asta ahora el único efecto concreto de la elección presidencial en Estados Unidos sobre la economía mexicana ha sido la fuerte depreciación del peso. En la semana anterior se depreció 15 por ciento frente al dólar. Es previsible que siga perdiendo valor. El banco central deberá tomar alguna decisión al respecto en la próxima junta de gobierno. Los bancos esperan que eleve la tasa de interés de referencia hasta en uno por ciento (la TIIE a 28 días es 5.23 por ciento).
Las condiciones de la estabilidad macroeconómica están bajo mucha presión. La devaluación de la moneda ira traspasándose a los precios y la inflación tenderá a aumentar. Los flujos de capital al exterior crecerán también. Un alza de las tasas es lo que exigen las convenciones de la política monetaria. El asunto es cuánto se necesita que suban los rendimientos de la deuda pública para alcanzar algún nivel sostenible de estabilidad.
Eso nadie lo sabe ni se puede estimar. No olvidemos el sabio consejo de Charles Kindelberger, estudioso de las crisis financieras, cuando advirtió que la conducción de la política monetaria y, por extensión, el quehacer de los bancos centrales, era un arte. Hay que probar ese carácter precisamente en periodos de crisis.
Hoy estamos de lleno en uno de esos periodos y la estabilidad, tal y como la defendía el Banco de México, no existe más. Y no se puede volver atrás en el escenario externo que hay enfrente. Un dato, entre muchos, muestra la tensión existente. La tasa Selic de referencia en Brasil está hoy en 14 por ciento. En ese país hay otras condiciones, pero en el marco de la especulación los precios relativos de la deuda son un indicador relevante.
Trump ofreció en su tumultuosa campaña que iría en contra de los modos políticos convencionales en materia de política exterior, de comercio internacional y de gestión fiscal. Habrá que ver cómo adapta esas ofertas una vez que deba gobernar y se aplaque el ánimo de espectáculo que lo llevó a ganar las elecciones.
En el caso de México destaca el asunto de los flujos de comercio e inversiones en el marco del TLCAN. Hay una intención explícita por parte de lo que será el nuevo gobierno en Washington por replantear los términos de ese acuerdo. Tanto Peña Nieto como Trudeau han indicado su disposición para hacerlo. Ambos países han estrechado sus intercambios comerciales, en cantidad y en el contenido de los productos. Un caso clave es el de la industria automotriz.
La intención de Trump es regresar los puestos de trabajo a las zonas industriales de su país que los han perdido en los últimos 20 años; estados en los que obtuvo la victoria electoral. Cualquier negociación al respecto deberá considerar la estrecha base estructural generada en las inversiones en plantas y equipo. La competitividad de la industria automotriz a escala global está dada por esas estructuras creadas sobre todo a partir del TLCAN, y que determinan también las inversiones de los otros jugadores de Europa y Asia.
Ese es sólo uno de los asuntos más visibles del comercio en esta zona. Más vale que el gobierno tenga una clara idea de lo que quiere hacer con la economía y desde ahí sentarse a negociar. Complicar la corrientes de comercio e inversiones asociadas con él, al mismo tiempo en que las finanzas públicas se someten a más presiones, será imprudente. El gasto público podría ajustarse a la baja otra vez.
En materia fiscal Trump quiere un mayor gasto, del orden de un trillón de dólares (según se cuenta allá), al mismo tiempo quiere bajar los impuestos. Esta fórmula no es nueva y sus resultados positivos a largo plazo no son exitosos.
Pero a corto plazo provocan distorsiones en la asignación de los recursos y en las corrientes de las inversiones. Tras la elección subió el índice de las cotizaciones de la bolsa de valores en Nueva York, al tomar posiciones en las empresas que podrían beneficiarse del estímulo fiscal. El lema sigue siendo claro: follow the money.
Un elemento que puede afectar las políticas de Trump tiene que ver con los sindicatos en aquel país. Se discute la asociación entre la caída del movimiento sindical y el ascenso de Trump. Esto tiene que ver con el carácter político de los sindicatos y su incidencia en los procesos electorales.
De los años de 1980 en adelante se da la mayor caída en la membresía de los sindicatos desde la década de 1920. Esto se acompaña del estancamiento de los salarios reales de los trabajadores y del deterioro del nivel de los ingresos de la clase media. Ese es el meollo del asunto de la creciente desigualdad que se registra en ese país.
Trump se presentó como el protector de los intereses de esos trabajadores y clases medias. Tendrá que cumplir a sus votantes. Pero al mismo tiempo podría haber una recomposición del movimiento sindical en los mismo estados que lo llevaron a la presidencia.
Ya instalado en la Casa Blanca, Trump puede hallarse en un terreno muy distinto al de las arengas para “Hacer América grande de nuevo”. Pero no habría que dejarle toda la iniciativa y de modo pasivo aceptar lo que venga. Aquí es donde la capacidad política interna tiene su mayor exigencia. El escenario interno en materia de precios, tipo de cambio y flujos de inversión productiva e inseguridad pública no sostienen muchas alternativas. Eso sí, todos nos despertamos a diario con muy buena vibra
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