o es, desde luego, la manera deseable de acercarse a un nuevo año, pero resulta inevitable en las circunstancias. Tras la confirmación del triunfo
electoral de Trump, por una desventaja de 2.9 millones de sufragios, en los días recientes se han acumulado los presagios funestos para una era que se extenderá al menos por ocho años, según su protagonista. Aludiré a dos en especial ominosos: en el plano global, la probable reanudación de la carrera armamentista nuclear entre las potencias de una guerra fría que se consideraba concluida y, en el regional del Cercano Oriente, el intento, fallido por ahora, de forzar el abandono de la solución de dos estados y, al margen de Naciones Unidas, validar que Israel dicte los tiempos, términos y condiciones en que se desenvuelve y administra el conflicto.
Este segundo asunto se centró en un proyecto de resolución, presentado al Consejo de Seguridad por Egipto en nombre de los países de la Liga Árabe, que ratifica una posición de larga data de la comunidad internacional: la construcción o expansión de colonias o asentamientos judíos en los territorios ocupados es contraria al derecho internacional; expresa la voluntad de afianzar un dominio territorial ilegal, producto del uso de la fuerza; impide el entendimiento entre las partes, y debe ser detenida y revertida. En cambio, los gobiernos israelíes, sobre todo el actual, han propiciado y propician la multiplicación, ampliación y reforzamiento de tales colonias. El proyecto de resolución egipcio no iba más allá del consenso descrito. Una versión anterior, en 2011, había sido vetada por Estados Unidos. Ahora, ante la contumacia israelí y la continuada expansión de los asentamientos, se preveía que Washington no acudiría al veto y el proyecto sería aprobado.
El País ha seguido con especial detalle los debates del Consejo de Seguridad este mes, en el que España lo preside. El uso del twitt para la comunicación diplomática no es exclusivo de Trump. En este episodio, lo usó primero Netanyahu. Lo expidió a las 19:28 (local) del 21 de diciembre: Estados Unidos debe vetar la resolución antiisraelí en el Consejo de Seguridad el jueves
. A las 7:37 del día siguiente, Trump retuiteó: “La resolución sobre Israel que considera el Consejo… debe ser vetada…” Además, a unas horas de la votación, Trump llamó por teléfono al presidente egipcio para indicarle que debía retirar el proyecto. Al-Sisi obedeció de inmediato, con el argumento de efectuar nuevas consultas
y la sesión del Consejo se aplazó sine die. Inconformes con la escandalosa intromisión, otros miembros –Nueva Zelanda, Senegal, Malasia y Venezuela–, lo reintrodujeron y fue votado el viernes 23. Estados Unidos se abstuvo y los otros 14 miembros del consejo votaron en favor. Quedó en evidencia el aislamiento de Netanyahu y su padrino. Éste, como era de esperarse, acudió de nuevo al twitt: En cuanto a Naciones Unidas, las cosas serán diferentes después del 20 de enero
, escribió Trump a las 2:14 pm del 23 de diciembre.
Es evidente que Trump y sus notorios asesores en cuestiones internacionales –en especial, el general Flynn– saben muy bien dónde aplicar presión para que resulte efectiva de inmediato. El régimen autoritario de al-Sisi depende de la ayuda militar y financiera de Estados Unidos y se afianzó en el poder –tras derrocar al gobierno de Mohamed Morsi, producto de la elección popular– con la complacencia del gobierno de Obama. Más allá de sus consecuencias, vale destacar este peculiar episodio como expresión de la ausencia de escrúpulos de la futura administración Trump para actuar antes de haber asumido el poder. Se suma a la declaración de campaña de favorecer el traslado a Jerusalén de la embajada de Estados Unidos y al nombramiento como embajador de un abogado cercano a las posiciones más radicales de la derecha israelí. Es difícil que Trump y Netanyahu comprendan el repudio político que significa el voto 14 en favor y una abstención en el Consejo de Seguridad… o que les importe.
En el plano global apareció estos días una expresión, prácticamente simultánea, de las grandes potencias enfrentadas en la guerra fría del siglo pasado en el sentido de que ambas se proponen reanudar en los hechos la carrera armamentista nuclear.
En un discurso el 22 de diciembre, Putin afirmó: Rusia debe fortalecer la potencia militar de sus fuerzas nucleares estratégicas, en especial con sistemas de proyectiles capaces de penetrar con éxito cualquier sistema de escudo antimisiles existente o proyectado
(Foreign Policy, 22/12/16). En tanto, el mismo día, Trump tuiteó: Estados Unidos debe reforzar y ampliar en gran medida sus capacidades nucleares hasta el momento en que el mundo vuelva a la cordura respecto de las armas nucleares
. Por si fuera insuficiente, al día siguiente declaró a la televisión: Dejemos que ocurra una carrera armamentista. Los superaremos en cada etapa y a fin de cuentas prevaleceremos
. Al informar lo anterior, los medios recordaron que, en la campaña, Trump sorprendió a los expertos en cuestiones internacionales al sugerir que Japón y Corea deberían considerar construir sus propios arsenales atómicos para protegerse por ellos mismos de la amenaza nuclear norcoreana y dejar de significar una carga para Estados Unidos (Financial Times, 24/12/16). Afirmaciones similares se refirieron a los países bálticos, los de Europa central y el llamado paraguas nuclear de la OTAN.
Las declaraciones de Trump, deliberadamente imprecisas y confusas (su autor considera un mérito estratégico sembrar la incertidumbre y el desconcierto), se prestan a varias interpretaciones, como explicó el Times de Nueva York. La más estúpida fue ofrecida de inmediato por algunos de sus asesores, quienes, en un intento por amainar su impacto, afirmaron que en realidad Trump hablaba de fortalecer la no proliferación de armas nucleares. La más piadosa es que, en realidad, Trump no quiere ir más allá de la modernización y perfeccionamiento de los arsenales nucleares estadunidenses; es decir, de seguir los pasos de Obama, practicante entusiasta de la proliferación nuclear vertical. La más socorrida señala que Trump ha prometido multiplicar el gasto militar y restaurar el poderío bélico convencional y estratégico, además de estar convencido de que, si hay una carrera armamentista, su país la ganaría sin dificultad. Las consecuencias para la paz y la seguridad internacionales parecen no formar parte de sus preocupaciones.