a llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y sus posibles efectos sobre México han provocado un fenómeno muy interesante en el medio científico de nuestro país, pues ha obligado a reflexionar sobre el curso que tomará la ciencia en aquella nación –por las posturas anticientíficas surgidas antes y durante la campaña del magnate–, pero, además, sobre sus posibles efectos en las relaciones científicas y tecnológicas con la nación con la que tenemos un importante intercambio de estudiantes, de personal altamente especializado y proyectos de investigación conjunta que involucran a instituciones académicas en los dos lados de una frontera donde ahora se pretende erigir un muro.
Los cambios asociados con el triunfo de Trump en los aspectos señalados están por ahora en un plano hipotético o especulativo, aunque algunos signos, como la presencia de Mike Pence en la vicepresidencia, no dejan lugar a los buenos augurios, por su abierta tendencia a impedir la investigación en células embrionarias, su negación de la teoría de la evolución y el fomento del creacionismo, por desechar las evidencias sobre el calentamiento global como consecuencia de la actividad humana o vincular la vacunación infantil con el autismo, entre otras ideas que comparte con Trump, las cuales, de materializarse, cambiarían por completo el perfil de la que aún es una de las potencias científicas más avanzadas del planeta.
Lo anterior tendría graves consecuencias no sólo en Estados Unidos, sino en el mundo entero, pues, por ejemplo, la salida de ese país del Acuerdo de París sobre cambio climático pondría en riesgo a todo el orbe, y el resto de las ideas expuestas en las líneas anteriores fortalecerían a los grupos con pensamientos medievales, como los que se oponen a la vacunación infantil, lo que pone en riesgo la salud de millones de personas.
Pero ese es sólo un aspecto. El tema principal para México es quizás el que se deriva de la política contra los migrantes anunciada por Trump, que ya comenzó a tener efectos documentados por las secciones de noticias de las principales revistas científicas del mundo, sobre el recrudecimiento del racismo y las actitudes hostiles contra extranjeros, como estudiantes e investigadores musulmanes y latinos en varias universidades estadunidenses. Pero nada de esto está considerado en los 11 puntos diseñados por las autoridades mexicanas para proteger a los migrantes, cuando debería reactivarse el Programa de Repatriación de Científicos para atender los casos que lo requieran.
Una de las grandes ventajas de que sean científicos quienes conducen la política de ciencia y tecnología en México, es que entienden con gran claridad estos procesos y pueden diseñar estrategias para enfrentarlos (aunque no tienen dinero). En primer lugar, fortaleciendo los lazos de colaboración entre las instituciones de los dos países, pues las comunidades científicas de aquí y del otro lado del río Bravo, entienden muy bien la importancia de la colaboración y la movilidad de especialistas para el avance del conocimiento. Como lo dijo hace pocos días el director general del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), Enrique Cabrero, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara: Un muro no detendrá al conocimiento
. Pero a pesar de esa certeza, las cosas podrían complicarse si Trump se empecina en poner trabas a la colaboración defendida por sus propios científicos (como ha ocurrido hasta ahora con el Brexit en Reino Unido), por lo que México tiene que mirar hacia otros lados, algo que siempre ha preocupado a Estados Unidos, especialmente en los terrenos económico y político. Pero... No queda de otra. Es un movimiento que en un tablero de ajedrez se consideraría obligado.
Precisamente en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara se realizó una mesa coordinada por Julia Tagüeña, directora de desarrollo científico del Conacyt, en la que se destacó la importancia de ampliar la colaboración científica con Europa y en particular con Alemania. En una nota de Emiliano Cassani, reportero del Foro Consultivo, se informa de ese acto en el que se reveló que en la actualidad 2 mil 800 mexicanos estudian en el país germano y, de acuerdo con Rüdiger Kappes, funcionario de la embajada de Alemania en México, hay la intención de que esa cifra siga creciendo. Además, hay cerca de 100 proyectos de investigación que reciben financiamiento y este año se evalúan 75 más.
Pero además de Europa –y esto es algo que no se ha dicho– es necesario mirar hacia el Sur. La reciente muerte del líder cubano Fidel Castro nos recuerda los grandes éxitos de la ciencia cubana en varios campos del conocimiento, como en biomedicina. También las potencias científicas del Cono Sur como Brasil, Argentina, Chile y en general todos los países del continente –aunque ahora en crisis como México–, son una vía para ampliar la colaboración científica, el intercambio y la tan temida (por Estados Unidos) unidad latinoamericana... Afortunadamente el mundo es muy ancho.
Lo que tienen que entender nuestros políticos es que si bien la comunidad científica de nuestro país es pequeña (27 mil según el Sistema Nacional de Investigadores), las redes de colaboración de cada investigador mexicano con el mundo son amplísimas. Y en este campo tan abandonado presupuestariamente, pueden aprender algunas lecciones para enfrentar los problemas actuales.