Editorial
Ver día anteriorSábado 21 de enero de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mesianismo y pananoia en la avenida Pensilvania
L

a ceremonia de asunción del presidente 45 de Estados Unidos, y en especial su discurso inaugural, dejaron muy en claro la concepción que Donald Trump tiene de sí mismo, de su país y de las relaciones que éste mantiene con las demás naciones del mundo. Esa imagen, de la cual había dado numerosos anticipos a lo largo de su campaña, no resulta precisamente tranquilizadora, al tiempo que sus palabras sonaron como un aviso para quienes, candorosamente, abrigan esperanzas de que las amenazas que lanzó en materia de política, economía y sociedad hayan sido sólo declaraciones electoreras que una vez en funciones no puede o no está dispuesto a cumplir.

El marco que Trump dispuso para su toma de posesión –solemne, aparatosamente grave, de una conservadora austeridad, fecundo en gritos de apoyo, pero huérfano de alegría– estuvo acorde con la retórica nacionalista y el tono profético que utilizaría en su mensaje. De oscuro y triste calificó a ese mensaje el analista político Rick Wilson, que no es un opositor demócrata, como podría pensarse, sino un añejo militante del Partido Republicano, es decir el del presidente. Se trató ciertamente de un discurso oscuro, pero no porque contuviera pasajes incomprensibles, sino por lo que auguraba para el futuro. Y en cuanto a su presunta tristeza, ésta pudo derivar acaso del victimismo que Trump eligió para presentar a un Estados Unidos profundamente inocente, débil, crédulo y perjudicado por la mala fe del mundo entero.

Defendimos la frontera de otros países, mientras nos negamos a defender las nuestras, dijo. Hicimos ricas a otras naciones, mientras la riqueza, fortaleza y confianza de nuestro país desapareció del horizonte, afirmó. Debemos proteger nuestras fronteras de las devastaciones de otros territorios, sostuvo. La riqueza de nuestra clase media fue sacada de sus hogares y luego redistribuida a lo largo del mundo entero, agregó. La perfecta descripción, en suma, de un mundo al revés.

El discurso (al que previamente Trump había definido de filosófico) pintó una realidad distorsionada por la nostalgia del más rancio imperialismo, cuando la potencia estadunidense se presentaba a sí misma como campeona de la democracia, modelo de desarrollo y ejemplo de los valores blancos, anglosajones y protestantes; cuando quienes tenían justamente esas características (y no todos) podían presumir de vivir el sueño americano que ahora buscan inútilmente los miles de dreamers que el nuevo presidente desprecia. Pero ese carácter irreal, de reaccionario paraíso perdido, fue uno de los atractivos para quienes llevaron a Donald Trump a la avenida Pensilvania número 1600, en Washington, donde se encuentra la sede del gobierno estadunidense. Junto con la promesa de que las personas rectas contarán de ahora en más con ...grandes escuelas para sus hijos, barrios seguros para sus familias y buenos trabajos para ellos mismos (una aspiración individual) y de que Estados Unidos comenzará a ganar de nuevo, obtendrá como nunca antes lo ha hecho (una aspiración colectiva), la oferta de una Arcadia venturosa para un pueblo que según Trump está sojuzgado por la maldad ajena le permitió a él ser el iluminado líder del proceso.

No habló de naciones, pero en sus reiteradas alusiones a nuestras fronteras y a las manos y trabajadores estadunidenses es fácil percibir un eco de los amagos e intimidaciones que a lo largo de los meses recientes profirió explícitamente contra México.

Una última observacion: dentro y fuera de Estados Unidos, muchas voces convalidan el proyecto de Trump con el argumento de que el mandatario, en definitiva, se debe a sus votantes y a los intereses de éstos. Sin embargo, una frase de su discurso lleva a pensar que sus políticas apuntan bastante más allá de su electorado: Juntos definiremos el rumbo de Estados Unidos y del mundo en los años que vendrán.