nte la tormenta, en este momento de peligro, es urgente profundizar la rebelión política en curso. Pero no será fácil. Se intensifican arriba y abajo esfuerzos por detenerla o mutilarla.
Tocqueville había advertido ya de los riesgos de despotismo en las sociedades democráticas, que vinculaba sobre todo con la tiranía de las mayorías
. Sin embargo, deslumbrado por el nuevo régimen político que encontró en Estados Unidos, no logró ver que el despotismo, lo mismo que el racismo y el sexismo, se encuentran en la naturaleza misma de ese dispositivo. Hace cien años, el gran intelectual negro W.E.B. Dubois reveló esa condición en un ensayo poco conocido: The African Roots to War
( The Atlantic Monthly, 115, mayo 1915).
El mecanismo de control se encuentra en el diseño mismo de la democracia de representación
; fue conscientemente insertado en él por quienes la concibieron, como muestran las discusiones entre Hamilton y Madison que dieron forma a la constitución estadunidense y con el tiempo a muchas otras.Al acuñar la expresión despotismo democrático
, Dubois mostró la complicidad de los súbditos del nuevo régimen con el grupo que lo controla. Dubois mostró que ese dispositivo se consolidó cuando se unieron capital y trabajo, en una nación democrática
, para explotar y despojar conjuntamente a personas, grupos y países de colores más oscuros. Las feministas revelaron, casi al mismo tiempo, la naturaleza sexista del régimen, que no se eliminó por el triunfo de las sufragistas o el régimen de cuotas por género en el sistema de representación; las mujeres siguen siendo la última colonia
.
El análisis de Dubois cobra actualidad porque el aliento proteccionista y nacionalista que caracteriza los nuevos vientos que corren por el mundo, más allá de la globalización neoliberal, tiene claramente el signo de la línea de color
que él denunció: se basará en la complicidad de súbditos y élites para la explotación y despojo de personas, grupos y países de otro color o de otro género. La postura se manifiesta con claridad en Trump, pero tiene el mismo signo en Europa y muchas otras partes.
La rebelión política en curso logró ya desmantelar las dos creencias que sustentan ese régimen. En todas partes la gente dejó de confiar en el procedimiento electoral; las campañas le producen irritación, rabia y asco y se han hecho enteramente evidentes los trucos, fraudes y manipulaciones que caracterizan el proceso en todas partes. También se hizo evidente a quién representan los representantes
y la manera en que el 99 por ciento queda fuera del dispositivo de control. Para fundamentar y profundizar la crítica, es muy útil acudir al libro de Clemente Valdés La simulación de la democracia (Ediciones Coyoacán, 2014), que muestra con rigor la manera en que ese régimen nos convierte en súbditos.
Una primera reacción ante la rebelión ha sido negarla: continúan los rituales para crear la ilusión de que todo sigue igual. Proliferan, igualmente, reacciones que encubren la naturaleza del régimen con iniciativas que apelan a él para que se autocorrija. Se busca el recuento de votos, la reorganización de los partidos o la formación de otros, la reforma de los procedimientos electorales o de las relaciones entre poderes y otras muchas cosas.
Cabe prever que el carácter efímero e ilusorio de esos empeños se hará pronto evidente; su éxito a corto plazo puede atribuirse a la frustración y hasta desesperación que causa la coyuntura. De mayor alcance es el esfuerzo por construir un personaje sustituto, un nuevo líder que rescate el dispositivo del lamentable estado en que se encuentra; en México sería el hombre notable que a partir de 2018 conduciría la salvación nacional. El empeño explota con astucia lo que Foucault llamó el fascista que todos llevamos dentro: el deseo de ser gobernado por alguien.
Decía bien Einstein que ningún problema tiene solución dentro del marco que lo creó. El desafío actual consiste ante todo en escapar del marco mental que ha dominado la reflexión política durante los últimos 200 años, construido dentro del imaginario del despotismo ilustrado, que en el siglo XX apeló a la idea leninista de vanguardia. Es un marco mental profundamente racista, sexista y elitista, que expresa un profundo desprecio por la capacidad de reflexión y acción de las personas comunes.
Muchas reacciones ante la propuesta del CNI actualmente en consulta tratan de reducirla a ese marco. Con mentiras, distorsiones o simple descuido, la quieren convertir en un esfuerzo convencional por conquistar el poder por la vía electoral, mediante la construcción de un liderazgo individual. En forma racista, sexista y elitista, denuncian que la propuesta será meramente testimonial –conseguirá pocos votos– y dividirá a la izquierda, un animal extraño que ya nadie sabe cómo definir o dónde encontrar.
Ningún argumento o experiencia alterará las convicciones de quienes aún forman parte dela iglesia
democrática y creen firmemente en sus dogmas. Quienes ya salieron de ella y perdieron las creencias que por mucho tiempo llevaron a rezar en ese altar caen fácilmente en la confusión y la frustración…si se mantienen en un marco mental dentro del cual no hay alternativa a la democracia de representación.
Para profundizar la rebelión política en curso y escapar a la simulación con que se intenta impedirla, es indispensable desgarrar ese marco mental. La propuesta del CNI proviene de otro marco y se basa en otra experiencia; ambos son parte y expresión del empeño descolonizador y emancipador, antirracista, anticapitalista y antipatriarcal que se ha formado bajo la tormenta.