17 de diciembre de 2016     Número 111

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Veracruz

Soluciones agroecológicas en
un naranjal de Papantla: más
productividad, cero químicos,
salud y sostenibilidad


FOTOS: Lourdes Rudiño

Lourdes Rudiño

Papantla, Ver. Estamos en un predio de 16 hectáreas de naranja en su mayoría y algo de toronja. Es la huerta “Los Gómez”, en el ejido San Pablo. Tiene a un lado el río Tecolutla y está muy cercano al municipio de Álamo, conocido por ser el principal oferente de naranja de México.

Propiedad del doctor Manuel Ángel Gómez Cruz, “Los Gómez”, ubicado en esta zona del norte de Veracruz, se ha vuelto un espacio de visitas constantes, pues aquí llegan fruticultores, investigadores, académicos, legisladores, funcionarios, periodistas, estudiantes, agroecólogos, etcétera, tal como ocurre hoy. Resulta que esta huerta desde hace cinco años se volvió orgánica, esto es absolutamente libre de agroquímicos, y en ella se han venido experimentando una serie de prácticas agroecológicas que demuestran cómo acciones que son benéficas para preservar el medio ambiente, para los árboles, el suelo y el río, resultan también bondadosas para la salud de los consumidores y para el bolsillo de los productores.

“Los Gómez” está jugando también el papel de campo experimental para el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias para el Desarrollo Rural Integral (CIIDRI), de la Universidad Autónoma Chapingo (UACh), institución nacida en 2008, y que entre sus objetivos centrales está fomentar la agroecología por medio de la transmisión del conocimiento a estudiantes, a profesionales de la agronomía y a productores. El CIIDRI, que es dirigido por Gómez Cruz, tiene convenio con 30 organizaciones de productores, a los cuales capacita pero sobre todo –y esto con gran énfasis– les da seguimiento para garantizar la práctica correcta y efectiva de la agroecología.

“Aquí [en la huerta] tenemos un rendimiento de 40 toneladas por hectárea de naranja, en comparación con las 12 de la media nacional –la cual se mantiene sin cambio en el registro histórico que implica los 90 años recientes– y con las ocho toneladas que se producen por hectárea en Álamo, donde además tienden a la baja”. En Álamo y en todos los campos de naranja con tecnología tradicional –la productivista, de la llamada “revolución verde”, consumidora voraz de químicos– el uso del glifosato, el herbicida de la trasnacional Monsanto que se utiliza para abatir la maleza (los arvenses) y que según investigaciones médicas se relaciona con el cáncer en humanos, ha generado un desequilibrio ecológico, pues ha destruido a los microorganismos que nutren a los suelos y que combaten las enfermedades de los árboles, dice Gómez Cruz durante un recorrido por la huerta que conduce él mismo en colaboración con colegas y alumnos de Chapingo.

La experimentación que se ha realizado en “Los Gómez” implica prácticas tales como la siembra de crotalaria y de otras leguminosas –como la mucuna, el chícharo verde (o frijol gandul como se le conoce en Brasil) y la titonia– entre los árboles de naranja para fijar nitrógeno en el suelo y así también evitar herbicidas; el mantenimiento de arvenses, de manera controlada por las propias leguminosas, con el objetivo de preservar microorganismos; el uso de abonos foliares preparados en la propia huerta; el uso de harinas de roca, para fortalecer el suelo; las podas diferenciadas según la edad de los árboles, y otras prácticas más relacionadas con la salud y nutrición de los árboles y con la limpieza del campo. Varias de las acciones que se toman en la experimentación surgen de propuestas que expertos en agroecología nacionales o extranjeros hacen al CIIDRI o a la huerta, y también de la investigación ya documentada y publicada.

Un aspecto particular que destaca Gómez Cruz es la preservación de arvenses y sus microorganismos (aquí tenemos 117 hierbas diferentes) pues allí se alojan los predadores naturales de vectores transmisores de enfermedades fatales para la citricultura. “Tenemos predadores para la Diaphorina citri”, insecto vector que transmite la bacteria Candidatus Liberabacter, causante de la enfermedad Huanglongbing (HLB) o dragón amarillo en cítricos. El dragón amarillo ha causado ya la disminución de 50 por ciento de la producción de naranjas en Brasil en diez años y en seis años redujo a la mitad la producción de Florida. Ambos lugares son líderes mundiales en naranja. El doctor comenta que han comprobado que en campos tratados con glifosato hay una presencia de Diaphorina en cantidad de miles mientras que en campos orgánicos apenas aparecen dos o tres insectos.

Todas las buenas prácticas en “Los Gómez” han devenido en más productividad, mejores precios y salud vegetal y humana.

“Aquí empezamos con 15 o 20 toneladas por hectárea y en los años recientes hemos tenido 40 toneladas, con excepción del año pasado, en que la sequía afectó a toda la zona. A nosotros la producción nos bajó en 25 por ciento y a la región en 38. En esta zona, los costos de producción, con un nivel técnico alto andan en 25 mil pesos por hectárea. Nosotros [“Los Gómez] andamos en 20 mil pesos, gracias a que la mayoría de nuestros insumos los producimos aquí mismo. La venta de nuestra naranja es por contrato, con una juguera que exporta el jugo a Suiza. El contrato establece un periodo de cinco años, con el cual nos van a pagar el precio más alto del mercado, del primero de enero al 31 de marzo, más un 50 por ciento por ser orgánica la fruta. Este año la naranja estuvo entre mil 500 y dos mil pesos, la toronja estuvo en 3 mil 100 en planta. A nosotros nos van a pagar lo más alto más 50 por ciento”, dice Gómez Cruz.

Como CIIDRI, existe el plan de hacer extensiva esta producción agroecológica de naranja a todo el norte de Veracruz, con énfasis en Álamo, donde 360 comunidades producen este cítrico en una extensión de más de 40 mil hectáreas en manos de 15 mil familias productoras. Y, además de inducir las buenas prácticas agrícolas, se busca propiciar que cada vez haya una oferta mayor de naranja y toronja orgánica que pueda canalizarse en forma de jugo por vías comerciales hacia los consumidores mexicanos. Hay una empresa juguera que ya está manifestando su interés y de hecho está ya haciendo tratos con productores vecinos de “Los Gómez” que han incorporado prácticas orgánicas con éxito.

“Queremos que los productores se separen de todo el esquema de insumos químicos, que es el de las grandes empresas que viven de vender la semilla y junto con ella todo el paquete de herbicidas, insecticidas, pesticidas… La lógica que tenemos de producir nuestros propios insumos la estamos llevando a todos los lugares donde trabajamos como centro de investigación. Queremos que el productor, en sus condiciones, con sus recursos, produzca sus insumos. Y para ello, como Universidad nos estamos coordinando y aliando con algunos despachos; con centros de capacitación como Tierra Pietra, del Estado de México; con la Red de Acción sobre Plaguicidas y Alternativas en México (RAPAM), y otros.

Pero la tarea es un gran reto. Comenta Rita Schwentesius que en México en términos generales de la agricultura sólo cinco por ciento de los productores asumen la innovación tecnológica. El resto son renuentes o se han quedado en el camino. Dice Gómez Cruz que el primer motivo de los productores para rechazar nuevas tecnologías es decir que están acostumbrados a trabajar como les enseñó su papá y por tanto no van a cambiar. “De cien, cinco o seis nos dicen ‘sí me interesa’”.

El segundo freno está cuando los productores consideran que será muy difícil conseguir y pagar los insumos –incluidos varios minerales– para la elaboración de los productos que utilizarán para asegurar la salud y nutrición de sus árboles. Ya que se superan esos obstáculos, les resultan complicados los procesos, “que hay que hervir esta mezcla, que esto se pone arriba, que esto abajo, que esto en las hojas, que se podan así o de otra manera los árboles, que la poda es diferente según la edad de los árboles… Uno les explica pero al regresar transcurrido el mes, dicen que no funciona, y lo que pasa es que no están siguiendo bien las instrucciones”.

Entonces, comenta Gómez Cruz, resulta muy importante el seguimiento. Mantener la vigilancia en los procesos que realiza el productor. Ese seguimiento no existe en los programas de capacitación y extensionismo del gobierno, los que desarrolla la Secretaría de Agricultura. Esta dependencia “gasta miles y miles de pesos en capacitación, pero lo que hacen es dar seminarios, cursos, hay diplomas, auditorios, hoteles lujosos para los capacitadores, pero no hay seguimiento en los campos productivos”, dice.

Y el reto es mayor porque entre los profesionales de la agronomía predomina aún el paradigma de la “revolución verde”, la cual, dice, nació después de la Segunda Guerra Mundial, pues se dejó de usar químicos para matar gente en la guerra y había que usarlos para algo, y todos los que entonces se capacitaron en las universidades como ingenieros y doctores en carreras agronómicas asumieron los dictados del uso de agroquímicos. En México eso sigue vigente. En la UACh, con una población estudiantil de miles de estudiantes, tan sólo un ciento estudia agroecología, y muchos ingenieros agrónomos titulados se dedican a vender agroquímicos, obteniendo una comisión por cada producto que colocan muchas veces a sabiendas del daño que conllevan.

Ante el reto de impulsar la citricultura libre de agroquímicos en el norte de Veracruz, el CIIDRI ha hecho un diagnóstico y ha detectado cuatro problemas en esa región: el primero es el mencionado de bajos rendimientos por hectárea.

El segundo problema es que los herbicidas son la base de la limpieza de maleza de los campos. “La gente ha visto que si aplica herbicidas abate la maleza con tres mil pesos por hectárea (cuatro aplicaciones, dos litros por hectárea y dos trabajadores), a diferencia de los ocho mil 500 pesos que se requieren con trabajadores que corten con machete. “El productor no sabe los efectos del herbicida. No sabe que la naranja está absorbiendo este veneno, que el glifosato tiene que ver con el cáncer y que las mujeres embarazadas lo transmiten a sus hijos. No saben que los herbicidas afectan sus tierras porque matan los microorganismos y sin éstos no hay vida, no hay suelo, las raíces no pueden absorber los nutrientes que tienen que ser degradados por esos microorganismos. Entonces este es el principal factor que afecta la productividad y Álamo produce cada vez menos toneladas por hectárea.

“La propuesta que tenemos de sustituir el glifosato con la siembra de leguminosas entre los árboles es similar en costos, pero nos llevamos mucho tiempo estar sobre ese problema”.

El tercer problema fuerte está en la comercialización; son muchos productores con escasa producción cada uno, que se enfrentan a un puñado de compradores. “Cuando comienzan los soles y las secas en febrero, todos los productores de Veracruz quieren vender; ante esa oferta, los precios bajan, los castigan los compradores. Si el productor quiere aguardar un poco para luego vender mejor debe incurrir en préstamos, con réditos que en esta zona son muy altos, de 12 por ciento mensual. Al final la venta debe realizarse en el momento que impone el prestamista.

El cuarto dilema consiste en ver quién debe capacitar a los productores para cambiar. Primero pensamos que este papel corresponde a la Universidad, pero Chapingo no está muy capacitado para ello debido a que predomina, como ya se dijo, el paradigma de la “revolución verde”, un esquema que favorece el negocio y está en contra de la salud y de la sostenibilidad. “Como CIIDRI, como Universidad, dijimos vamos a abocarnos a enfrentar esos problemas. Hemos definido la estrategia. Y por lo pronto estamos con cursos aquí, con los productores, con los estudiantes. Capacitamos en nuestros campos y en los de los productores”. Estudiantes de la UACh que realizan en “Los Gómez” su servicio social por las mañanas observan y aprenden en campo y por las tardes entran a revisar y comparar todo lo que vieron con lo que hay en internet, para fortalecer el conocimiento, para contrastarlo y para comparar el resultado de su análisis con los investigadores del CIIDRI, con lo cual se va enriqueciendo el trabajo.

Historia de “Los Gómez”

El ejido San Pablo nació en 1925. Dice el doctor Manuel Ángel Gómez Cruz: “Aquí hay 400 hectáreas de suelos de aluvión (muy productivos) que colindan con el Río Tecolutla en una longitud de tres mil 800 metros. Inicialmente aquí se sembraban maíz y frijol, después vino la etapa de plátano. Había una especie de contrato con una compañía internacional que sacaba la fruta. Esto fue en 1940. Los barcos llegaban a Gutiérrez Zamora, entraban los lanchones y cargaban. Era una época de mucho dinero aquí, la gente prendía los cigarros con los billetes, no tenían que gastar pues tenían maíz y frijol. Y en una ocasión la empresa bananera dijo ‘no les voy a pagar sino hasta dentro de ocho días, luego dijo ‘pago al mes’, luego fueron tres meses, luego un año y luego desapareció. Transó así a toda la región, y esta volvió a caer; después vino la época del tabaco a mediados de los años 50s, posteriormente fue la naranja. Mi papá fue el primero que sembró aquí naranja en 1960. Esta huerta tiene árboles sembrados ese año, esto es 56 años de edad. Recuerdo que mis padres un domingo venían caminando y vieron un naranjal. Estaba yo chico y estaban preocupados acerca de si podría yo ingresar a Chapingo, ‘si no, ¿qué vamos a hacer?, pues que le dé a las labores del campo’, decían. Ya tenía dos hermanos en casas de huéspedes en la Ciudad de México a los que les estaban mandando dinero y era pesado para mis padres. Yo había salido de la secundaria y había hecho el examen de admisión a Chapingo. Bendito Chapingo, pues estuve allí siete años.


Manuel Ángel Gómez Cruz dialogando con invitados a la huerta "Los Gómez".

“Los demás productores eran escépticos de sembrar naranjas aquí. Pensaban que el río se las iba a llevar pues esta es una zona de inundaciones. Hemos tenido trece inundaciones en un solo año. Pero al ver, con las naranjas de mi papá, que sí funcionaba, comenzaron también a sembrar. Casi todas las huertas aquí tienen entre 35 y 45 años. La más vieja es la nuestra”.

“Mi padre me heredó ocho hectáreas y yo compré ocho más. Y tengo una reserva ecológica de tres hectáreas y media, que en un principio me exigió la compañía certificadora de orgánicos. Ahora ya esas reservas no son requerimiento, pues se pueden resolver con tierras de los vecinos o con las orillas. Aquí cada hectárea cuesta unos 200 mil pesos. En mi huerta tenemos unos tres mil 300 árboles, una media de 200 por hectárea. En una parte hay 150 y en otra 300. Un 40 por ciento de los árboles tiene 30 años de edad, otro 50 por ciento tiene 20 años y hay otros recién sembrados y los más viejos de 56 años. El patrón que tenemos aquí es el clásico, el cucho (el árbol propio de la región que es muy productivo y con naranja Valencia, la más común en el mercado), y tenemos alrededor de 25 por ciento de patrones tolerantes al virus de la tristeza.”

Esta huerta ha sido durante cinco años espacio para la experimentación y desarrollo de prácticas agroecológicas. Los doctores Gómez Cruz y Rita Schwentesius han estado trabajando intensamente, desde la UACh, el tema de orgánicos desde hace 12 años. Lo hicieron en principio desde la perspectiva del consumo –ellos han sido protagonistas del tianguis orgánico de Chapingo–, de la investigación y de las estadísticas, y ahora, en “Los Gómez” desde la producción misma. A la par que esta huerta, el CIIDRI desarrolla investigación, experimentación e investigación en campos de café orgánico, en la región de Loxicha, Oaxaca.

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