a tormenta arrecia. Amenazan vientos fríos y huracanados del norte, que se acentuarán desde el próximo viernes, y un ciclón se forma a ras de tierra en todo el país. No hay dónde refugiarse.
Hay quienes buscan refugio en el sistema dominante. Piensan que hacerlo es realista. Consideran romántico o utópico, por ejemplo, desafiar abiertamente al capitalismo. Igualmente, aunque saben que los aparatos estatales caen a pedazos, arrastrados por la tormenta, y que la gente desconfía cada vez más de los partidos y del procedimiento electoral, cuelgan toda su esperanza de 2018. Piensan que las circunstancias harán finalmente posible que su candidato permanente gane las elecciones; confían en que, una vez en el poder, arreglará todo lo arreglable.
Vieron con disgusto la decisión del Congreso Nacional Indígena (CNI) de crear un consejo de gobierno que se expresará en la voz de una mujer indígena, que será candidata independiente en las elecciones presidenciales. Circulan de nuevo comentarios racistas y sexistas para descalificar la decisión. Advierten otra vez que la decisión dividirá lo que aún se llama izquierda
y beneficiará a los candidatos de quienes administran lo que queda del gobierno.
El debate se ha enrarecido. Se arrojan sobre las cabezas rebeldes, como proyectiles, los dogmas democráticos. Hay resistencia a abandonar el marco mental dominante, aunque se multipliquen pruebas y experiencias de que no es sensato ni realista refugiarse en los restos del naufragio institucional.
Junto a esas necedades dogmáticas, probablemente inconmovibles, cunden también el desconcierto y la confusión. No es fácil escapar de los hábitos dominantes. Para el CNI, por ejemplo, no será fácil constituir desde abajo, limpiamente, el consejo de gobierno. Se movilizan ya diversos grupúsculos para insertar en él sus cuadros. Lo perciben como una instancia de poder desde la cual podrán impulsar sus agendas, que abarcan muy diversos puntos del espectro ideológico.
El desafío que enfrentamos exige obviamente un tipo de imaginación a la que no estamos acostumbrados. Implica, ante todo, reconocer que lejos de escapar de la tormenta y buscar refugios provisionales es preciso sumergirse en ella. Ahí, desde dentro, podremos darnos cuenta que candidatos, partidos o incluso estructuras dominantes forman parte de nuestro adversario estratégico, lo que aún llamamos fascismo
, y alimentan al fascista
que llevamos dentro, escondido en el deseo de ser gobernado.
La mentalidad patriarcal, arraigada en el curso de milenios, hace muy difícil concebir el mundo sin jerarquías y estructuras de control. Al advertir que sin ellas caeríamos en el caos niegan el hecho de que por ellas estamos en el desorden actual; la ilusión de gobernarnos mediante representantes profundiza el caos, en vez de remediarlo: nos empuja al abismo de violencia y descomposición en que nos encontramos.
Es fácil decir de qué se trata: gobernarnos. Que seamos capaces de conducir por nosotros mismos nuestras vidas. Nada más pero nada menos. Resulta difícil porque estamos infectados por el virus de la subordinación: dejamos que nos gobiernen publicistas, comerciantes, banqueros, líderes, Internet y casi cualquier cosa o persona. Creemos que es libertad y democracia decidir entre las opciones que nos presenta el sistema, entre marcas de jabón o entre candidatos o partidos. Y así se constituye ese fascista
que llevamos dentro.
Hay lugares y espacios en que la gente no ha dejado de gobernar-se, desde hace milenios. No debemos idealizarlos; ahí también se observan imposiciones patriarcales y hábitos de dominación. Pero la práctica existe. Cierto número de personas nacen aún en contextos en que muchos aspectos de la vida cotidiana son fruto del acuerdo común. En cuestiones de enorme importancia para la gente se logra mantener a raya la heteronomía, la regulación por otros.
Aunque la mayoría no está acostumbrada a gobernar-se, el impulso es profundo y general. Nadie necesita capacitarnos para hacerlo. Empieza en casa, cuando creamos condiciones para que toda la familia, incluyendo niños pequeños y ancianos, participen en decisiones que afectan a todos. Pasa luego al condominio, la calle, la colonia, a todas las esferas de la realidad en que cada quien se mueve.
Existen por todas partes ejemplos de cómo cambiar el patrón de comportamiento que nos hace desear que alguien nos gobierne. En San Cristóbal, por ejemplo, una ciudad que no fue construida para automóviles, semáforos y policías gobernaban el tráfico… con malos resultados. El dispositivo uno por uno
, en que los propios conductores gobiernan el cruce de cada calle, ha demostrado las ventajas de auto-gobernarse.
En ese camino podemos descubrir que el país tiene aún inmensas reservas de saber autónomo. Que en las capas populares esa posibilidad colectiva de gobierno propio ha sido condición de supervivencia. Y que si lidiamos con la tormenta de ese modo, practicando a todos los niveles formas propias de autogobierno, organizándonos para eso, estaremos preparados para hacer lo que tenemos que hacer dentro de 18 meses.