Martes 13 de diciembre de 2016, p. 5
Conocí a Rafael en los años 1976 a 1978, cuando trabajaba de asesor en el Instituto Nacional de Bellas Artes. Más tarde nuestros caminos se vincularon cuando se incorporó al Instituto Nacional de Bellas Artes y fue coordinador del recién fundado Conaculta (1989), donde yo también ingresé. Me sorprendió entonces su vigor intelectual, el talento para discutir e implicarse en los asuntos del arte y la cultura, así como su búsqueda de respuestas a las diversas situaciones de las instituciones de cultura.
Su inicial formación en las artes (la música y la literatura) se fortaleció con su interés acucioso por el desarrollo histórico de México. Estas disposiciones primarias se enriquecieron con el conocimiento directo de las particularidades que presentaba la madeja de instituciones culturales en el territorio nacional, y el contraste entre éstas y el centenario centralismo de la capital. Rara combinatoria. Rafael unió las cualidades del hombre de cultura, la comprensión del tejido enmarañado de los organismos culturales y la capacidad de dar respuesta a esas tramas complejas con acciones puntuales, imaginativas, eficaces y administrativamente congruentes. En sus dos administraciones en Conaculta fundó instituciones que le dieron un giro al quehacer cultural e introdujo programas para fortalecer la formación, la creatividad y el nacimiento de nuevos valores culturales.
Nos legó un tesoro institucional fuerte y exitoso, que ahora debe ser continuado, estructurado y perfeccionado. Detrás de esa gran herencia nos queda en la memoria la figura elegante, el tacto político, la gentileza del trato y la mixtura extraordinaria del hombre de cultura con el político práctico, forjador de instituciones de Estado. La mejor manera de honrar su memoria será cuidar y blindar el gran legado cultural que construyó.
Enrique Florescano
Diciembre 11, 2016