isfrutaba la fábula cervantina en que el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, después de encontrarse con contrahechas pastoras, salió a los medios del camino desafiando a lo que viniera. En ese momento llegó un tropel de lanceros, uno de ellos –¿Trump?– comenzó a gritar a Don Quijote: ¡Apártate hombre del diablo que te harán pedazos los toros!
¡Ea, canalla, para mí no hay toros bravos que valgan aunque sean los que cría Jarama en sus riberas!
No tuvo tiempo Don Quijote de desviarse y así el tropel de toros bravos en compañía de los mansos cabestros pasaron por Don Quijote, sobre Sancho y sobre Rocinante, dando con todos ellos en tierra y echándolos a rodar por el suelo a cornadas y patadas. Quedó molido Sancho, espantado Don Quijote, aporreado Rocinante. Después de levantarse todos, Don Quijote, tropezando aquí y cayendo acá, comenzó a correr tras el encierro gritando: ¡Deteneos canalla que un solo caballero os espera, y no es de los que dicen que al enemigo hay que tenderle puente de plata!
Y es que no se nace noble, sino hay que llegar a serlo por la grandeza del designio en nombre del cual se acepta sacrificar la propia vida. La cualidad de un hombre no depende de su sangre, su linaje, sino de sus acciones. La nobleza es apuesta sublime sobre el porvenir al que se entregó Don Quijote…
Porque parece que esos toros que atropellaron a Don Quijote fueron a Salamanca, a celebrar las bodas de Felipe II –a quien odiaba–, y fueron lidiados a la usanza caballeresca por antiguos aristocráticos. De tal forma, afirman algunos, nacieron las corridas de toros. No por supuesto la actual que dista mucho de parecerse al encierro de toros bravos que atropellaron y cornearon a Don Quijote, Sancho y Rocinante, o los que nos amenazan a cornadas de toro de Miura.
Los mexicanos suponemos y con razón que el predominio de los ideales fue profetizado por Don Miguel de Cervantes Saavedra. Así como en aquella ocasión la manada de toros pasó sobre El Quijote, quien los aguantó sin mover los pies, retando a los lanceros. A los mexicanos nos pasan por encima los encastados discursos del lancero mayor –D.T.– en la cima del poder mundial. No queda más remedio que aguantar la embestida de su maquinaria de poder y desde los arbolados pinos gritarle: ¡Deteneos canalla! que el hambre puede con el miedo y los valores quijotescos emblema de los ideales con la maquinaria del dinero.