Mezcales Tradicionales
y violaciones a Derechos Humanos
Cornelio Pérez (Tío Corne) Coordinador de la Logia de los Mezcólatras, grupo dedicado a saborear Mezcales Tradicionales (MT) desde 2005
Las discusiones para modificar la Norma Oficial de bebidas alcohólicas (restricción de la palabra “agave”primero, la ocurrencia del “komil” después) y la Norma Oficial del Mezcal (nuevas categorías: mezcal, mezcal artesanal, mezcal ancestral), así como las últimas ampliaciones a la zona delimitada por el instrumento jurídico llamado Denominación de Origen Mezcal (DOM) a municipios de Michoacán, Guanajuato y Puebla, reflejan que, en muchos ámbitos, los mezcales sólo son concebidos como un producto a comercializar, cuando su sentido profundo en las comunidades y regiones donde los crearon, elaboran y consumen –18 estados del país– es contar con un producto de alta calidad gastronómica que implica no estar adulterado y que responda a sus usos y costumbres.
Si se subordinan a la DOM y, por tanto, a la Norma Oficial (NOM), o a la Norma de Bebidas Alcohólicas si es que son elaborados en regiones no incluidas en la DOM –nueve estados–, en esas comunidades serán considerados productos adulterados, que responden a una elaboración industrial cuyo objetivo es su comercialización fuera de la región, no local, con lo que se pierde la tradición, la originalidad y la cultura regional que da sentido y cohesión a dichas comunidades.
Desconcierta la incomprensión ante el hecho de que el tema del mezcal no tiene qué ver con la comercialización, sino que se refiere al respeto al derecho de las comunidades mezcaleras para preservar su cultura; o sea, el respeto a sus derechos humanos en la modalidad de derechos culturales (que son irrenunciables) a conservar y reproducir la cultura que les da identidad. Derechos establecidos en el artículo cuarto de la Constitución.
Otro asunto ausente es el de las calidades del mezcal; comprensible cuando la preocupación central es la comercialización, no sólo de quienes defienden robotizadamente la DOM, la NOM y la Norma de bebidas alcohólicas, sino también de aquellos que han planteado que lo buscado por dichas normativas es desaparecer a los Maestros Mezcalilleros (MM), sin entender que lo que está en juego es la desarticulación cultural, social y territorial de las comunidades productoras y consumidoras de mezcal. Centrarse en la idea de que el problema es la amenaza a los MM indica que aún no se comprende que el mezcal es un producto de elaboración y vigilancia colectiva, ya que los MM no trabajan aislados. Y menos se ha entendido que la memoria sensorial de los mezcales, su Gusto Histórico, es una creación colectiva, ardua y sistemática a lo largo del tiempo. En el fondo, esta incomprensión refleja que lo buscado, sencillamente, es comercializar el mezcal.
Entender de qué se habla cuando nos referimos a la calidad del mezcal pasa por comprenderqué son los Mezcales Tradicionales (MT).
Los MT (que sí representan expresiones espirituales y culturales de poblaciones y regiones específicas) son aquellos que se han construido comunitariamente, con el paso de siglos, en muchas poblaciones y regiones de México, y que corresponden a Gustos Históricos específicos, los que podemos definir como construcciones comunitaria de las gastronomías regionales a través del tiempo y de las reglas para evaluarlas.
Dicho lo anterior, es claro que cada día será más difícil que los MT sobrevivan, dada la brutal presión que la comercialización está ejerciendo sobre las poblaciones y comunidades que los elaboran y consumen. Esta presión está destruyendo los equilibrios ecológicos, culturales, gastronómicos, comunitarios, y los mercados locales dentro de los cuales se crearon y han reproducido los MT; si se rompen estos equilibrios, los MT desaparecerán, tal como le ocurrió a los mezcales de la región de Tequila, y como ya les está ocurriendo a los de muchas regiones productoras. Esto puede constatarse con el simple hecho de probarlos, y de corroborar que en las mismas poblaciones productoras ya hay desabasto del maguey y del mezcal que antes consumían.
Los resultados de esta presión también podemos comprobarlos en la proliferación de mezcales que no reúnen los mínimos requisitos de calidad, ya no digamos para ser considerados MT, sino simplemente para poder llamarlos mezcales, y esto aplica tanto para los que provengan de poblaciones incluidas en la zona de DOM, como para los que no provengan de ésta, aunque ya estén “certificados” por algún “organismo regulador” u otra entidad similar.
Baja California
Waá pyi / Aquí estamos: la lucha por la memoria y la tierra del pueblo cochimi
Blanca Alejandra Velasco Pegueros UAM-X
FOTO: Montoya Moran Ordoñez Ortega |
Durante muchos años los pueblos originarios de Baja California estuvieron en una especie de invisibilidad tanto en la conformación del proyecto de nación del Estado mexicano como en los estudios e investigaciones en las ciencias sociales.
Al consumarse la Independencia y sobre todo después del movimiento revolucionario de 1910, las políticas de integración de los pueblos indígenas generalmente se enfocaron en el centro y sur del país, ya que la configuración cultural de los pueblos originarios del norte era sustancialmente opuesta al discurso de la nueva nación mexicana, en la que se exaltó el pasado prehispánico “glorioso” del México central, del que se retomaron algunos elementos culturales que se consideraron relevantes para la conformación de una identidad nacional que pudiera brindar un sentido de pertenencia común como mexicanos, así como “orden y progreso” al incipiente Estado mexicano.
Los cochimíes son uno de los pueblos originarios de la familia etnolinguistica yumana peninsular; habitan el territorio del desierto central de la península de Baja California desde el 2500 a. C., aunque debido a la alta mortandad, en el periodo misional este pueblo originario fue declarado extinto, pues se había perdido la lengua y la mayoría de los elementos culturales –materiales– de este grupo. Aunado a ello, la falta de servicios básicos como agua, energía eléctrica y educación en sus comunidades les obligó a migrar a lugares como Guerrero Negro, Mulegé y Loreto, en Baja California Sur, en busca de trabajo asalariado. Sin embargo, con todos los impactos del sistema misional, así como de la disminución y disgregación de la población a lo largo del territorio peninsular, las y los cochimíes de Santa Gertrudis, específicamente: “no hemos abandonado nuestra comunidad, ya que nos organizamos para que unos salgan a trabajar mientras otros se quedan en el lugar, cuidando y trabajando en los huertos y criando a pequeña escala su ganado” (María Villa Poblano, cochimí).
En la actualidad, después de un largo proceso de cambio sociocultural, los y las cochimíes se encuentran en un momento de revitalización cultural interesante ya que con la finalidad de obtener el reconocimiento de su ascendencia indígena, en el 2008 crearon la asociación Milapá conformada por nativos de las comunidades de Santa Gertrudis de Kadacamán y San Francisco de Borja Adac.
Cabe decir que en lengua cochimí se conocía como milapá a una cactácea del desierto. A la llegada de los españoles, éstos figuraron el árbol como un cirio, como una vela, por lo que milapá lo tradujeron como cirio.
La tenencia de la tierra en la comunidad de Santa Gertrudis fue un factor que propició la creación de esa asociación. Los cochimíes cuentan que en 1969 se creó el Ejido Independencia con alrededor de 128 mil hectáreas, de las cuales, por ley, se exentaron las cien que pertenecen a la comunidad de Santa Gertrudis, justo por ser una comunidad indígena y tener, en su espacio, la misión del mismo nombre: “El ejido se constituyó por decreto presidencial con 30 capacitados originarios, todos pertenecientes a la comunidad y/ o a rancherías aledañas” (María Villa Poblano, cochimi). Sin embargo, la intromisión de la Comisión Agraria Mixta en el ejido trastocó las relaciones dentro de éste, ya que en 1975 y en 1985 realizó un par de depuraciones sin notificar a las y los agraviados. Hasta entonces, y a pesar de que la mayoría de las familias fundadoras del ejido fueron depuradas, la comunidad de Santa Gertrudis seguía manteniéndose fuera de la jurisdicción de éste pero con la creación del Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares (Procede) y la reforma al artículo 27 constitucional, las cien hectáreas que conforman la comunidad pasaron como usufructo del ejido, sin el conocimiento de la comunidad indígena cochimi.
Este hecho ha puesto en riesgo su territorio ya que las familias han comenzado a recibir amenazas de que se les despojará de sus huertos y casas en la comunidad de Santa Gertrudis. Es importante mencionar que la comunidad se conforma por cinco familias cochimíes que desde tiempos ancestrales han vivido y cuidado las casas y huertas que son herencia de sus padres y/ o madres y las atesoran debido a ello. Allí, las y los cochimíes continúan “conservando los usos y costumbres, las fiestas patronales tradicionales, así como la celebración de la Semana Santa más antigua de la Baja California”, cuenta con orgullo María Villa Poblano, Luchy, como le dicen de cariño. Es así que a pesar de todos los conflicctos que han enfrentado a lo largo del tiempo, continúan dignamente en su proceso de revitalización cultural y revalorización de lo que fueron, de lo que son y de su terruño, librando poco a poco pequeñas batallas como la de volver a ser reconocidos como uno de los pueblos originarios vivos de Baja California y decir: Waá pyi, penemu, cochimi/Aquí estamos, nosotros –los y las– cochimíes. |
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