os atropellos y amenazas de Donald Trump a los mexicanos se cruzan, en esta mala temporada, con las penurias y enojos derivados del gasolinazo. La inminente unción del magnate como presidente de EU, por su lado, condensa variadas y graves premoniciones por ocurrir. Ambas circunstancias se amotinan, en tropel, ante una atolondrada administración priísta. A esta se le nota sin recursos para enfrentar la que se dibuja como una crisis de gran magnitud. Ya muy desgastado en su imagen y aceptación popular, el gobierno federal no porta el embalaje necesario para una batalla de ese calado. En la disputa estarán en juego soberanía, bienestar, futuro e independencia. Pero, también, cambios concretos en los paradigmas básicos y el modelo productivo vigente apoyado en el TLCAN. Los movimientos y la narrativa oficial no atinan a introducir calma, seguridad y los ánimos indispensables para capear la adversidad presente y venidera. Las respuestas ensayadas hasta ahora desde las cúspides decisorias no convencen y, menos aún, impulsan a la movilización de las energías colectivas. Por el contrario, cunde el enojo que malquista a la ciudadanía con muchos de sus liderazgos, en especial los de corte partidista y oficial.
La ocurrencia simultánea del gasolinazo con el cariz autoritario de Trump son tenazas que, por ahora al menos, acogollan la realidad nacional. Descubren, sin rubor, las muchas carencias que plagan el sistema entero de convivencia. La dependencia, rebelada por los conocidos números del intercambio comercial con el vecino del norte, es un rasgo distintivo, ciertamente definitorio, de la relación entre las dos naciones. Eso no aclara ni expone la interdependencia y hasta oculta ciertas ventajas que México tiene y que deben ser cuidadosamente evaluadas. Las negociaciones venideras exigen, con premura y seriedad, poner sobre la mesa pública todos los aspectos, objetivos y razones que verán acción en estos azarosos tiempos. Concentrar la totalidad de los operativos, decisiones y el mismo diseño de la negociación en la persona, ya muy traqueteada, del nuevo canciller, no ha sido la mejor ruta que se pudo adoptar. Hay imperiosa necesidad de entender que el peso efectivo de la negociación pendiente recaerá sobre la venidera administración federal y no sobre la actual. Esta última iniciará los trámites a seguir, recibirá los primeros golpes y una que otra consecuencia derivada. No más que eso. Al parecer afortunadamente.
La confianza popular de que el canciller, con sus acompañantes en proceso de designación, puedan salir airosos (en favor de México) de una confrontación es cercana al cero absoluto. El creciente descontento ciudadano negará poner la reserva de legitimidad indispensable para actuar con la atingencia y seguridad de su respaldo. El deterioro que ha venido sufriendo el gobierno central mostrará sin tapujos que lo oculten las carencias en las habilidades presumidas, de que hicieron gala hace ya varios años. La cínica porosidad de su honestidad y la escasa reciedumbre de su entrega y apoyo hacia las causas nacionales completará el cuadro de faltantes.
De manera coincidente, el radical sentimiento trumpiano contra los mexicanos se verá socavado por las heridas que el magnate ya ha provocado en naciones cruciales para el mundo. A Japón lo quiere dejar a la suerte de sus propios medios de defensa. Parecida suerte pronostica para Corea del Sur, que intenta establecer con Estados Unidos una base de misiles de largo alcance. Europa tendrá que vérselas sin la participación estadunidense en una OTAN a la que, de entrada, Trump califica de obsoleta. Alemania no es vista ya como la aliada predilecta. Ese lugar lo ocuparán, por un lado, Gran Bretaña con su pronosticado éxito en el Brexit y, de manera privilegiada, la Rusia de Putin. Todo un enredo de rompimientos y alocados, cuan autoritarios, cambios de estrategia y alianzas. Juntos, EU, Israel y Rusia, acabarán con ISIS y la guerra en Siria. El acuerdo multinacional para detener, o posponer mejor dicho, el programa nuclear iraní lo desea Trump apoyado en esa misma alianza, dejando de lado a los demás signatarios, todos ellos poderes regionales. En el centro de gravedad de la visión avanzada por Trump queda apresada China. Dos son los puntos neurálgicos que, de manera inicial, se plantea el nuevo presidente como palancas para forzar a China a negociar el precio de su moneda y la disminución de sus exportaciones masivas: el acceso controlado a las islas del sur del mar de China y la política, sostenida por décadas, de una sola China, relativa a la isla de Taiwán. Esos son los asuntos, por demás sensibles, para la actual potencia del oriente. Abandonarlos por la presión del magante no es una postura posible para China. Implicarían someterse a los dictados externos, hegemónicos en el Asia-Pacífico y la amenaza de un rompimiento hasta violento con China, ambos tópicos intratables por medios autoritarios unilaterales. Para retornar al apego a reglas claras, China ha lanzado, por vez primera, un libro blanco donde expone sus posturas y principios ante la cambiante realidad del Asia-Pacífico que plantea Trump. Dice ahí cosas útiles para sujetar el actual clima de imposiciones pretendida por el magnate. Dice China en ese libro que ningún país puede dictar las reglas internacionales y regionales; así como tampoco alguien debe infringir los legítimos intereses de otros, en nombre de sostener la fuerza de la ley
. Toda una comprensión del juego internacional que bien sirve también para México.