a cumbre mundial sobre el clima (COP-22) se inició ayer en Marrakech bajo la sombra del desaliento y la incertidumbre. Donald Trump, el recién electo presidente del país más poderoso del mundo –y el más contaminante del planeta después de China– suele referirse a los asuntos que se abordan en esa reunión como tonterías
y ha expresado en diversas ocasiones su opinión de que el fenómeno del cambio climático es una farsa
. Semejantes posicionamientos alimentan justificadamente los temores de que el inminente relevo presidencial en Estados Unidos eche por tierra los esfuerzos de la comunidad internacional por adoptar medidas efectivas para cuando menos atenuar el impacto de la economía en el entorno natural del mundo.
Aunque insuficientes, tales esfuerzos han rendido algunos frutos en los dos mandatos de Barack Obama, quien, a diferencia de su antecesor, el republicano George W. Bush, comprometió a su gobierno en políticas ambientales y, en particular, en el Acuerdo de París, firmado el año pasado, lo que hizo posible vincular a China, el principal contaminador planetario, al propósito de frenar la degradación ecológica global.
Aunque se considera poco probable que Trump logre cumplir todas las amenazas que formuló en el curso de su campaña electoral –particularmente en los temas migratorio, comercial, fronterizo y de defensa–, está abierta la posibilidad de que, en su presidencia, Washington abandone el Acuerdo de París, lo cual resultaría desastroso para la incipiente e incluso embrionaria legalidad internacional en el ámbito ambiental. Cabe recordar, a este respecto, que la negativa de George W. Bush a ratificar el Protocolo de Kyoto sobre el cambio climático alentó a Canadá a hacer otro tanto, y que si Trump procede de manera similar con respecto al Acuerdo de París, ello podría provocar la desvinculación de China, Rusia y otras naciones.
Resulta lamentable, pero significativo del estado actual de las relaciones internacionales, que ante el desprecio mostrado por Trump hacia los asuntos ambientales, el secretario general de Nacionales Unidas, Ban Ki-moon, no tenga otro recurso que desear que el presidente estadunidense electo entienda la urgencia
de adoptar medidas concretas para detener el cambio climático y tome buenas decisiones
. Más enérgico fue el mandatario francés, François Hollande, quien señaló ayer en Marrakech que Washington debe respetar los compromisos
adoptados en París, porque no se trata sólo de su deber, sino también de su interés
.
En suma, el encuentro en la ciudad marroquí, que congrega a unos 80 jefes de Estado y de gobierno y extenderá sus trabajos hasta el viernes próximo, tiene ante sí un desafío inesperado: no sólo deberá abocarse a definir el calendario y las reglas de aplicación del Acuerdo de París –que deberá entrar en vigor en 2020, en sustitución y ampliación del Protocolo de Kyoto–, sino también idear mecanismos efectivos de presión sobre Washington, a fin de impedir que la irresponsabilidad de Trump dé al traste con décadas de esfuerzos políticos, diplomáticos, económicos, científicos y de difusión para fijar una estrategia mundial frente al cambio climático.