n los tiempos que corren es urgente que en todos los rincones de nuestra geografía la política pública en materia de cultura genere mayor capital simbólico a México y los mexicanos. La cultura es comunidad de origen, de tierra, de tradiciones, de historias articuladas en una manera de ver, de sentir, de interpretar el mundo. Es lo que como pueblo, de manera cotidiana, entretejemos para crear la conciencia de un nosotros. Porque la cultura estructura la vida social, es el momento para que la política cultural impulse la generación de desarrollo social.
Las estrategias de política pública en materia cultural deben así impulsar el desarrollo, reducir desigualdades, cerrar brechas, atender la equidad, realizar mejoras sustanciales que recuperen la expresión de la población y le otorguen viabilidad a derechos colectivos e individuales. Impulsar la cultura es, así, transformar en conciencia lo que ha sido nuestra existencia histórica. Es el momento de participar de esta comprensión. No hay que perder de vista el sentido de urgencia, la Secretaría de Cultura ha de erigirse como la articuladora de una política pública de esta naturaleza. Estamos ante la posibilidad de crear un México renovado. Está en nuestras manos escribir la nueva historia de nuestro país, una historia que permita establecer objetivos claros que trasciendan generaciones.
Luis González y González decía que los difíciles eran los mejores momentos de la historia para la creatividad. Tiene razón. Por eso insisto, en México estamos ante la oportunidad para que la política cultural sea el ámbito donde se fomente la comprensión, la transparencia, el compromiso crítico y el diálogo con los otros y con la realidad para transformarla. Es un ámbito privilegiado de pluralidad, de inclusión y formación de valores. Es clave para la cohesión social y la construcción de una sociedad responsable, solidaria y participativa. Es una oportunidad para convertirla en un instrumento poderoso para restablecer el tejido social.
Con una inversión de menos de la décima parte de un punto porcentual del producto interno bruto (PIB) la economía relacionada con la cultura produce por lo menos 3 por ciento del PIB en México. Es claro que México tiene la experiencia, tiene la calidad, cuenta con las capacidades creativas para que esa realidad se pueda acrecentar exponencialmente. Van sólo dos ejemplos como espigas de trigo agavillado.
El estímulo fiscal a la producción cinematográfica ha sido una de las palancas de desarrollo del renacimiento de esa industria en los años recientes. Es claro que lo más importante es que existe como base la calidad y la creatividad. Así, 160 películas mexicanas se realizaron en nuestro país en 2016. Este ejemplo de éxito ha sido repetido con demasiada timidez en las artes escénicas, fundamentalmente en el teatro. Es el momento en el que tendríamos que capitalizar la experiencia acumulada en estos géneros para impulsar estímulos fiscales imaginativos que nos permitan ampliar el número de actores sociales que invierten en la cultura.
En 2016 por lo menos 25 millones de personas visitaron los museos y zonas arqueológicas de México. Está probado que la inversión en conservación de patrimonio arqueológico e histórico se realiza en zonas de media y alta marginación y que 86 por ciento del presupuesto en ese rubro se queda en las poblaciones vecinas a los asentamientos prehispánicos y a los monumentos históricos. Así, si invertimos en patrimonio cultural estamos invirtiendo directamente en programas de empleo temporal y en desarrollo social. Es claro que ambos inciden en la profundización de identidades regionales y en creación de sueños de futuro para los que menos tienen.
La política cultural ha de ser, en su esencia, transversal. Sí, en México el ámbito de la política cultural es un espacio de valores para crear, con todos los mexicanos, una sociedad cada vez más abierta, transparente y apta, creativa e innovadora, con voluntad de cambio y sentido emprendedor de su misión para sembrar en los universos de la vida de nuestra nación los espacios de libertad y de sueños compartidos de futuro.