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Sebastiao Pinheiro: Martha Elena García y Guillermo Bermúdez De la protección a la diversidad biológica de México, centro de origen de una gran variedad de alimentos, depende la seguridad alimentaria del mundo, advirtió el brasileño Braulio Ferreira de Souza, secretario ejecutivo del Convenio de Diversidad Biológica, durante la Decimotercera Conferencia de las Partes (COP 13-CDB) de las Naciones Unidas, que se realizó en Cancún a principios de diciembre de este año. De ahí que nuestro país esté en la mira de las empresas más poderosas del planeta que, además de concentrar la mayor cantidad de tierras cultivables, detentan el control de la agricultura y la industria alimentaria a escala mundial. Esto resulta aún más atractivo para el gran capital, gracias a que el gobierno mexicano se encargó de promover con mucho ahínco nuestra biodiversidad como una fuente de negocios (“capital natural”), entre las trasnacionales. En este contexto, cobran gran relevancia las opiniones del doctor Sebastiao Pinheiro –precursor de la agroecología en América Latina e incansable impulsor de esos saberes en distintas comunidades del continente–, para quien México resulta estratégico en la producción de alimentos de calidad, porque está más cerca del consumidor europeo y estadounidense. Por lo mismo, la agroecología de exportación como negocio es una meta prioritaria de gobiernos, bancos y corporaciones internacionales de productos orgánicos que buscan controlarla, formula el también investigador de la Fundación Juquira Candirú, entrevistado durante su participación en el Segundo Encuentro Internacional Economía Campesina y Agroecología en América: Soberanía Alimentaría, Cambio Climático y Tecnologías Agroecológicas, realizado en agosto pasado en Chapingo, Estado de México. Ante tal amenaza, no debemos continuar de brazos cruzados, mirando cómo las empresas trasnacionales continúan despojándonos de los conocimientos y recursos genéticos, cuyo origen, preservación y riqueza es producto del trabajo de los pueblos originarios y campesinos. Debemos desarrollar una estrategia sobre la manera de orientar la agroecología. De ello conversamos con el doctor Pinheiro, defensor tenaz de la soberanía alimentaria. “Los dos países tienen situaciones distintas, pero ambos están bajo la presión externa que busca controlar su autonomía en la agroecología. Mientras en Brasil todo lo que producimos es para el mercado interno, en México todo se va para afuera, es decir, se destina al gran mercado”. En Brasil, desde 1973 empezamos una campaña de educación contra los plaguicidas: si hay productos buenos (naturales) tienen que ser para todos, comenzando por las embarazadas y los niños en la escuela. Seguimos avanzando hasta establecer una legislación estatal sobre alimentación orgánica en las escuelas de Santa Catarina, un estado del sur, reseña el entrevistado y agrega: “Cuando Lula entró al gobierno financió la compra directa de productos agroecológicos al productor y expandió este modelo a todo el país. Una estrategia política que no es del Banco Mundial ni de la Organización Mundial de Comercio (OMC), a los que hoy los gobiernos están subordinados. Nuestra salud no está en sus manos, ésa es la construcción que hemos hecho”. Dejar de consumir comidas industriales en las escuelas transformó la estructura regional de la alimentación, y ahí empezaron los problemas con la industria de alimentos: ni Nestlé ni Coca-Cola quieren que eso prospere. “Nuestra educación en agroecología es muy antigua y la prioridad –ilustra Sebastiao Pinheiro– es la ciudadanía, la soberanía alimentaria y los productos naturales. Nosotros sabemos que cuando el padre produce alimentos naturales para el hijo que está en la escuela, hasta su enemigo político queda neutralizado, porque el hijo come comida de calidad.” A la pregunta de qué debería hacer nuestro país para favorecer más el consumo interno, en lugar de privilegiar la exportación, Pinheiro responde: “En México es donde, proporcionalmente, hay más campesinos a escala mundial. Además posee una cosa que nadie tiene: 50 por ciento de la tierra está en manos de los campesinos. Ustedes consumen mucho alimento industrializado, aunque aquí sería más fácil comer alimentos naturales que en cualquier otro país del mundo; sin embargo, la industria es muy fuerte: el pan, las tortillas, todo acá es industrial”. Sugiere emprender una discusión pública sobre la mala calidad de los alimentos industriales, sobre la tortilla, por ejemplo. ¿De qué calidad es la tortilla en la ciudad? ¿Y en el campo? Podrían traer tortilla del campo a la ciudad para abastecer la demanda. ¿Qué opina el pueblo? No se requiere un plebiscito para esto. “Así lo hicimos en Brasil: cuando presentábamos maíz cultivado orgánica e industrialmente, el consumidor los veía y se enojaba. Ésa era la estrategia”. Por otra parte –abunda el entrevistado–, a los profesores universitarios que hacían ciencia perversa, como la llama Víctor Manuel Toledo, les quitábamos la máscara. Así, con la divulgación y la propaganda, nosotros avanzábamos y ellos disminuían. El mercado, con los campesinos organizados, hacía que todos buscasen el alimento orgánico”. De acuerdo con su experiencia, Pinheiro considera que la sensibilización de los campesinos para que dejen atrás los agrotóxicos es un proceso que debe construirse en el tiempo con acción, reacción y reflexión. “El principal trabajo que hacemos con los campesinos es educar. Jamás buscamos reprimir. El conflicto es una represión. La educación es abrir los ojos y el corazón hacia algo que él no conoce”. Argumenta que “es muy difícil que un campesino perciba que hay valores fuera del dinero. La sociedad industrial es pródiga, muy, muy competente para hacer que el dinero sea el motor de todo; el motor, no la vida. Así que trabajamos con las mujeres basándonos en una expresión muy sencilla: el hombre piensa con el bolsillo, ya sea para poner adentro o para sacar y mostrar poder. La mujer piensa con el corazón, primero está la familia y las cosas de la casa. Eso es lo importante. Hablamos con el hombre, por cuestiones culturales, pero el blanco es ella. Buscamos que la mujer perciba la importancia del valor de lo natural; no nos importa que él no nos escuche, ella después va a encontrar la forma de hacerlo entender”. Para Sebastiao Pinheiro “toda comodidad es cara y enajena. Un campesino es un hombre que ha sido entrenado para desarrollar muchísimo esfuerzo físico, de ahí que lo fascine la propaganda de los plaguicidas, como el glifosato. Nosotros tenemos que quitar ese deslumbramiento, esa fascinación y traerlo a la realidad, ante las emergencias, con respuestas rápidas, efectivas, eficientes y sin costos”. Como ejemplo refiere su experiencia en un lugar donde había un huerto de marañón (nuez de la India) todo podado. Acota que el marañón no se poda, pues cuantas más ramas tiene, más produce. Los campesinos llevaban cinco años con una plaga de mosca blanca y en ese tiempo no habían cosechado nada. Les enseñó a hacer agua de vidrio y la aplicaron en todo el huerto. Al otro día confirmaron asombrados la muerte de las mosquitas. Sebastiao les reveló que este insecto debe comer constantemente y se muere de hambre porque el agua de vidrio provoca que la planta cierre el flujo de nitrógeno. Relata la sorpresa de los pobladores en esa misma comunidad cuando con harina de roca bloqueó en menos de un minuto el mal olor de un chiquero. “Aprovecho su asombro y empiezo a explicarles a personas que están fascinadas; ellas va a hacer lo mismo que con su familia y sus vecinos. Eso es multiplicación”. No se trata de infundirles terror a los consumidores, sino de hacerlos reflexionar, aclara Pinheiro. En una tablita les muestra que el cultivo agroecológico de la lechuga da 39 por ciento de calcio; el convencional, 13 por ciento, es decir, un tercio menos. Por lo tanto, para obtener más calcio habría que comer el triple de lechuga. De ahí pasa a explicarles que esa deficiencia provoca osteoporosis y les pregunta si no es mejor comer lechugas sin plaguicidas y sin fertilizantes químicos, que comprar cápsulas de calcio. De igual manera, mueve a la reflexión en torno a la diferencia entre la leche en polvo y la materna. Después de escuchar diferentes respuestas, saca un billete. “La diferencia entre leche en polvo y leche materna es ésta y muestro el billete. ¿Qué ocurre? Los dejo mudos. Cuánto cuesta el plaguicida, cuánto cuesta tu esfuerzo. Ustedes no están protegiendo su salud ni preservando su riqueza, están adquiriendo enfermedades que dejarán a su familia en mala situación”. Hoy que nuestros gobernantes en su afán mercantilista intentan poner en venta, como una mercancía, nuestros recursos naturales, alentando a las empresas trasnacionales a hacer negocios con nuestras semillas y nuestras tierras cultivables –en perjuicio de las comunidades agrarias y los pueblos indígenas, creadores de esta riqueza que le pertenece a México–, es hora de concebir estrategias que posibiliten un manejo agroecológico que nos beneficie a todos los mexicanos e impidan que el capital internacional nos despoje, una vez más, de nuestro patrimonio natural. Experiencias como las narradas por Sebastiao Pinheiro alumbran el camino para avanzar a paso firme en esa dirección. Ya es evidente que la industria produce alimentos que enferman. Ahora pretende asumir la función de producir alimentos, aniquilando la actividad del agricultor. Abramos los ojos y el corazón, como dice nuestro entrevistado, para ver que “cuando un campesino cultiva la tierra, produce alimento con amor, con dignidad, con salud”.
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