baldo no alcanzó a cumplir un siglo. Murió a los 97 años en Avellaneda, ciudad del Gran Buenos Aires, adonde fue a parar luego de abordar un buque de carga en el puerto de El Ferrol. Su destino final era México, pues acá tenía amigos, y admiraba a Lázaro Cárdenas. Pero tomó el navío equivocado, y desembarcó con lo puesto en la Argentina de Perón.
De niño, mi madre me enviaba al almacén del gallego
, cosa que a Ubaldo fastidiaba porque era de Llanes, aldea asturiana a orillas del Cantábrico. En aquel entonces le daba cerca de 50 años, acreditados en las grietas abiertas en su rostro por la guerra y que a su mujer, guapa murciana a la que doblaba en edad, tenían sin cuidado.
Ubaldo contó ene veces que estuvo a punto de ser fusilado por un grupo republicano que lo confundió de bando. Pero nunca supe si fue anarquista, socialista, comunista o qué. Como fuere, me encantaba participar de oidor en las tertulias sabatinas de su amplio almacén, con las persianas a medio cerrar. Atrás tenía la casa, y un patio enjardinado con toque andaluz.
En ocasiones, Ubaldo atribuía su relativo bienestar a Perón, sustantivo propio que sacaba de quicio al representante único de la cuarta Internacional en el barrio. Querrás decir a las conquistas sociales de la clase obrera argentina
, corregía. Imposible, el diálogo. El representante hablaba de la lucha universal del proletariado
y Ubaldo sugería que mejor se la explicara con un manual de instrucciones. Pláticas que, confieso, me superaban.
Mi primer trabajo fue de dibujante técnico, en un taller de laminados. Hasta que un jefe malhumorado observó: “Mire… usted no entiende el funcionamiento del sistema”. Y haciendo toc-toc con su grueso anillo en el tablero, inquirió: “A ver, esta pieza… ¿cómo se mueve?” Con desenfado, respondí: “¡Qué sé yo! Pregúntele al ingeniero…”
Me despidieron. ¡Já! Que no entendía el funcionamiento del sistema
… Sin embargo, Ubaldo comentó que el jefe llevaba la razón: dibujar las piezas de un sistema (de cualquier sistema
, aclaró) no garantiza saber cómo interactúan sus engranajes.
A la semana, conseguí trabajo en una imprenta. Pero un día los compañeros acataron un llamado a huelga del gremio gráfico. Entonces, el delegado sindical preguntó quién podía redactar un pliego de peticiones, sin faltas de ortografía. Fui el único en alzar la mano, y el único en sentir que ya era un militante político de verdad.
La época venía brava. Los dueños recortaron el personal y nuevamente quedé sin trabajo. Al delegado le dije que hiciera algo, porque mi deseo era permanecer junto a los trabajadores, para elevar
su conciencia de clase
. El delegado comentó: Gracias. Pero nosotros tenemos familia que mantener, y vos tenés posibilidad de ser un intelectual en regla para saber cómo funciona el sistema
.
En 2002, recogiendo los pasos perdidos, volví al barrio y me puse en contacto con Ubaldo. Pero tras la dictadura cívico-militar, y la depredación globalizadora decretada por Carlos Menem, otra era la ciudad de mi infancia y juventud. Fábricas herrumbrosas y vacías, talleres abandonados, familias pidiendo limosna en las calles, y el almacén de Ubaldo partido en agencia de taxis, peluquería de señoras y un mugroso cibercafé
con virus garantizados.
Tin, marín de do… tercer local. Un jovencito que epilépticamente disparaba contra terroristas islámicos en una computadora antediluviana removió uno de sus auriculares: “¿quién…? ¿el gallego?”. Y señaló un timbre adherido con diúrex
a la pared. Mi amigo moraba ahora en la azotea, sobreviviendo de los bajos de su propiedad. Me recibió su mujer, que a los 65 mataba de envidia a las de de 40 y 50.
Lúcido y enhiesto como roble viejo, Ubaldo fue al grano y pegó duro: A veces te leo, y a veces no te entiendo. ¿Recuerdas lo que te dije cuando asesinaron a Kennedy?
Cerré los ojos, pero él sí se acordó: Te dije que lamentabas la muerte de un mafioso. ¿Y qué me dices de los Clinton, de los Bush? Ya verás que en cualquier momento aparece un gran hijo de puta y les pincha el globito de la globalización
.
Ubaldo tampoco alcanzó a vivir en la Argentina de los Kirchner. Pero en la cocina divisé una foto de Chávez, clavada entre ollas y repasadores. Ubaldo decía que sin líderes y generales del pueblo nunca habrá cambios sociales y políticos de verdad. Y que los cambios de verdad irrumpen cuando todos andan medio loquitos y trastornados.