Sergio Ramírez recorrió el boom latinoamericano en la feria editorial de Guadalajara
Con Rulfo hallé nuevas formas de ver y abordar la realidad
“Pedro Páramo, una manzana de oro que ya nadie puede tocar”, sentenció
Sólo García Márquez pudo hacer esa literatura, aseguró
Ambos, libros venerables, que aún nos dicen cosas nuevas
Lunes 28 de noviembre de 2016, p. 7
Guadalajara, Jal.
En la mesa dedicada al boom latinoamericano que organizó el Fondo de Cultura Económica (FCE), el escritor Sergio Ramírez se dijo absolutamente sorprendido de cómo autores como Juan Rulfo vinieron a reivindicar la literatura de esta región del planeta con estructuras totalmente novedosas en temáticas que parecían agotadas.
Cuando uno ve un bordado ve las flores bonitas, pero cuando se asoma al otro lado del bastidor lo que ve son las puntadas y uno, como escritor, es eso lo que busca. Yo las encontré con Rulfo, de la literatura que veníamos era la vernácula, localista regionalista
, dijo.
Recordó que en la literatura anterior a los años 50 del siglo pasado, cuando los campesinos o los indígenas hablaban en las historias, el autor solía poner sus palabras entre comillas, una forma de tomar distancia y remarcar que el escritor no era el que hablaba así.
“Rulfo borra completamente esa distancia; para mí esa fue una nueva manera de ver y abordar nuestra realidad. Cuando uno se fija en la maravilla que es Pedro Páramo, libro pequeñito que no era La guerra y la paz o El conde de Montecristo, nota que es un libro breve, que para unos escritores está lleno de muchísimas enseñanzas”, explicó.
Dijo que la sencillez con que se inicia la narración de Pedro Páramo, la voz de un arriero que dice haber llegado a Comala porque le dijeron que ahí vivía un tal Pedro Páramo, poco a poco adquiere otro sentido cuando el lector se da cuenta de que todos los que hablan están muertos, que es un libro contado por muertos, por voces de gente enterrada, que por aburrimiento se pone a contar cosas del pueblo.
“Se trató de una manera absolutamente distinta de narrar y de la cual se podía aprender muchísimo, pero entre la última gran novela vernácula que se escribe en América Latina, que es Pedro Páramo, y la primera urbana, que es La región más transparente, de Carlos Fuentes, sólo median dos o tres años.”
En su reflexión, Ramírez recordó que Fuentes escribió alguna vez diciendo que Pedro Páramo era como una manzana de oro
y que ya nadie podría volver a tocarla, pues con esa obra se había cerrado esa literatura.
“El único que pudo abrir otra vez ese cofre cerrado fue Gabriel García Márquez con Cien años de soledad, novela absolutamente rural con los mismos elementos tradicionales de guerras civiles. Así como tuvimos un ciclo de novela bananera en la primera mitad del siglo, porque la United Fruit Company reinaba, también podríamos decir que Cien años de soledad es bananera, por la masacre de la ciénega ejecutada por el ejército de Colombia”, agregó.
Señaló que por eso, aunque sea la misma materia prima, el lenguaje y estructura de ambas obras es lo que las hizo diferentes; nuevas novelas, a pesar que se trata, a estas alturas, de libros muy venerables, que forman parte del canon universal, pues, aunque una ya cumplió 60 años y la otra está por cumplir 50, nos siguen diciendo cosas nuevas
.
El escritor nicaragüense dijo que para los escritores Cien años de soledad fue “veneno puro, ya que la influencia de García Márquez va más allá de simple influencia y logra que se le trate de imitar, como ha habido muchísimos ejemplos, sobre todo en la literatura europea reciente.
“Pero un escritor del que nunca tuve temor de contaminarme es de Mario Vargas Llosa, porque él siempre enseñaba cómo están las puntadas al revés del bordado; es toda una escuela de estructura y de aprender a escribir. La modernidad, realmente, de cómo comenzar a escribir en espacios y tiempos continuos, estaba en Vargas Llosa, y ya no se diga en Conversación en la catedral o La casa verde, grandes obras maestras.”
Deuda impagable
En su disertación, Ramírez estuvo acompañado por Adriana Romero Nieto, Fernando Iwasaki y Guadalupe Nettel, quienes señalaron la importancia que Vargas Llosa y García Márquez tuvieron para definir su vocación de escritores y afirmar su gusto por la lectura.
Fuimos abducidos por la magia de la literatura. La deuda que tenemos con esa generación es impagable
, expresó Iwasaki.
Nettel, en cambio, quien se dijo seducida por la primera novela que leyó, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, encontró entre los claroscuros del boom latinoamericano el impulso viril de esa literatura, una actitud profundamente machista
dentro de ese movimiento, pues no hubo escritoras que formaran parte de él.