdad: la necesidad de mantener los contactos con esas contrapartes, pero lo que se discutirá históricamente es justamente lo que parece ser una excesiva docilidad y hasta subordinación.
Por lo que hace al aspecto económico de la breve gestión de Trump, parece decidido a desestabilizar la organización económica mundial de la posguerra. En este aspecto, como en el político, hay también una enorme sorpresa, ya que parece querer violentar, más allá de los límites tolerables en un ambiente de democracias liberales. ¿Se trata de una mala información con que se nutre al presidente? El hecho es que en ocasiones parece creer 100 por ciento las mentiras y las verdades a medias que pronuncia. Por ejemplo, más allá de las críticas de Donald Trump, no hay duda de que la globalización ha ayudado a elevar los niveles de vida de cientos de miles de personas en la extrema pobreza de China o India.
Pero el hecho que es necesario reconocer y explicar es que triunfó claramente en las elecciones de su país, independientemente de que otro candidato haya obtenido un mayor número de votos populares. Dentro del sistema estadunidense de representación indirecta (a través de los colegios electorales) todo indica que Trump obtuvo la mayoría, que ahora exhibe, no tan retóricamente, sino encauzándola en la práctica como extrema derecha. Algunas explicaciones que se han dado: Trump habla con una simpleza y con un aire infantil que resulta enormemente atractivo para mentalidades sin preparación intelectual; a ellos los habría capturado y convencido. Por supuesto, el hecho de que tendrán el poder los más ricos de entre los ricos resulta para ellos un atractivo mayor. Una retórica que se dirigía a elevar el bienestar de los pobres, que fue creída por muchos y que seguramente no se realizará. Para las clases populares el slogan de hacer grande otra vez a Estados Unidos
tuvo un innegable efecto de atracción, después de ocho años de Obama, en que las cosas fueron bien sin adornos espectaculares. Estas y otras circunstancias hicieron posibles el triunfo electoral de Trump, incluida la votación por Bernie Sanders, que en otras circunstancias hubiera favorecido seguramente a Hillary Clinton.
En una conferencia reciente, Noam Chomsky, el filósofo de Harvard y una de las conciencias más lúcidas de nuestro tiempo, sostuvo que uno de los puntos de mayor debilidad de Donald Trump, que resultaba al mismo tiempo un verdadero peligro para la humanidad, hoy mayor aun probablemente que la bomba atómica, es su rechazo e incluso burla sobre el cambio climático global, que según Trump no tiene ningún soporte objetivo de carácter científico. Esta declaración y otras semejantes muestran claramente el nivel intelectual del actual presidente de Estados Unidos, y el conjunto de razones
que lo llevaron a la Casa Blanca. También muestra el nivel intelectual y moral de gran cantidad de votantes en Estados Unidos, tantos que llevaron a la presidencia a Donald Trump.
Paul Krugman, por ejemplo, el premio Nobel de Economía, escribió recientemente que en los pasados 30 años el sistema económico estadunidense ha servido sobre todo a muy pocos en la cima, al mismo tiempo que perjudicaba la economía en su conjunto, y especialmente a 80 por ciento en los niveles más bajos. La implicación del conjunto es que Trump, pese a sus compromisos de campaña, no tiene manera de regresar a Estados Unidos un número significativo de trabajos bien remunerados. Puede crear trabajos de alta tecnología, aunque en número restringido, y si son en número importante serán con bajos salarios, no comparables a los de los años 50. Krugman también nos dice que si Trump verdaderamente se propone combatir la desigualdad, la economía debe servir a toda la sociedad, no sólo a gente de su clase. Es indispensable una visión de conjunto para mejorar la distribución de la riqueza en Estados Unidos, que ahora es uno de los más lamentables en este sentido entre los países avanzados.
Pero debe agregarse, para rematar, que la agenda necesaria para Trump es alentar no sólo la economía sino hacer posible una dinámica, abierta y justa sociedad, nunca realizada pero que parece estar en el fondo de las creencias y de la ética de muchos estadunidenses. Y esto parece imposible.