Violencia contra las mujeres
n las anteriores columnetas descargué sin miramientos un titipuchal de datos cuantitativos en torno a la violencia ejercida contras nuestras medias naranjas (no se me escapa que con el paso del tiempo muchas veces se trata de naranja y media, pero de ambos lados). Desgraciadamente los números crecientes que a diario conocemos evidencian que el problema no se ha agotado y que, sin duda, tendremos que regresar a la denuncia y la protesta cuantas veces sea necesario. Por ahora, sin embargo, quiero agregar algunas últimas cifras y también ciertas consideraciones conceptuales que pueden contribuir a explicar las causas que están en el fondo de esos terríficos dígitos que, ya reunidos, son la expresión más estrujante de nuestra tragedia.
A esta nota la llamaría la mujer contra sí misma
. La presentación que hizo el periódico Reforma el mes pasado sobre la Encuesta Nacional de Salud arroja cifras como éstas: en 28 años “la prevalencia de sobrepeso se incrementó 42.4 por ciento en mujeres de 20 a 49 años, mientras la de obesidad creció 290.5 por ciento.
No dudo que alguna rabiosa feminista profesional se subleve ante la inserción de estas referencias que, dirá, nada tienen que ver con el problema de la igualdad de género (que hace semanas he venido tratando). En el fondo, denunciará, se siente en el cronicante un tufillo discriminador y machista. ¿Por qué nada dice de los ventrudos cerveceros que también engordan las cifras de la obesidad patria? Conste que lo que anoto a continuación fue resultado de esa provocación a la que caí redondito: dice el doctor Pablo Kuri, subsecretario de Salud, que mientras 1.7 de hombres sufren obesidad mórbida, en las mujeres la proporción es de 4.1
. Pero mejor que provocar la guerra de las galaxias prefiero preguntar: ¿Y los obesos unisex qué hacemos para evitar que, de acuerdo con la medición efectuada entre 2012 y 2016, la prevalencia combinada de sobrepeso y obesidad pasó de 32 a 32.8 por ciento entre niñas de 5 a 11 años, de 35.8 a 39.2 en las de 12 a 19 y de 73 a 75.6 en las mayores de 20 años
?
Pero no quiero discutir ni conmigo (recurso último para ganar una discusión). Regresemos al asunto central de la conversa: las deplorables consecuencias que implica la desigualdad de género. Vayan dos, casi últimos, ejemplos. Ochenta por ciento de adultos mayores maltratados son mujeres (Carolina Gómez Mena dixit). Así se lo declaró Zhelina Quevedo, sicóloga y gerontóloga, quien agregó que entre los tipos de maltrato están el abuso económico, sicológico y físico, así como el abandono, la soledad y la negligencia
, etcétera, etcétera. Uno más: las mujeres tienen cuatro veces más probabilidades de ser ninis que los hombres. Actualmente 35 por ciento de mujeres de entre 15 y 29 años no estudian ni trabajan, y 60 por ciento de las que lo hacen están ocupadas en empleos informales.
Aquí es de imprescindible justicia aclarar que muchísimas mujeres, a quienes se otorga el calificativo de nini, son quienes cotidianamente llevan a cabo las llamadas tareas del hogar y representan un valor que llega a 4.2 billones de pesos, según un cálculo de la investigadora Julia Chávez Carapia. Los datos, proporcionados tanto por el Inegi como por la misma Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el trabajo femenino, las más de veces no remunerado y jamás reconocido, llega a representar 24 por ciento del producto interno bruto del país. Con razón se ha dicho que las mujeres son el recurso más subestimado de México
. (Gracias a doña Blanca Juárez por su ilustración).
Dentro de los círculos dantescos en que se desarrolla la vida de miles de mujeres se da uno que resulta estrujante: de las 12 mil reclusas en los 214 centros penitenciarios (de los cuales sólo 16 son exclusivos para el sexo femenino), donde purgan condenas por delitos que en su mayoría son robos o actos contra la salud, en los que la influencia de un varón es siempre la constante. Algunos datos importantes que vale la pena saber y que Ruth Villanueva Castilleja, tercera visitadora de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, dio a conocer al reportero de esta casa José Antonio Román, son: 61.6 por ciento de reclusas tienen edades de entre 18 y 40 años. El 85 por ciento son primodelincuentes, consideradas, además, de bajo riesgo. Algo muy digno de ser tomado en cuenta: pueden ser beneficiarias (de acuerdo con criterios adoptados por Naciones Unidas) de un trato especial que se otorga a reclusas que son madres o están embarazadas. Actualmente hay, en razón de las penas que purgan sus madres, 618 niños en las penitenciarías. Se antojan preguntas obvias: ¿qué delito están purgando? ¿Es ese el sitio más idóneo para una formación que libere a esos mexicanitos (menores, los más, de tres años de vida) de su origen, del que son víctimas y no culpables? La discriminación de género no deja un solo resquicio: allí en la ergástula (en los orígenes, prisión para esclavos. ¿En los orígenes?) campea también, incontrolable, un quinto jinete apocalíptico: la discriminación estúpida hacia la otra parte de la especie, sin la cual los discriminadores no podrían existir.
El 15 de diciembre el Consejo Universitario de la UNAM aprobó que el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) se convirtiera en centro especializado, que reconoce y asume la importancia de estos conocimientos, en razón de su capacidad de incidencia social. Dice Ana Busquet, directora del PUEG: Los seres humanos, las prácticas sociales y la cultura están definidos por el género. La igualdad de género es un tema de justicia social y fundamental para el desarrollo; las sociedades más igualitarias son las más desarrolladas
.
Quisiera terminar este capítulo (nada más el capítulo, no la decisión de airear el problema con tanta frecuencia como la vida misma lo vaya exigiendo) con la palabra reflexión, pero me resultó pedante y poco significativa. Corrijo y digo: obviedad. Si la conformación de la población mundial es casi simétrica entre hombres y mujeres, resulta imposible que cualquier cuestión que afecte a una de esas mitades no tenga consecuencias sobre la otra. Luego entonces, la discriminación y la violencia de pareja tiene indefectiblemente que afectar al conjunto de la humanidad.
Desgraciadamente, documenta Blanca Juárez, la violencia que padecen las mexicanas las hace perder el desarrollo que hubieran logrado en siete años
. Según la ONU Mujeres, ese maltrato debilita su salud, educación y autoestima, lo cual redunda en el rendimiento de su trabajo. Además de infamia, de comportamiento contra natura, ¿hay alguna duda de que la violencia de género resulta para los machines un verdadero harakiri? Pese a cualquier razonamiento, la realidad sigue reflejando la estupidez y la enfermedad: entre 2000 y 2014 se cometieron más de 26 mil 300 asesinatos de mujeres, es decir, de acuerdo con el Inegi, un promedio de siete feminicidios diarios.
En mi opinión, lo más grave es que la causa no es el crimen organizado, sino la vigencia de un patrón cultural que a través del tiempo los mexicanos nos hemos transmitido generacionalmente. Las opciones, para hacerle frente y derrumbarlo, no son muchas: educación liberadora que, con plena convicción (y ganas de redimir la culpa a cuestas, del comportamiento que hasta la fecha hemos ejercido), seamos capaces de ofrecer a nuestros vástagos. Al paradigma sacralizado por tradiciones cívicas, creencias religiosas, creaciones literarias, artísticas y, por supuesto, intereses económicos enfrentemos valores y aún conveniencias inobjetables: somos diferentes e iguales. A la diferencia le debemos la vida. A la igualdad, la dignidad de la vida.
Ya con esta me despido. Patricia Galeana (a quien no conozco), directora del Museo de la Mujer, es universitaria, académica, respetable y reconocida. También decidida defensora de los derechos humanos y, particularmente, de la humanidad femenina. Patricia le confía a Blanca Juárez: se proyecta construir en México 18 museos como éste (Bolivia 17, Centro Histórico). La noticia es, sin duda, emocionante. La historia de México y del mundo también está hecha por ellas y la violencia contra ellas también ha sido histórica. Entender esas dos realidades puede ayudar a desterrar las prácticas machistas. La museografía es un excelente medio para afrontar esos problemas.
Patricia tiene razón y también todo nuestro apoyo.
Twitter: @ortiztejeda