oncluye un año muy violento, repleto de desastres humanitarios y turbulencia política. El gobierno sirio está empeñado en pulverizar la ciudad de Alepo y en un número creciente de naciones se observa la renovada fuerza de grupos y partidos populistas.
Bashar Al Assad lucha por mantenerse en el poder con el apoyo de los alauitas, una minoría en su país de origen chiíta. No parece posible una solución negociada del conflicto.
En cuanto al populismo, el domingo pasado se prendieron dos foquitos en Europa que reflejan la cambiante situación dentro de la Unión Europea. Por un lado, apareció una luz verde tras la victoria en las elecciones presidenciales en Austria del candidato progresista y político independiente, Alexander Van der Bellen, sobre el ultranacionalista Norbert Hofer.
La campaña de Hofer fue abiertamente populista y contra el orden político que simboliza la UE. Se opuso a la inmigración y a los refugiados y abogó por mayor apertura hacia los países del este europeo y menos dependencia de los grandes de la UE.
Por otro lado, el domingo pasado se prendió un foco rojo en Italia. Se trata del tercer éxito de la revuelta populista que se inició en Reino Unido al aprobar el Brexit y que continuó con el fenómeno Trump en Estados Unidos. Ahora fue el turno de Italia, cuya prensa atribuye la derrota del referendo propuesto por el primer ministro Matteo Renzi a una reacción populista acerca de la situación económica del país. Poco tuvo que ver con los cambios constitucionales muy oportunos que pretendía Renzi para reformar el proceso electoral. Se trataba de poner fin a la inestabilidad de gobiernos minoritarios. Piensen que desde 1946 Italia ha tenido 64 gobiernos.
En vista de lo anterior, reviste particular importancia la decisión tomada hace unos días por la canciller federal de Alemania, Angela Merkel, de buscar la relección. Los medios de comunicación han reproducido una foto tomada en Alemania en junio de este año en la que aparecen los dirigentes del Grupo de los 7. Si Merkel gana las elecciones el año entrante será, además de Abe y Trudeau, la única aún en funciones de los siete que salen en la foto.
Los movimientos populistas que se oponen al orden establecido (establishment) están ganando terreno. La idea de que los ciudadanos de un país quieran ser los dueños de su destino es loable, pero puede tener resultados inesperados. Consideren la UE. Sobre la base de un acuerdo franco-alemán, se ha convertido en un ambicioso proyecto político, económico y social que agrupa a 28 países y que es fuente de estabilidad y progreso para sus miembros.
Desafortunadamente, en 2015 el entonces primer ministro británico, David Cameron, cometió un error garrafal al ofrecer a los euroescépticos de su partido un referendo antes de 2017 sobre la permanencia de Reino Unido en la UE. Se religió en 2015 y luego renunció al perder el referendo.
Algún día conoceremos las razones que llevaron a los británicos a salirse de la UE. ¿Desencanto con los burócratas en Bruselas? ¿Inconformidad con trabajadores que llegan de otros países de la UE? ¿Pérdida de sus características nacionales? ¿Miedo a una llegada masiva de refugiados de Medio Oriente y África?
No cabe duda que los conflictos en Medio Oriente han causado una corriente de refugiados hacia Europa y que los golpes incesantes del terrorismo internacional plantean problemas de seguridad en muchos países. Pero los políticos que juegan la carta populista no tienen soluciones a esos desafíos, salvo cerrar fronteras y perseguir a quienes podrían ser terroristas.
También influyen la globalización y el libre comercio, y los pactos bilaterales o multilaterales que lo codifican. Políticos populistas como Trump ahora atacan el libre comercio como la fuente del desempleo en el sector manufacturero. Ahora resulta que muchos republicanos en Estados Unidos han perdido su entusiasmo por el libre comercio, mientras China (¿quién lo hubiera dicho?) ahora se ha convertido en su principal defensora.
Al igual que en Europa, en Estados Unidos hay mucha resistencia a un cambio de la composición racial del país. Washington suele ufanarse de ser una democracia multirracial y religiosa, pero los ocho años de la presidencia de Barack Obama han demostrado lo contrario entre varios sectores de la población. El racismo persiste y ahora incluye a los latinos, además de los negros. Los musulmanes también se sienten discriminados.
En México persiste la discriminación racial pese a medio milenio de mestizaje. Es un país mayoritariamente mestizo, pero tardó siglos en aceptarlo. La llegada de distintos grupos europeos y de Medio Oriente contribuyó a promover la tolerancia racial y religiosa, pero queda mucho por hacer.
Europa es un caso aparte. Debajo del proyecto de la UE hay fuerzas ultranacionalistas que no aceptan el camino trazado originalmente por Francia y Alemania. Se oponen a la migración y enarbolan su supuesta identidad nacional. Así como en Estados Unidos hay quienes rechazan el establishment en Washington, en Europa hay quienes se oponen a la supuesta dictadura de Bruselas, sede de la UE.
De ahí la importancia de Angela Merkel. Resulta curioso que Alemania, la gran derrotada en la Segunda Guerra Mundial, se haya convertido en la principal defensora de los valores que representa la UE.
Merkel cuenta con casi 90 por ciento de apoyo dentro de su partido, la Unión Cristianodemócrata. Es un buen nivel de aceptación en vista de los severos problemas económicos; algunas derrotas en elecciones regionales; el auge de partidos de ultraderecha, como Alternativa para Alemania, y, sobre todo, la decisión ejemplar de Merkel de aceptar casi un millón de refugiados. Ese gesto humanitario plantea muchos problemas para Alemania y la UE, pero en su cuarta campaña electoral tendrá oportunidad de matizar sus posiciones. La identidad de Alemania no está comprometida.