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Vandana Shiva: “Detengamos la piratería Guillermo Bermúdez y Martha Elena García Periodistas especializados en alimentación y medio ambiente [email protected], [email protected] Hoy, más que nunca, urge trabajar desde la comunidad y no a partir del mercado global alimentario, pues éste se encuentra en manos de cinco grandes trasnacionales agroquímicas que, no satisfechas con seguir vendiendo agrotóxicos, están apropiándose de las semillas para desarrollar cultivos transgénicos, sostiene Vandana Shiva en entrevista. Ese mercado está controlado por poderosos intereses capaces de destruir las economías locales, afirma la activista india, quien participó en el Segundo Encuentro Internacional Economía Campesina y Agroecología en América: Soberanía Alimentaria, Cambio Climático y Tecnologías Agroecológicas, organizado por la Universidad Autónoma Chapingo (UACh). En la India, ejemplifica, “los mayores productores de aceite de oleaginosas se convirtieron en importadores de aceite comestible de baja calidad y de malas semillas”. Y México, país de origen del maíz, “se ha convertido en el mayor importador de maíz de mala calidad, que se produce en Estados Unidos para el ganado”. En Estados Unidos la agricultura comercial recibe subsidios por 400 mil millones de dólares, que permiten a los consorcios fijar precios distorsionados que provocan el derrumbe de ingresos de los campesinos, el aumento del número de pobres y un mayor gasto en alimentos, denuncia la graduada en Física, con maestría en Filosofía de la Ciencia y doctorado en Física Cuántica. “Hay hambre estructural como nunca antes”. Debemos retornar a las comunidades, en cuyos mercados “las personas se encuentran entre sí, intercambian semillas, ven por cada uno”. Como individuos no podemos cambiar la economía, pero “las comunidades sí pueden empezar a remodelar la agricultura y la alimentación”, afirma Vandana. No necesitan lo que el mercado mundial quiere venderles, pues “podemos intercambiar las semillas entre nosotros mismos, así que no tenemos por qué reconocer sus leyes de patentes ni queremos sus transgénicos”. Cuando se fortalece una comunidad, se puede deshacer del poder de las trasnacionales. Reconoce que no resulta sencillo convencer a los campesinos de regresar a las buenas prácticas agrícolas de sus antepasados y dejar de usar agroquímicos. Sugiere: “Lo primero que requieren los programas de agroecología es crear fuentes alternativas de información para que los campesinos sepan que no necesitan usar plaguicidas ni fertilizantes químicos para producir alimentos, y que producir con base en monocultivos no es ambientalmente sano. Deben saber que cuando hay diversidad, las plagas se controlan solas y, más aún, la producción es mayor. Nadie les ha dicho que pueden cultivar su propio alimento, de mayor calidad, y vender parte para obtener más ingresos. Cuando un agricultor cultiva su propio alimento, alcanza la libertad, el orgullo y la dignidad de ser independiente”. Relata que en un evento en 1993 medio millón de agricultores de la India afirmaron que los alimentos son tan importantes que no pueden dejarse al libre comercio, controlado por las grandes corporaciones. “Miré a ese medio millón de personas y dije: ‘Ésta es la última reserva de la libertad, porque los agricultores que usan plaguicidas son realmente esclavos de la industria del veneno’”. Además nos recuerda que todos, desde niños hasta agricultores, estamos acostumbrados a hacer justo lo que nos dicen que no hagamos, “pero cuando les ofreces una alternativa mejor y los exhortas a probarla, van a cambiar”. La activista concuerda en que para entender la problemática de la alimentación hay que considerar todas sus dimensiones (cultura, salud, medio ambiente, economía, política, historia, ciencia y tecnología). Ninguna “es más importante que otra, el conjunto es lo que importa. Ese es el problema con el reduccionismo del paradigma mecánico, que crea jerarquías donde hay sistemas interconectados. Todas las dimensiones son absolutamente significativas, pero hay un nivel superior en el que estamos conectados al universo y a la Tierra, por medio de los alimentos. El alimento somos nosotros mismos”. Nos explica que en los pasados 200 años se ha construido un paradigma mecánico según el cual, en rigor, “la Tierra ha muerto y no quedan seres vivos, sino sólo materiales para ser extraídos”. En este escenario se ha creado un apartheid ecológico, donde estamos separados de la naturaleza, y un apartheid social, donde quienes se entrenan en las ciencias extractivas son considerados “expertos”, mientras que indígenas y campesinos, quienes han desarrollado conocimientos agrícolas por más de diez mil años, son tachados de ignorantes. Entonces, “si la naturaleza está muerta y la gente es estúpida, pueden extraerle todo tanto a la Tierra como a la gente. Respecto a la naturaleza, han creado múltiples sistemas de extracción (les llamamos tecnologías) y se procura convencernos de que son superiores a las herramientas, conocimientos e imaginación de la gente. Así venden los plaguicidas, los transgénicos y la comida chatarra”. Vandana recuerda a un funcionario de altísimo nivel que dijo: “pronto el maíz producido por el agricultor valdrá cero; sólo los genes que insertamos en el maíz tendrán valor”. Lo cierto, refuta, es que la mayoría de las semillas que usan las corporaciones (algodón, maíz o soya) son resultado de la piratería; es decir, de la extracción de genes, de la apropiación indebida de frutos del conocimiento tradicional. Hace un poco de historia, remontándose al origen de la maquinaria de extracción, que comenzó por destruir nuestra civilización “cuando la reina Isabel y el rey Fernando entregaron a Colón una patente de corso, autorizándole a apropiarse de todo lo que no fuera de príncipes cristianos blancos”. En ese colonialismo se incubó el capitalismo industrial, que alimenta desde hace 200 años a esa maquinaria saqueadora, a la que se han añadido 20 años de globalización y libre comercio para terminar de exprimir esta naranja. Para Vandana, hoy ya llegamos al límite “donde mil millones de personas padecen hambre; dos mil millones, a pesar de tener alimentos, están enfermas por los alimentos que consumen; 75 por ciento de los recursos del planeta están siendo destruidos por este sistema de alimentación, y 50 por ciento de los gases que contribuyen al cambio climático están conectados con este sistema. La extracción no puede seguir avanzando”. Debemos detenerla. Ante la resistencia, “las corporaciones están tratando de encontrar nuevos trucos, patrones en todas las semillas del mundo, buscando cómo crear nuevas colonias. Han transformado nuestras mentes en colonias: a los agricultores les lavan el cerebro por medio de su publicidad. A muchas personas les hacen creer que estar enganchados a Facebook o Google es más importante que vivir su vida, construir una comunidad, conocer a quienes los rodean”.
Negar esto sólo es una muestra de racismo epistémico y ceguera tecnocientífica, como se le llamó durante el Encuentro, organizado por el Departamento de Agroecología de la UACh.
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