a ola derechista que baña el subcontinente latinoamericano apunta con insistencia hacia su fracasada retaguardia. En su seno lleva fétidas muestras de cadáveres insepultos, muchos afanes de venganza y pleitos menores. Su bagaje ideológico y programático reincide en las trilladas fórmulas neoliberales. Tanto los hechos como los ofrecimientos difundidos y las alianzas ensayadas dibujan, de manera por demás inequívoca, la intentona de reinstalar el desechado modelo neoliberal. Lo que ofrecen, donde ahora gobiernan, se desbarata tan pronto chocan con las realidades imperantes. Las transformaciones ensayadas, para bien del pueblo, por sus antecesores, penetraron muy dentro de la superficie. Llegados por la vía electoral unos (Argentina) o por golpes legislativos con caretas legales otros (Brasil, Paraguay), se unifican de inmediato en sus desplantes de arrogante desprecio por lo popular. Apelan, con marcada soberbia, a sus antiguas fórmulas de probada ineficacia en cuanto a procurar el bienestar de sus distintos ciudadanos.
La lucha entablada por el poder en Venezuela apunta hacia una salida negociada de nebulosa y larga tesitura. La oposición al chavismo creyó, con su arrasador triunfo en la pasada elección legislativa, que la campanada final de su odiado rival había sonado. Despreciaron, con desplantes altisonantes y mucha propaganda abrumadora a escala mundial, los logros en bienestar obtenidos durante años anteriores. La cruenta lucha callejera desatada muestra empates que no se aprecian debidamente por el terrible desbalance mediático que apoya a la derecha local. Los embates contra Ecuador y Bolivia para tumbar a sus gobiernos actuales han chocado con la legitimidad alcanzada y la buena administración económica de sus liderazgos. De esta singular manera las fuerzas de la derecha no encuentran asideros viables dónde apalancar sus ambiciones de retorno. La desdibujada izquierda chilena, que pretende navegar sobre la herencia pinochetista, es cuestionada a profundidad por los fracasos educativos y pensionarios de sus difundidas reformas estructurales. En medio de estos dos sectores programáticos, hoy bajo intensa cuestión, quedaron atrapadas amplias capas de trabajadores que presionan, con rijosidad creciente, por perentorias salidas. Los excesos privatizadores ensayados, que en su tiempo sirvieron de ejemplos exportables (el zedillismo los usó sin remilgos y desatadas promesas), hoy se pagan con angustias y penurias por la población.
En el caso mexicano, se ponen en circulación urgentes aprestos para conservar el mismo entorno de poder y prolongar el modelo vigente. A la corriente sudamericana descrita se agregan, para complicar el caso mexicano, las presiones desatadas por la pugna electoral estadunidense. Las cúspides locales no toleran la indefinición que toda lucha democrática acarrea y corren en busca de refugios seguros para sus haberes. Desean desterrar todo vestigio de cambio posible. En sus desvaríos se aferran a Hillary Clinton, a la que asignan valores inexistentes para su tranquilidad.No obstante, el miedo a la pérdida de privilegios se eleva a la categoría de terror y, ante ello, todo antídoto lo definen como permisible.
La dilatada experiencia neoliberal de cuatro décadas anegó, hasta corroerlos, los incipientes conductos para hacer llevadera una vida decente y en paz. Los grupos privilegiados se han atrincherado y preparan a las prontas su nutrido ejército de respaldo. Las armas a su disposición son múltiples y en verdad conservan efectividad, a pesar del severo desgaste. En especial las mediáticas siguen siendo las preferidas por su disposición para ser usadas. Pero no son, por lo visto, las que pueden asegurar la tranquilidad ansiada. A este arsenal habría que sumar las palancas legales: cuerpos enteros de jueces, magistrados y fiscales se han instalado como blindajes y para uso exclusivo de la casta rectora. La confluencia de los partidos tradicionales (PRIAN), que han intercambiado dirigentes y candidatos, también se ajusta con prisa inocultable. El gobierno sabe, resiente, con certezas innegables, su deterioro frente a los futuros electores y ya tantea, no sin desconfianzas varias, las posibles alianzas a su alcance. Por ahora centra sus esperanzas en la figura de una panista de cepa menor, Margarita Zavala, alternativa empujada con ahínco, aunque tenga huecos mayúsculos en todos sus aparejos.
Se ensayan, asimismo, comparaciones de una lógica por demás discutible y francamente torpe: alegan los proponentes que el triunfo de Hillary empujará las posibilidades de la susodicha aventajada (según encuestas de muy dudosa tesitura) panista. Sólo pueden atisbarse coincidencias en que ambas encajan a la perfección en los entresijos sistémicos de las dos naciones, ambos corroídos y hasta contraproducentes para su sobrevivencia. Se desprecia, con olímpica ignorancia y mucha soberbia, el hecho de que Hillary llegará a la Casa Blanca con un bagaje opositor enorme, constituido por los afectados del financierismo neoliberal que dominará su gobierno. Y lo hará también ante la emergencia de que frente a ella todavía acecha un rival probadamente peligroso: el resentimiento (¿racista?) de gran parte de los trabajadores blancos, de bajos ingresos y pobre educación. El entorno de poder gringo ha puesto en juego toda su maquinaria para apuntalar a Clinton. Pero deben saber que la emergencia de una belicosa corriente joven, de oposición, ha anidado en sus entrañas, imposibilitando conservar lo usual y conocido. No será lo mismo, ni siquiera semejante, en el caso mexicano. Aquí se va formando una alternativa que conjuga presencia numerosa y posiciones del anhelado cambio hacia la igualdad.