Opinión
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Año horrible
E

l 2016 fue ciertamente uno para sacar, en medio de la debacle vivida, exigencias venideras. El sistema imperante en el México de hoy se destaca, con transparencia creciente, por su incapacidad de cambio y mejora. Se predicen, desde arriba, constantes escenarios halagadores. Se lanzan promesas por montones pero, un tanto después, ya agotado el sonido de las palabras, se reincide en la inercia anterior y todo parece volver por mal trillados senderos. Con brevísimos intervalos de ánimos renovados y confianza en el futuro, buena parte del tiempo (cuatro décadas, por cierto) se ha empleado en escaramuzas menores, multiplicidad de pleitos intestinos, abusos de mediocres dirigentes y poca energía creativa para crear y construir. Se viene, además, barbechando con un conjunto social desarticulado, refugiado en ínsulas inconexas, sujetado por el miedo y la violencia que anula, al conjunto, el destino compartido y prometedor buscado.

La presente administración de priístas que juraron saber hacerlo se adentra, debido a propios traspiés, a su fase de opaco retiro sin reconocimiento ciudadano. No da signo alguno de capacidad para enmendar la ruta en el muy escaso tiempo que le resta: un manojo de meses (12, cuando mucho), si acaso. El resto del moribundo sexenio se empleará entre los estiras y aflojas de candidaturas que ya se miran poco elegantes, mezcladas con una pizca de ásperos deseos de renovar esperanzas. El federalismo se rebela como de medio camino, sin decoro, un hueco donde se extravían los recursos públicos y las pequeñas ambiciones se desatan. Los gobernadores de la mayoría de los estados inflan sin restricciones sus aspiraciones de potentados. No sólo desean asegurar un aceptable modo de vida, sino que sueñan con arrestos de caciques enriquecidos. Por fortuna, 2016 fue, para algunos de ellos (Veracruz, Chihuahua, Quintana Roo y otros de menor exposición) el límite para sus tropelías y robos descarados. El paredón del escarnio popular es, cuando menos, su presente. Se les desea que topen con un enrejado donde paguen sus delitos. Sin este tétrico, aunque merecido final, el inicio de compostura sistémica que machaque la densa impunidad quedará nulificada.

Buena parte de 2016 se fue sin apreciar la magnitud del daño que ocasionó, aquí y allá, la campaña por la presidencia de Estados Unidos del magnate Donald Trump. Será el venidero 2017 donde se solidifiquen, con premura inusitada, los fundados temores derivados de sus amenazas, dislates, egoísmo, apañes y nula experiencia de gobierno. Los roces que tiene ya con medio mundo lo describen con precisión. Asuntos tan trascendentes como la política de defensa –y su prometido armamentismo en ciernes– finiquitan un periodo de equilibrio en ese aspecto tan cuestionado. Lanzar tuits cotidianos, uno de ellos, quizá el de mayor relevancia, para definir la sensitiva área nuclear, demuestra la escasa consideración hacia sus conciudadanos y, de rebote, hacia los habitantes del mundo entero. Una mala palabra de más o un tono indeseado puede desatar reales tormentas y desgracias.

Cabe aquí, por añadidura, explorar los rumores que han circulado y que hablan del inminente nombramiento de Luis Videgaray en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Esto apunta, de llevar sustancia efectiva la especie, a un dislate de corte mayor de la ya retocada administración de Enrique Peña Nieto. Asegurar que, por los halagos del candidato Trump al entonces funcionario hacendario (trasmutado en negociador oficioso), sería el conducto adecuado para fincar una aceptable relación entre los dos países, carece de bases sólidas. Se apuntalarían, en todo caso, miras de corto plazo, subordinaciones tácitas precisamente donde, con seguridad, habrá ríspidos desencuentros. Soslaya tan inconsecuente nombramiento hondos resentimientos ya bien sembrados entre los mexicanos.

Durante los finales días de diciembre se han sucedido distintos problemas en el abasto de gasolinas. Es obligado entonces repasar la discontinua y triste historia de Pemex. A la indebida y hasta irracional explotación de la riqueza petrolera y el dispendio de los abundantes ingresos de la empresa se suman, de manera obligada, las costosas tonterías de la tecnocracia y la avidez de los políticos que han gestionado Pemex, de mayoría priísta. Durante años aseguraron que lo sabio era importar gasolinas en lugar de refinar, internamente, el crudo. Hoy se ha de pagar tan craso error con enormes gastos de divisas. Lo mismo ha sucedido con los petroquímicos que, ante la casi inexistente capacidad instalada, se han de importar con graves costos atados. La dichosa reforma energética, que daría resultados a medio plazo, se debate entre subastas desiertas e intereses manoseados: se difunde, con orgullo apenas disfrazado, la llegada de las grandes petroleras mundiales con sus inversiones masivas y avanzada tecnología. Otro trágico recuento de irrealidades que unos cuantos años adelante pondrán al descubierto. Los responsables del desaguisado, que se pueden enumerar con detalle, por ahí andan retozando sus logros de miseria.

Pero lo distintivo del año, agravando la tendencia iniciada hace varias décadas, es el crecimiento de la pobreza (ya en 2014 eran 53 millones de personas: Coneval). Fenómeno que, en lugar de atemperarse, acelera su marcha agregando 2 millones por cada dos años. El débil aumento de la producción anual (PIB), junto con la persistente e inmoral desigualdad, dan cuerpo al doloroso conjunto de hechos que califican este año como verdaderamente horrible.