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Trump y la izquierda Mx
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las desconcertantes expresiones del candidato Donald Trump habrá que añadirles, con ánimo de situarlas mejor, la inclinación ideológica de su círculo íntimo. El peso decisorio que significarán los generales designados para acompañarlo en su ya próximo gobierno tiene que ser cuidadosamente sopesado. La experiencia y formación de cada uno de estos futuros funcionarios de alto rango apuntan, con pocas excepciones, hacia posiciones beligerantes y autoritarias. Debido a ello, el reciente juego de fuerzas, hoy activas en Latinoamérica, resentirá fuertes influjos en sus procesos políticos en marcha. De diversas maneras, es factible que, al interactuar, modifiquen o acentúen modos y contenidos programáticos de los distintos gobiernos o, también, que graviten, como catalizadores externos, en las diversas etapas electorales venideras. En México, esta última vertiente ya acentúa temores y alarmas para las izquierdas. Pero, al mismo tiempo, despierta deseos y esperanzas de auxilio para las dominantes fuerzas de la derecha, ya bien establecidas por lo demás. Mucho dependerá, entonces, de las inclinaciones e intereses de partidos y candidatos con miras a 2018. Lo que aún aparece como incógnita a despejar, dentro de este panorama, es el peso que tendrá la movilización popular que se avecina.

Bien se sabe ya la intención del factor Trump –y su entorno– respecto a varias de sus prioridades geopolíticas. El acuerdo instrumentado por Barack Obama, junto con varias potencias adicionales, para controlar las intenciones nucleares de Irán ocupará lugar primordial. La suerte del Estado Islámico (EI), según tronantes sentencias del magnate trocado en presidente, está ya decidida de manera terminal. Rusia aparece ahora como una ficha estratégica en la visión y los impulsos tanto del círculo militar designado como del mismo futuro mandatario. Se ve a Vladimir Putin como un posible aliado estratégico para la solución de conflictos en varios frentes regionales sensitivos. Sin embargo, todo este conjunto de líneas de acción global contiene, en sus interacciones, balances y oposiciones que serán caros para los estadunidenses. Rusia e Irán son aliados desde hace buen tiempo. Irán juega un papel crucial en el combate a EI. Francia mantiene relaciones y negocios difíciles de abandonar con las petromonarquías, y así sucesivamente. El tablero europeo atraviesa inestabilidades generadas por la globalización neoliberal. Oriente Medio, como desde hace ya más de siglo y medio, continúa en permanente tensión. La irrupción, en caprichoso tropel, de la caballería trumpiana no hará otra cosa que afectar los precarios equilibrios que su antecesor Obama pudo negociar.

La reciente decisión de Estados Unidos de no vetar la resolución del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas introdujo un drástico cambio en sus relaciones con Israel. El embajador designado por Trump es ampliamente conocido por sus posturas cercanas a la extrema derecha israelita. Las alertas rojas se encendieron, de inmediato, en Palestina, tocando también a otros grupos extremistas árabes. La ruta de las dos naciones planteada como factible solución al viejo conflicto árabe-israelita quedará en suspenso tras los desplantes de los judíos ultraortodoxos que pretenden llevar sus asentamientos sobre tierras palestinas hasta el mero final. Como bien se puede ver, el teatro que el señor Donald Trump pretende montar se puede atisbar altamente complejo, por decir lo mínimo. Hay que recordar la profunda división que padece esta nación, sin duda un factor de constante conflicto.

Enfocando la mirada hacia Latinoamérica también se aclara buena parte de la tendencia que seguirá el displicente y temperamental presidente del así llamado imperio central. Los cambios introducidos por los gobiernos progresistas en el cono sur están, además, pasando por un periodo revisionista desde su misma vigencia interna. La confluencia lograda entre la Argentina de Mauricio Macri y el tambaleante brasileño Michel Temer da forma a un fenómeno digno de observar con sumo cuidado. Hasta hace poco era casi impensable que los avances sociales en bienestar y combate a la pobreza logrados por sus anteriores líderes (Lula-Rousseff y los Kirchner) pudieran detenerse. Hoy se les pone en duda y es posible que puedan revertirse. No se ignoran los efectos que en ambos países están teniendo las nuevas políticas montadas a mata caballo. Tampoco cuáles serán los apoyos que recibirán de sus intereses aliados, en particular del futuro gobierno de Estados Unidos. Pero esto tampoco implica que ya se pueda hablar de un cambio de época y afirmar que los gobiernos progresistas van de salida. Hay en la base popular de esas naciones muchos aspectos que no serán difuminados con facilidad. Trastocarlos de manera tajante, como lo intentan hacer tanto Macri como Temer, provocará reacciones en cadena de difícil manejo y control.

A la ya bien conocida intervención de los distintos gobiernos estadunidenses –aparejados con sus intereses privados de escala– en los procesos electivos mexicanos pasados, se debe añadir la soberbia de un grupo de plutócratas que se ha encaramado en la cima política del vecino país. La lucha por el poder en México para 2018, por tanto, se visualiza en extremo ríspida y plagada de manipulaciones ilegales de los grupos de presión. Un panorama cuyo desenlace es, por ahora al menos, casi imposible de predecir. Por ahora la realidad gira alrededor de esas peliagudas confrontaciones arriba descritas.