Joselito Adame, disyuntiva
Torería de El Pulques
Mexhincados e hispanópatas
os neoliberales promotores taurinos de México prefieren tolerar
nombres nacionales baratos e invertir
en ases importados, con oficio pero sin capacidad de convocatoria, salvo excepciones. Cuando hasta Carlos Slim recomienda volver los ojos al mercado interno del país, Alberto Bailleres sigue apostando, en materia taurina, por España y los diestros españoles, en esa añeja desmemoria que pretende olvidar que en la tierra de Gaona, Armillita, Silverio, Arruza y tantos más, sigue habiendo toreros capaces de triunfar en los ruedos del mundo y superar a los supuestos inventores del toreo. Pero los ídolos surgen de estrategias entre personalidad y empresas, no del neocoloniaje.
Joselito Adame tiene, al lado de sus incuestionables cualidades toreras y de sus notables carencias, una sola disyuntiva: creer que es la nueva primera figura de México, sucesor del que utilizaron de primera figura de México, o apoyar, para su beneficio y el de nuestra fiesta, una rivalidad que el calmudo, mediocre y especulador empresariado taurino se niega a promover, es decir, la competencia sistemática entre una docena de buenos toreros mexicanos a la espera de un juego profesional más equitativo. Manos a mano y encerronas sacados de la manga, no lo llevarán a ningún lado y a la tradición taurina del país, menos. Se requiere recuperar partidarismos y pasión, no improvisar más figuras.
Se fue un fecundo torero de la montera a las zapatillas: Joaquín Angelino El Pulques, padre de los matadores José Luis y Angelino de Arriaga, así como de Gerardo, magnífico banderillero. Una lluviosa tarde en San Juan Tezontla, localidad contigua a Texcoco, alternaban El Pana, Rafaelillo y El Breco, tres toreros con una casta de exportación, que decidieron esperar a que escampara, pues la placita sin callejón estaba repleta.
Cuando hay rivalidad en el ruedo la torería surge incontenible. Ante un fuerte encierro de De Paula y no obstante el lodazal, los matadores salieron como si de la Plaza México se tratara, honrando el traje de luces y a un público expectante. Contagiado de aquella competencia, El Pulques, que iba en la cuadrilla del Pana, dejó un gran par saliendo perseguido por el toro. A punto de ser cogido, Joaquín, con agilidad felina, logró meter su anatomía por una estrecha tronera horizontal. La gente, emocionada, lo llamó al tercio por ambas hazañas: su preciso cuarteo y su increíble manera de evitar la cornada. ¡Salud, torero!
Dos lacras entorpecen desde siempre a la fiesta brava de México: los mexhincados –mexicanos postrados ante lo extranjero en general y lo español en particular– y los hispanópatas –enfermos de un hispanismo visceral con el que suplen carencias o pertenencias, devaluando lo del país que los vio nacer–, confusiones que se multiplican si se pretenden especialistas con micrófono en mano.
Valeriano Salceda Giraldés y Heriberto Murrieta, experimentados cronistas taurinos de Televisa, transidos con el arte de Morante la emprendieron el domingo pasado contra el juez Jesús Morales, el primero insultándolo y el segundo cuestionando la decisión, por no haber soltado el rabo –¡a peso, a peso los rabos!– tras una faena de detalles con el sello del andaluz a un dócil pasador de Teófilo Gómez al que pasaportó de una entera, perdiendo la muleta en el encuentro. A lo largo de una brillante carrera como subalterno, Jesús Chucho Morales tuvo actuaciones notables con capotes y palos, salvó a varios toreros de ser heridos y fue peón de confianza de Manolo Martínez, no de una televisora. Sabemos el nivel alcanzado por la autoridad a lo largo y ancho del país, pero una cosa es Juan Domínguez y otra no me eche inglés.