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Toros

Corrida entre altibajos con reses bien presentadas de Los Encinos y Jaral de Peñas

Clamoroso triunfo del matador Sergio Flores; cortó orejas del segundo toro

Joselito Adame anduvo en maestrito

Pablo Hermoso falló al matar

Buena entrada

 
Periódico La Jornada
Lunes 20 de febrero de 2017, p. a39

Uno de los problemas de los taurinos del mundo, de los que viven de este espectáculo, es que no acaban de entender que en el ruedo necesita pasar algo, que el público debe experimentar emociones a cambio de lo que paga, a partir de la conjunción entre toro y torero, no de la bondad de uno y de la fama del otro, sino de la excitación que provoca la transmisión de peligro del toro.

Ayer, en la 16 corrida de la temporada pesada más que grande en la Plaza México –mayoritariamente toros con romana, pero sin fondo de bravura–, ante casi tres cuartos de entrada, hicieron el paseíllo el rejoneador navarro Pablo Hermoso de Mendoza, que enfrentó dos toros del hierro de Los Encinos; el aguascalentense Joselito Adame, y el tlaxcalteca Sergio Flores –25 años de edad, cuatro de alternativa y 23 corridas en 2016– ante un encierro de Jaral de Peñas, precioso de estampa, excedido de peso, medido de bravura, escaso de estilo y con los problemas de la edad, el cual exigió mucha cabeza, corazón y cojones.

Sergio Flores, ¡grandeza torera!

Problema mayor de la fiesta de toros en el mundo, además de la disminución de la bravura, es el lento relevo generacional de toreros interesantes. Con la miope complicidad de las empresas, los que ya llegaron no dejan pasar a los que vienen triunfando, por lo que la política promocional es dar ganado joven a los consagrados y ganado serio a los que torean poco. Pésima fórmula.

Hará cinco años que el diestro de Apizaco Sergio Flores demostró una privilegiada intuición torera, un valor a toda prueba, gran conexión con el tendido y un potencial enorme para competir y triunfar en plazas de todo el mundo. Luego de su clamoroso triunfo del domingo pasado en la Plaza México, la importadora nueva empresa no tuvo más remedio que incluirlo en oootro ocioso mano a mano con Joselito Adame, en lugar de la tercia prometida.

A su primero, un berrendo precioso con 552 kilos, que recargó en una vara, mal lidiado por las cuadrillas y que llegó al último tercio deslucido y soseando, Flores, a base de aguante, colocación y distancia, lo metió en su muleta a las primeras de cambio, consiguiendo tandas increíbles por ambos lados. Cobró al encuentro una estocada entera y apenas hubo petición de oreja de la desenterada asistencia.

Pero salió el cierraplaza, Feudal, con 515 kilos, alegre y ofensivo de cuerna –si no es por la decisión de la empresa de echar toros con edad y trapío, la autoridá seguiría aprobando los novillones de la empresa anterior–, al que el de Tlaxcala recibió con suaves verónicas. Visto el juego del encierro, Sergio ordenó un pujal o puyazo fugaz en forma de ojal, quitó por firmes gaoneras citando con el reverso del capote y tendiendo la suerte al llegar el toro a jurisdicción. Con la gente metida en la faena, las cuadrillas pasaron la pena, así que Sergio decidió bregar y cuidar a su toro, en otro despliegue de inusual torería.

Dilatados cites en los medios para dos dramáticos cambiados fueron el prólogo a un trasteo de muy altos vuelos a un toro con poco estilo pero suficiente transmisión de peligro. Luego adornos, un trincherazo racial, derechazos con ligazón y estructuración, complementando la personalidad del torero la tauridad del burel, y ya en tablas, pases de pecho, arrucinas, trincherillas, gusto desesperado de estar allí, sintiéndose y sabiéndose torero de un pueblo, una tradición y un sello que los ninguneos no logran apagar. Se volcó sobre el morrillo, dejó una estocada entera en lo alto, recibió dos orejas, fue sacado en hombros y corroboró que las figuras no se hacen por decreto, sino por la competencia bien entendida.