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Cuba De la industria a la tierra, Ayme Plasencia Pons Centro de Intercambio y Referencia-Iniciativa Comunitaria (CIERIC), Cuba [email protected]
Al sur de la provincia de Las Tunas, en la región oriental de la isla de Cuba, se ubica un municipio que se llama Jobabo y surgió en el año 1912 a partir de la construcción de su central azucarero. Este Central se erigió como un símbolo del modelo agroindustrial y como generador de una diversidad de servicios comunitarios importantes, que garantizaron otras actividades económicas y sociales de la población. Por varias generaciones las familias de Jobabo encontraron en la actividad agroindustrial del azúcar una fuente de empleo. Ha llegado a ser una actividad productiva tan importante y de tanto arraigo, que hoy en día lo jobabenses se identifican como un pueblo azucarero, aunque ya no producen azúcar. Una de las familias que se identifica con el trabajo del Central son los Ávila Remón, formada por el matrimonio de Rosalía Remón y Alberto Ávila. Ambos de origen campesino, vinculados a la agricultura cañera y a los trabajos de mantenimiento de vías ferroviarias del Central. Les tocó vivir el periodo pre-revolucionario, donde estos trabajos eran muy mal pagados, sin acceso a la educación y a la salud. Con el triunfo de la Revolución cubana, el uno de enero de 1959, la industria azucarera se convirtió en el principal renglón económico y las poblaciones cercanas a los centrales participaron, al igual que todo el país, en construir los beneficios sociales que trajo consigo el proyecto revolucionario. Con el cambio del modo de producción, el Central de Jobabo se mostró como una industria con disponibilidad de fuentes de empleo y posibilidades de superación profesional. Las modernizaciones tecnológicas realizadas en la industria y la mecanización de la caña contribuyeron a que todos los hermanos de Rosalía y de Alberto estuvieran vinculados al Central de una u otra forma. Pasaron de ser campesinos a obreros industriales, incluso algunos transitaron por varios empleos a lo largo de su vida laboral, mientras que otros se especializaron en oficios determinados. En el caso de Rosalía, comenzó a trabajar en el Central en el año 1978, primero en la pesa de azúcar y luego como operadora de centrífuga. Mientras que Alberto a finales de los años 60’s comenzó a trabajar como operador de carga de azúcar, luego como director de almacén y terminó siendo el responsable de las producciones derivadas de la caña del azúcar, tales como miel, cachaza y bagazos. Los hijos de ambos no trabajaron en el Central, pero dominaban con exactitud los detalles del proceso de producción del azúcar, pues era tema de conversación cotidiano entre la familia. A partir de la década de los 90’s, tras el derrumbe del campo socialista de Europa, Cuba vivió una etapa conocida como Periodo Especial, que trajo profundos cambios en la economía y en la vida social. Como parte de estos cambios, en 2002, el Estado implementó la mayor transformación que ha existido en el sector azucarero, desactivando alrededor de 70 centrales en su mayoría construidos antes del triunfo de la Revolución. Uno de los Centrales desmantelados fue el de Jobabo, lo que generó la pérdida de la mayor fuente de empleo, la desarticulación de la vida cotidiana de sus pobladores y fuertes cambios en su identidad social. La transformación implementada en la agroindustria del azúcar fue un complejo proceso que se llamó “reconversión azucarera”. Al mismo tiempo que se cerraron los centrales, se aplicaron varios programas orientados a compensar las desventajas sociales que este proceso podría ocasionar. Sobre todo porque, siendo consecuentes con los principios humanistas del socialismo cubano, se aseguraba que los azucareros, tanto obreros como cañeros, no quedarían desamparados y tendrían ciertas garantías durante un periodo hasta que se reubicaran en otros puestos de trabajo. En el caso de la familia Ávila Remón, al cesar el Central y obtener una jubilación anticipada, optaron por irse a vivir y trabajar en el campo. Se trata de una pequeña porción de tierra, propiedad de Alberto, en la que pudieron sembrar y criar animales. Trabajar la tierra está en los orígenes de esta familia, por tanto no les resulta ajena la actividad y todo lo que conlleva en términos de preparación de condiciones, esfuerzo y sistematicidad en las jornadas de labor. En su vida cotidiana mientras fueron obreros del Central siempre tuvieron animales de traspatio y cuando fueron niños tuvieron que ayudar a sus padres en las labores del campo. Esta decisión familiar de reinventarse su vida como campesinos tuvo lugar en un contexto nacional bastante favorable. Durante ese periodo el Estado impulsó transformaciones en la agricultura, estimuló la entrega de tierras en usufructos con el propósito de ponerlas a producir y aumentar la disponibilidad de alimentos. Fue por ello que en 2008 se implementó el Decreto Ley 259 que facilitó la entrega de tierras y permitió que miles de personas de todo el país hicieran una contribución a la producción de alimentos de sus territorios y mejoraran su economía familiar. Luego, en el sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba en 2011, quedaron aprobados los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, donde quedó explicitada la Política Agroindustrial del país. En los Lineamientos quedó expresada la voluntad política de continuar con la entrega de tierras con uso productivo para aumentar los rendimientos y asegurar la sostenibilidad, así como adoptar un nuevo modelo de gestión con el fin de promover una mayor autonomía a los productores y ganar en eficiencia. Hay una intención de la repoblación gradual del campo con la adopción de medidas que estimulen la incorporación, permanencia y estabilidad de la fuerza laboral del sector, y que ésta contemple el asentamiento familiar definitivo. Además que incentiven la incorporación y permanencia de jóvenes al sector agropecuario; en particular propiciar la entrega de tierras en usufructo como vía de empleo. Algunas de estas medidas están recogidas en el Decreto Ley 300 que entró en vigor en 2012, y que junto a sus posteriores modificaciones, ofrece mayores facilidades a los usufructuarios. Las nuevas modificaciones a este Decreto posibilitan ampliar la cantidad máxima de tierras a entregar, manteniendo la solicitud inicial en un área de 13.42 hectáreas, pero con posibilidades de extenderse hasta 67.10 hectáreas (cinco caballerías). Anteriormente se aprobaban hasta 40.26 hectáreas. La vinculación del usufructuario podrá ser de cualquier forma productiva, siempre y cuando sea por medio de un contrato con una Granja Estatal, una Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC) o una Cooperativa de Producción Agropecuaria (CPA), ubicada en una proximidad de hasta cinco kilómetros. Otro elemento novedoso que incorpora este Decreto es que la tierra en usufructo se otorga a las personas naturales por un término de hasta diez años, prorrogables sucesivamente por igual término, y para las personas jurídicas hasta 25 años, prorrogables por 25 más. Además en la misma área productiva el usufructuario puede construir una vivienda. Eso ha sido un reclamo que por muchos años han hecho los campesinos para garantizar la vigilancia y atención de los cultivos. Todo esto le permitió a Alberto solicitar crédito al banco, construir una pequeña vivienda en su tierra y crear las condiciones necesarias para criar animales, sobre todo ganado menor y mayor. A este espacio donde actualmente viven y que cultivan lo llaman la estancia, es el modo en que los jobabense nombran la tierra que pueden trabajar. En la estancia de Rosalía y Alberto en este momento hay sembrado yuca, frijoles, caña para el consumo animal, maíz y tomate, entre otros cultivos. Y crían cerdos, carneros, chivos, gallinas y guanajos. La preparación de la tierra la realizan con una yunta de bueyes y la siembra es manual. La estancia de Rosalía y Alberto es el punto de confluencia familiar. Casi todos los días son visitados por alguno de sus parientes (hermanos, hermanas y sobrinos) y sus hijos. Ellos también contribuyen con el trabajo del campo, que no es nada fácil, sobre todo cuando hay que sembrar y cosechar. En este sentido la opción los Ávila Remón de volver al campo es una estrategia de vida compartida con la familia. Sin su ayuda hubiera más difícil lograr los resultados que tienen hoy. Si bien tiene un “saber hacer” de las actividades agrícolas, esta familia tuvo que modificar sus prácticas habituales de trabajo. Cuando laboraban en el Central sus prácticas y tiempo estaban regidos y organizados por un Plan de Producción diseñado desde el nivel nacional por el Ministerio del Azúcar. Además estaba sujeto al manejo y dominio de una tecnología industrial para poder obtener un resultado de su trabajo; hoy en día esta familia trabaja la tierra con sus manos, su experiencia y conocimientos, y casi todo el resultado de esta labor depende de su propio esfuerzo, de la aplicación de su saber, del apoyo de los parientes, de los recursos materiales de que disponga, de su nivel de gestión y de su motivación personal. Tanto el trabajo que realiza Alberto en el campo, como el que desempeña Rosalía en la casa, son un trabajo duro y por momentos agotador, sobre todo porque no cuentan con todas las condiciones necesarias. Sin embargo disfrutan de los resultados y de la tranquilidad que ofrece la vida en el campo. Ha habido un significativo cambio en su vida cotidiana, ya no están atados al ciclo productivo del azúcar que requería una práctica diferente, ahora viven en el mismo espacio en que trabajan y reajustan su dinámica en función del ciclo de la siembra y la crianza de la animales. La estrategia de vida de la familia Ávila Remón ha estado motivada por el sentido del trabajo, la tierra y el resultado que obtienen. Esta es la misma estrategia de muchas familias campesinas que hoy en Cuba viven y trabajan en las tierras donde producen. Poco a poco la implementación de la política está permitiendo que la opción de sustento de trabajar la tierra se convierta en estrategia de vida para las familias, donde se comparte el trabajo y se resignifican sentidos entre varias generaciones.
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