a viabilidad de La Jornada está en riesgo. Así lo dejó asentado el editorial del lunes pasado, publicado en la primera plana del diario. En una atinada decisión, la directora de nuestro periódico y el equipo de trabajo que la acompaña informaron de las condiciones financieras por las que atraviesa la empresa editora del cotidiano y la factible solución del problema. Era mejor hacer partícipe del escollo a la comunidad lectora del diario, y atajar así los rumores que con diversas expectativas se hicieron circular desde distintos flancos.
La Jornada nació hace 32 años como fruto de un esfuerzo muy amplio realizado por un grupo comprometido con el periodismo independiente y al servicio de sus lectores. Veinte años después de que fue publicado el primer número del diario (19 de septiembre de 1984), la directora, Carmen Lira, recordó el contexto en el cual comenzó a circular el diario: “Las transformaciones nacionales han sido tan vertiginosas y abundantes en estas dos décadas que no es fácil recordar la vida política y mediática del país en 1984, el año que nació La Jornada. No había por entonces en el país –salvo las excepciones de Proceso, Unomásuno y algunas publicaciones marginales– medios realmente independientes del poder. Una red de complicidades, sumisiones y conveniencias, hacía la prensa una parte orgánica del régimen […] Hacia 1984, México era constitucionalmente un país democrático, federalista, igualitario, laico y respetuoso de la división de poderes y de las garantías individuales, pero en la práctica era una nación autoritaria, ritualista, centralista hasta la paranoia, obsesivamente presidencialista y violadora de los derechos humanos. El grueso de la sociedad, por su parte, toleraba poco las singularidades y diferencias y no estaba muy al tanto de su creciente diversidad”.
El proyecto de un nuevo periódico fue mal recibido por las élites políticas y económicas del país. Por otra parte, rememora Carmen Lira, en la sociedad [la] iniciativa generó un desbordamiento entusiasta. La convocatoria a construir un nuevo medio informativo se presentó la noche del 29 de febrero en un salón del Hotel de México, cuando al núcleo original de periodistas se habían sumado ya científicos, académicos, escritores, artistas, cineastas, fotógrafos, militantes políticos de varias tendencias y luchadores sociales
. Los obstáculos económicos para dar a luz al periódico fueron superados gracias a la solidaridad de cooperantes que con disímiles cantidades y donativos en especie contribuyeron a reunir los fondos necesarios para echar a caminar a La Jornada.
En las más de tres décadas de vida que tiene nuestro periódico, ha sido significativo su aporte a la democratización del país. La Jornada ha sido, y es, tanto un resultado de la sociedad civil organizada como espacio propulsor y fortalecimiento de ella. Reportero(a)s y articulistas han evidenciado, desde el primer día en que el diario inició su circulación, los mecanismos y beneficiarios del sistema que han depredado a México. Los sucesivos gobiernos desde que La Jornada ingresó en la oferta periodística mexicana (encabezados por Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y el actual de Enrique Peña) han sido exhibidos en las páginas del diario en toda su opacidad, autoritarismo y escandalosa corrupción. Ello le ha valido al periódico acosos, vetos y castigos de distinta índole. Contra todo, La Jornada ha permanecido fiel a sus orígenes, documentando, como ha recordado la directora los sucesos de un país que no existía para el resto de los medios
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El periodismo que ha posicionado a La Jornada como medio que tiene en el centro a su comunidad lectora y espacio crítico de todo aquello que atente contra la democratización integral del país –es decir, que los cambios no nada más sean de gobiernos de distintos partidos, sino que conlleven transiciones políticas que dejen atrás lo que lacera a la sociedad– es imprescindible que continúe en estos tiempos ominosos. El diario es una voz necesaria para la nación, sobre todo para los sectores y colectivos que desdeñan la mayoría de los medios informativos negados a reconocer que México es un país crecientemente diverso.
Hace poco más de dos décadas inicié mis colaboraciones en La Jornada. Entonces mis primeros artículos se ocuparon del diversificado campo religioso chiapaneco. Chiapas atrajo las miradas nacionales e internacionales tras el alzamiento zapatista de 1994 y era creciente el interés por comprender las causas de la insurrección. Un componente del entramado de la entidad a tener en cuenta era el religioso; a esta parte yo le había dedicado un buen tiempo de investigación. Entregué los primeros artículos a Pedro Miguel y, para mi sorpresa, fueron publicados. Después las entregas las hice, y continúo haciéndolo, al coordinador de Opinión, Luis Hernández Navarro. Nunca he sido censurado ni he recibido sugerencias para diluir mi punto de vista.
Tuve la decidida solidaridad de directivos y compañeros de La Jornada cuando en abril de 2009 fui directamente amenazado de muerte por lo que escribí en dos artículos publicados en el diario. Como para muchos otros y otras, La Jornada es mi ágora favorita, la plaza pública en la que escucho y doy a conocer mis opiniones. Por la salud de un país castigado y en postración a manos de una clase política voraz y corrupta, quienes buscamos y nos esforzamos por que se haga la luz de la integridad en la nación mexicana debemos unirnos para salvaguardar y potenciar el proyecto periodístico libertario que es La Jornada.