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Lo que es ser una estrella en el circuito de festivales. Cuarenta minutos antes de la función de las nueve de la mañana, en el estreno mundial de Toivon tuolla puolen (Del otro lado de la esperanza), la nueva película del maestro finlandés Aki Kaurismäki, ya se había formado una larga fila de espectadores expectantes. Kaurismäki no tiene la fama mundial de un fantoche como Tarantino, digamos, pero entre la cinefilia informada es una especie de garantía de calidad.
Toivon tuolla puolen no decepciona. Es la segunda vez que el cineasta toca el tema de los refugiados después de Le Havre (2011), su anterior largometraje, y esta ocasión lo hace desde una perspectiva muy comprometida en términos políticos. La película sigue dos hilos narrativos que se unirán inevitablemente. En una, un comerciante de camisas (Sakari Kuosmanen) vende su stock, gana una fortuna en el póker y compra un restaurante; en la otra, el sirio Khaled Alí (Sherwan Haji) llega de polizón en barco a Helsinki y es llevado a un centro de refugiados. Él ha perdido a toda su familia en un bombardeo en Alepo y busca a su hermana, la única otra sobreviviente. Por supuesto, Khaled acabará trabajando en el restaurante del primero.
Con su habitual estilo parco, pero eficaz para filmar, Kaurismäki llena la pantalla de buenos sentimientos, música melancólica y su singular sentido del humor. Si antes hacía referencias realistas a la crisis económica y el desempleo en su país, en este caso llega al grado de utilizar pietaje documental para mostrar el desastre de la guerra de Siria, según se ve en un noticiario. Es evidente su solidaridad con sus personajes, lo cual no los exime de sufrir el lado discriminante de la sociedad finlandesa.
Después de presentar nueve de sus películas en el Foro Internacional del Cine Joven, esta es la primera vez que Kaurismäki participa en la competencia berlinesa. Hasta ahora ha sido, por mucho, el título más satisfactorio de dicha sección y ya sería justo que un autor tan distintivo sea premiado de manera importante.
En la posterior conferencia de prensa, Kaurismäki compareció con sus dos actores. Ya no es el joven cineasta irreverente, de greña larga, que antes se presentaba alcoholizado a sus conferencias y se burlaba de las preguntas. Si bien no ha perdido su humor, sí contestó seriamente sobre los problemas de los refugiados en Europa. Debemos aprender que todos somos humanos
, dijo; hoy le toca a él ser el refugiado, mañana le puede tocar a usted o a mí
.
La segunda película oficial es el único documental en la competencia. Beuys, del alemán Andrés Veiel, ofrece un minucioso retrato del provocador artista Joseph Beuys, muy polémico en su obra, postura estética y militancia política durante los años 60 y 70. Lo que ha hecho Veiel es fundamentalmente una obra de rescate de fotos, videos y películas inéditas que testimonian a un artista muy activo, que nunca se quitaba su característico sombrero.
Para uno que no tenía un particular interés en Beuys es demasiada información. A pesar de su inventiva gráfica, no es un trabajo como para un concurso internacional. Es más bien un producto de lujo para un canal cultural de tv.
Otro elemento a agradecer en la Berlinale: las medidas de seguridad, si las hay, no son latosas como las del festival de Cannes. A pesar del atentado camionero de diciembre, aquí no revisan las bolsas, ni se confiscan las botellas de agua de los asistentes a las diversas sedes. De hecho, la vigilancia policiaca brilla por su ausencia. Y eso da una curiosa sensación de tranquilidad.
Twitter: @walyder