esde hace varias décadas Gallup hace una encuesta sobre la forma en que los diversos estratos estadunidenses perciben el periodo de transición entre la declaración de presidente elegido en EU y su toma de posesión. El editor V. Lance Tarrance se apresuró a estudiar los datos acumulados por Gallup a la luz de que la revista Time declaró a Donald Trump como su Persona del Año
. Los Estados Unidos no son unidos y ciertamente están divididos de diversas formas, aunque también concuerdan en algunos temas que no hacen sino empeorar las divisiones. Por ejemplo, durante casi 10 años antes de las elecciones de 2016, hubo un sostenido acuerdo, año por año, en que 70 por ciento creía que el más extendido sentimiento era que la nación estaba fuera de curso.
Obama ha sido el presidente que más simpatía ha despertado en muchos lustros; el reforzamiento de Medicare, la aprobación de la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, apodada Obamacare, las bajas en los índices desempleo, las desmedidas luchas políticas que el gobierno de Obama hubo de dar para instituir este programa. Su política exterior y algo más, contribuyeron a engrandecer la imagen de Obama en comparación con muchos de sus antecesores.
Pero esos avances han estado acompañados del terrible dato de una baja en el nivel de esperanza de vida de los varones especialmente en el llamado Rust Belt, desde algunos lustros a la fecha, lo cual es atribuido a la desindustrialización que ha acompañado principalmente a zonas como Delaware, Illinois, Indiana, Maryland, Michigan, Missouri, y Nueva Jersey. El estado más afectado por la desindustrialización fue Michigan. Y Detroit, una de sus principales ciudades, perdió la mitad de su población en los últimos 30 años con un gran incremento del crimen.
Con 7.4 por ciento, Michigan llegó a ostentar uno de los peores índices de desempleo de EU. Aunque en Detroit, el desempleo rondó en algunos años el 14 por ciento y un tercio de su población vivió (y vive) uno de los peores índices de pobreza. Este fue uno de los efectos más perversos de la globalización neoliberal en EU, pero los hubo peores, como la más aguda concentración del ingreso que engendró el famoso 1%; la preminencia de Wall Street, por la cual los banqueros se convirtieron en saqueadores de la población, por efecto de la desregulación y mutaran en los mayores poderes fácticos que haya conocido la historia, con fuerza insuperable sobre las decisiones públicas y fueran a la vez los constructores del 1% en todo el mundo.
El que la población trabajadora de EU haya y esté pasando tantas dificultades es una gran pieza del puzzle del momento. En los últimos años, en el Reino Unido se ha producido una fuerte caída de los índices salariales reales de los trabajadores; la brutal contracción de los salarios en Europa del Sur, acompañados de índices de desempleo terribles; la emigración europea masiva de los sin trabajo (en su gran mayoría jóvenes), al tiempo que la UE se ve duramente presionada por una inmigración masiva de hambrientos del mundo islámico, son otras piezas del mismo puzzle. No tiene nada de extraño, pues, que el descontento con la globalización esté cada vez más extendido entre los trabajadores de las economías metropolitanas y también entre los sudistas del mundo, y dado que la izquierda no ha tenido hasta ahora un programa adecuado frente a esas desgracias, el descontento está siendo explotado por la derecha. El Brexit y la emergencia del monstruo que vive en Donald Trump se explican, al menos en parte, por los hechos descritos.
Esta globalización no puede deshacerse en tres patadas, aunque lo quiera Trump, pero está claro que esta globalización empieza a no servir al capital, pues ha empezado a ser impugnada con creciente vehemencia en muchas zonas del mundo. Una globalización del apartheid como la que se ha ido construyendo muestra fracturas numerosas que, en el plazo medio y largo, resultan amenazantes al capital.
Dos pasos adelante de la globalización del apartheid, se asoman dos engendros que las izquierdas de hoy aún no examinan en profundidad: los hoy llamados populismos
de derecha (liderazgos apoyados en esas inconformidades de masas), que parecen buscar proclamar un nacionalismo fascista, y los crecientes vislumbres, ya no tan opacos, del uso de las armas nucleares –en primera fila EU–, para recuperar la dominación absoluta que esa potencia poseía al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
No de otra manera puede entenderse el exabrupto de Donald Trump de “hacer a América grande de nuevo”. No de otra manera puede entenderse el gabinete de multimillonarios de ultraderecha sin experiencia de gobierno, que son quienes tomarán las decisiones.
Los cerebros de los nuevos poderes usan una palabra para explicarlo todo: la crisis. La crisis actúa como comodín que todo lo justifica y busca producir un estado de parálisis en nuestras sociedades. Crisis: financiera, ambiental, social, de seguridad…; la crisis ha pasado a ser una variable independiente que todo lo explica. Se recortan los salarios y es por la crisis. Se recortan los gastos sociales y es por la crisis. Se privatizan servicios y es por la crisis. Crece de manera brutal el trabajo precario y es por la crisis. Se devalúan las pensiones y es por la crisis. Este busca ser el sentido común del apartheid del mundo.