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Florece el amaranto Martha García y Guillermo Bermúdez Escritores y periodistas
Asistir al Día Nacional del Amaranto –celebrado en octubre en el Monumento a la Revolución, en la Ciudad de México– reafirmó nuestra convicción de que para enfrentar la pérdida de seguridad y soberanía alimentarias, la desnutrición, los daños a la salud y al medio ambiente, el desequilibrio en los ecosistemas agrícolas y la disminución en la diversidad de especies comestibles, se requiere abordar la producción de alimentos desde una perspectiva multidisciplinaria. Estamos convencidos de la urgencia de mirar hacia adentro: volver la vista a los saberes que sustentaron la vida de las culturas originarias de nuestro país; enfocar la mirada en sus prácticas agrícolas –las cuales evidenciaron que la diversidad biológica abona a la coexistencia e interacción benéfica entre las especies y consolida la sustentabilidad–; reconocer y valorar el amaranto como uno de los alimentos que nutrieron a los antiguos pobladores, junto con el maíz, la chía y el frijol, fortaleciendo el tejido social de sus comunidades y reforzando su identidad individual y grupal. Reactivar el mercado interno de nuestros cultivos originarios nos permitirá volver a nuestras raíces culturales para retomar y enriquecer los hábitos alimenticios que conformaron la dieta tradicional de los mexicanos. En el caso del amaranto, su producción y el consumo han dado pie a que las comunidades rescaten sus saberes ancestrales y empiecen a construir un saber multidisciplinario y, por tanto, se apropien de conocimientos valiosos en diversos ámbitos. Son múltiples y variados los esfuerzos que se han realizado para impulsar la cadena productiva del amaranto en sus distintos eslabones mediante diversas organizaciones e instituciones públicas y privadas. En términos generales, todos los entrevistados coinciden en que eventos como el Día Nacional del Amaranto no sólo posibilitan la difusión entre los consumidores acerca de sus beneficios nutritivos y en la salud, sino también el intercambio de experiencias y la consolidación de organizaciones como el Grupo de Enlace para la Producción del Amaranto en México, que desde finales de 2013 integra a escala nacional a productores, transformadores, instituciones académicas y organizaciones de la sociedad civil con el fin de posicionar al amaranto como cultivo estratégico. Mauricio del Villar, coordinador del Grupo Enlace, explicó que los ejes de la producción, transformación y el consumo del amaranto se orientan a la recuperación del valor histórico-cultural que tenía para los pueblos prehispánicos; al fortalecimiento de la actividad agrícola y la revaloración del trabajo de los campesinos mexicanos; a la alimentación nutritiva y a lograr nuestra soberanía alimentaria; a los beneficios en la salud; al mejoramiento de la economía familiar y comunitaria, y a la construcción de políticas públicas. Por casi tres años, productores y transformadores de siete entidades (Ciudad de México, Estado de México, Hidalgo, Morelos, Oaxaca, Puebla y Tlaxcala) han abierto nuevos horizontes, por medio de congresos y encuentros nacionales, ferias y días del amaranto, labor que ha fructificado en el incremento de la producción, la diversificación de la transformación y un mayor consumo. Voces de alegría. Dejemos que sean los protagonistas del Día Nacional del Amaranto –organizado por la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades del Gobierno de la Ciudad de México, el Sistema Producto Amaranto del DF y el Grupo Enlace para la Producción del Amaranto en México– quienes nos cuenten sus vivencias en torno a esta semilla milenaria. Tulyehualco y Morelos son los únicos reductos de la época mesoamericana que, a pesar de las restricciones impuestas en la Colonia, se las ingeniaron para seguir cultivando la semilla. En Tulyehualco se cultiva Amaranthus hypochondriacus, semilla que ostenta una variedad de colores, desde verde pálido y café hasta rojo tenue, muy fuerte y magenta. Este año, a la alegría de Tulyehualco se le denominó Patrimonio Intangible de la Ciudad de México, un reconocimiento muy merecido para esta comunidad que sostiene gran parte de la producción agrícola en la capital. Jaime Morales Olivos, productor de esa población, refiere que ahí se realizó la primera feria de la alegría y el olivo hace 35 años, y Marco Antonio Molotla Jiménez, nativo del mismo lugar, añade que “desde que existía la Gran Tenochtitlán la producción del amaranto nunca se ha interrumpido en la zona, ha pasado por las familias de generación en generación. Hoy el amaranto está profundamente arraigado en nuestras vidas, nuestros corazones y nuestra sangre”. Rafael Zavala Dorantes y Arturo Dimas González, de Huazulco, municipio de Temoac, estado de Morelos, revelan: “Tenemos semillas originarias. La más representativa del estado de Morelos y de nuestra población es una semilla que le decimos payasita, que es de varios colores. Ésa es la nativa de la comunidad”. A decir de los productores, ambas comunidades están en proceso de regresar a la forma natural de cultivo, evitando progresivamente los agrotóxicos. Los pobladores de Tulyehualco aprovechan la planta de manera integral: la comen tierna como cualquier otro quelite; usan las hojas para agua fresca, ensaladas, sopas, guisados y tortitas; con el grano tostado y reventado hacen dulces, cereales, harinas y sus derivados; los residuos de la planta seca los mezclan con salvado u otros granos para forraje, y la vara se emplea como abono. En cambio, el consumo de amaranto en la dieta diaria de los morelenses aún es mínimo. Lo mismo ocurre en el municipio de Tochimilco, Puebla, que varias veces ha sido primer productor de amaranto a escala nacional. El investigador Adrián Argumedo Macías, del Colegio de Posgraduados campus Puebla, explica que a fin de incentivar el consumo del amaranto en la comunidad se han instrumentado dos estrategias: incorporarlo en la dieta común –así lo hizo “una nutrióloga al detectar que en Tochimilco son muy asiduos a comer torta de papa, a tomar licuado y agua fresca”–, e introducir equipos de portátiles para reventar la semilla en las poblaciones, a fin de que la gente pueda usarlos. “Incluso llevamos la reventadora a los kínderes, para que las mamás lleven su kilito de amaranto, les damos una plática, luego lo reventamos, lo prueban y hacemos que pasen los niños, y ahí están come y come ”. Lo mismo hace el productor Hugo Esteban Rojas en Huamantla, Tlaxcala, cuando lleva a las escuelas una reventadora portátil. “Me planto ante 200 alumnos y les digo: esto es una experiencia de vida. Van a saber a qué huele el amaranto y a sentir su textura crujiente. Cuando está saliendo de la reventadora pido que lo coman. ¿Ven?, es un ataque a los sentidos, les garantizo que se van a acordar del amaranto el resto de sus vidas”. La experiencia de Huixcazdhá, en Huichapan, Hidalgo, es un ejemplo a seguir. Diego Manrique de Lara detalla que su hermano Benito combatió con suplementos alimenticios de amaranto la desnutrición infantil y en pocos años logró erradicarla. “En 2007, Huixcazdhá fue la primera comunidad en ser declarada libre de desnutrición infantil en el estado”. Otro ejemplo a seguir es el de los productores y transformadores de la Mixteca, los Valles Centrales y la Sierra Mixe de Oaxaca, donde desde 2003 la Asociación Civil Puente a la Salud Comunitaria ha promovido en las comunidades su autoorganización con base en la producción del amaranto, a fin de generar un sistema alimentario sustentable, que abra nuevas oportunidades en la producción agrícola y apoye la economía familiar. Ocho años llevan los productores celebrando el Día del Amaranto en Oaxaca, como un modo de festejar su derecho a consumir alimentos sanos, y a decidir cómo producirlos. Finalmente, durante la celebración, se ventiló la propuesta al Congreso para que el amaranto se integre a la canasta básica como el cultivo 12, y que se declare el 15 de octubre, cuando se conmemora el Día Mundial de la Alimentación, como Día Mundial del Amaranto.
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