Arte, cultura y política, tres palabras inextricablemente ligadas para el crítico inglés
designios sobre nosotros
“La pintura al óleo y la idea de la propiedad van de la mano… celebran la propiedad privada”
Viernes 6 de enero de 2017, p. 3
¿Era o no era? Detestaba que lo llamaran así, pero eso es lo que John Berger fue, de principio a fin: crítico de arte.
Nació en Londres en 1926 y estudió pintura en las escuelas de Chelsea y Central. Pero, después de dedicarse un tiempo al arte, bruscamente dejó de pintar y se dedicó a escribir de tiempo completo. ¿Por qué? Explicó las razones en 2010.
“Fue una decisión muy consciente de dejar de pintar –no de dibujar–, y escribir”, declaró a The New Statesman. Un pintor es como un violinista: hay que tocar todos los días, no se puede hacer en forma esporádica. Para mí había demasiadas urgencias políticas como para pasar el tiempo pintando. La más urgente era la amenaza de guerra nuclear; el riesgo, desde luego, provenía de Washington, no de Moscú.
Desde finales de la década de 1940 escribía charlas sobre arte para la BBC, y aportaba con frecuencia encendida polémica a las páginas del Tribune y The New Statesman.
Una colección de esos artículos se publicó en 1960, en un libro que lleva el muy apropiado título de Permanent Red (Rojo permanente). En 1962 dejó Gran Bretaña para iniciar 10 años de vida peripatética en Europa, que sólo terminó a mediados de la década de 1970, cuando se estableció en la villa de Quincy, en los Pirineos franceses. Para entonces estaba inmerso en una carrera de escritor y polemista cultural de tiempo completo.
Fue quizá Ways Of Seeing, la serie de televisión de la BBC de 1972, la que lo instaló como un nombre familiar en los hogares, hasta el punto de olvidar que tanto el proyecto como el libro del mismo título que lo inspiró fueron esfuerzos de colaboración. Berger habló siempre con fuerza y audacia.
Esa serie, que irrumpió en las rancias ortodoxias de los conocedores de arte en todo el mundo, demostró, con su insolencia y osadía de marxismo ligero (hasta el final le encantaba definirse como una especie de marxista
), sus cáusticas yuxtaposiciones y su abierta belicosidad, ser un tónico para una nación atrapada en las series de Google TV. Ways of Seeing aún se tiene como un libro clave en materia de arte, cultura y política, tres palabras que Berger consideraba inextricablemente ligadas.
El fin de semana pasado lo encontré en la librería de la Galería Nacional del Retrato en Londres, donde todavía se vende bien después de casi medio siglo. Algunas de las preguntas que el libro planteó son tan importantes hoy como siempre: ¿qué representa ver? ¿Cómo se relaciona el arte con el mercado? ¿Cuál es la diferencia entre desnudo y encuerado?
El libro dejó en claro que las pinturas tienen designios sobre nosotros, que la pintura al óleo y la idea de la propiedad van de la mano, pues no sólo inventó de hecho una forma de ver, sino también fue una celebración de la propiedad privada... y un signo de riqueza. Expuesta con brevedad, la agenda del libro terminaría por ser un sumario de la obra de vida de Berger. Lo que quizá lo fecha más que cualquier otra cosa cuando lo leemos hoy es su visión de las visitas a museos, las cuales describe como un pasatiempo que sólo las élites practican.
mirar sin concesionesFoto Víctor Camacho
Ya no ocurre así, gracias, en parte al menos, al extraordinario éxito de la Tate Modern, lanzada en 2000.
Y algo de lo que estamos muy conscientes, también, es de la extensión en la cual muchas de sus percepciones fueron tomadas directamente de los escritos del gran crítico alemán Walter Benjamin, pero hay que reconocer que Berger fue siempre un poco como una urraca tratándose de información valiosa. Aparte de eso, Berger animó a las masas a mirar con atención y sin concesiones las obras de arte individuales, no dejar que la visión pierda filo por piedades fáciles acerca del asombroso ejercicio de la destreza técnica.
Berger era un narrador apasionante. El libro es testimonio de su creencia de que no se puede hablar con verdad y sinceridad sobre el arte sin relatar la historia humana que subyace tanto en la creación como en la apreciación de las obras. Este aspecto de su talento se mostraría en sus muchas incursiones en la escritura de novelas y guiones.
Su novela A Painter of Our Time (Un pintor de hoy), de 1954, presenta a dos personajes unidos por la pasión hacia cierta pintura de Goya en exhibición en la Galería Nacional. G, la novela rigurosamente experimental que publicó en 1972, le ganó el premio Booker. Más pronto se recuerda lo que hizo con parte del monto de ese premio que la trama de la novela misma: la donó al movimiento afroestadunidense Panteras Negras con la idea, según expresó, de volver el premio contra sí mismo
(en referencia a su afirmación de que el patrocinador del premio se había beneficiado indirectamente del trabajo de esclavos en el Caribe).
En 1975 escribió A Seventh Man (Un séptimo hombre), acompañada por las fotografías de Jean Mohr, que lanzan una mirada fría y condenatoria sobre el uso indebido del trabajo migrante en Europa. A lo largo de su vida mostró arte que no sólo informaba y daba vigor a su escritura, sino también le aportaba una forma de mirar la relación entre los poderosos y los desvalidos.
Y miraba y reflexionaba sobre el arte en tantas formas diferentes, que los ojos de los críticos más convencionales se desorbitaban de incredulidad: por medio de obras de teatro y poemas, ensayos y cuentos que causaban polémica.
Siempre había mucho que decir, y una sola vida –incluso la vida de un Berger apresurado– era un tiempo demasiado breve para decir todo lo que necesitaba ser dicho. Su libro John Berger and Artists, de 2015, publicado cuando tenía 89 años, tenía más de 500 páginas, y cada una, hasta la última, era como un encuentro de lucha con las palabras, una despliegue interminable de ideas en fermentación.
En suma, Berger fue de principio a fin un hombre estridente, que expresaba sus opiniones como mazazos, hecho siempre evidente cuando uno se encontraba cara a cara con él y experimentaba de primera mano su hablar recio, su implacable asertividad.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya