l sentimiento de pérdida por el fallecimiento de Jorge Alberto Manrique es general; la pintora Irma Palacios habla de orfandad
, yo de devastación porque nunca imaginé que él se fuera a ir antes que yo, pese a que cargaba con las secuelas de un afasia desde hace casi 20 años, misma de la cual formuló una ejemplaridad en cuanto a sus procesos y tratamientos de recuperación puesto que siguió llevando a cabo múltiples actividades académicas y extracadémicas con extraordinario buen talante. En fin, si en estos tiempos hay una figura que conservará consenso de tirios y troyanos es Manrique y de aquí la pesadumbre general que nos agobia.
No es que no existan ya historiadores del arte de similar talla u orientación, sí los hay, algunos hechos y derechos, otros se están formando; es lo inigualable de Manrique y obviamente la privación de su presencia física lo que nos acosa. Nos fue quitado muy académicamente. Siguiendo sus propios parámetros en cuanto a naturaleza, el día en que se celebran las calacas: el pasado 2 de noviembre a eso de las 8 de la mañana.
Feriado para que todos los que asistimos a su velorio no faltáramos a nuestras obligaciones primordiales. Fue un capricho natural, pero su corazón dejó de latir después de una hospitalización de una semana en un nosocomio del sur de la Ciudad de México.
No hay mejor manera de transcurrir la etapa ardua del duelo de un ser querido y muy admirado que acudiendo al propio tema del duelo. Me fascinan sus escritos sobre el manierismo, pero ahora decidí acudir a uno que durante su tiempo de publicación novel causó polémica; es de suma trasendencia, creo y fue perfectamene complilado en el vol tres de Una visión del arte y de la historia, realizado a través del muy meritorio trabajo de Martha Fernández, asistida por Margarito Sandoval y Edgardo Ganado Kim.
Manrique abordó el tema del Barroco mexicano en múltiples conferencias, cursillos y escritos cortos o no tan cortos desde 1967. Comento sin transcribir, a fin de ahorrar espacio, por lo que puede haber inexactitud en lo que digo: “Toda forma artística de fuerza lleva implícita su historia…” Y este es el caso de una nueva modalidad estilística (que no es exactamente lo mismo que un estilo, sino a lo más de un subestilo). Para Manrique el neóstilo
es la última carta del Barroco mexicano. Es un momento que según afirma “no ha sido atendido como se merece, por los valores que produjo y por el sitio que tiene dentro de la historia cultural de México…”
Es como decir, la teoría es excelente, está muy bien, pero eso no impide que la realidad exista, como otrora dijo uno de los maestros de Manrique, Victor Lucien Tápie, con quien estudió un tiempo en Francia, antes de trasladarse a Italia, donde fue alumno de Giulio Carlo Argán, antes de que éste fungiera como alcalde de Roma. Con poca fortuna urbana
, según me dijo en una ocasión el propio Manrique, que lo veneraba: “nunca vi Roma tan descuidada…”
Hace una diferencia tajante en el inciso sobre neóstilo
que se publicó por primera vez en 1971. Lo que más me interesa no es la acuñación del término neóstilo
, que ya es bastante llamativa, sino defender no el significado intrínseco del término estilo
, pues eso ya lo sabemos, sino la necesidad de tener en cuenta las connotaciones estilísticas, es decir, colectivas en un tiempo dado o en un espacio geográfico particularizado, para lo cual se vale del ejemplo del gótico por ser supuestamente de todos conocido: el gótico flamígero corresponde a una temporalidad y el gótico español a un espacio geográfico que a la vez ofrece otras subdivisiones múltiples, según la región. Entre estilo
y modalidad estilística
no hay más que una diferencia de grado, no de esencia. La cercanía de ambos es tal, que a veces podemos intercambiarlos, afirma (página 303 de la transcripción), de modo que si alguien necesita hoy, por la razón que fuere, usar la palabra –estilo–, que no está de moda, debe proceder sin miedo si es que conoce y está de acuerdo con el sentir de Manrique.
Decir que la madre de los alacranes
es de Francisco Toledo no es un error, es el título de una de sus composiciones arte-objeto, pero genéticamente tal madre es ficticia. Así es el arte, todo objeto artístico es artefacto, el elemento llamado estípite, también. Los historiadores del arte adaptamos, no buscamos términos tan complicados y a veces ininteligibles más que para rendir homenaje a acuñaciones del pasado y no porque Meyer-Chapiro haya dejado de existir; sus teorías están fuera de escena y exactamente lo mismo sucede e irá sucediendo con Manrique.
Yo, que sí estoy interesada en el arte del virreinato, pero que no soy ducha en el mismo, me guío por los maestros Toussaint, Vargaslugo, Moyssén, el mismo Octavio Paz, Romero de Terreros. Y por mis compañeros que son evidentemente muy sabios. Para mí y para otros lo que hizo está presente en toda su dimensión. No dejó de estarlo nunca durante su vida y por lo que respecta al tiempo reciente, desde aquí comparto mi pesar con todos mis demás colegas, y con quienes tuvieron, yo diría que el privilegio, de atenderlo personalmente durante la última etapa de su permnencia en este planeta, señaladamente Gloria Hernández y Rubén Rosas, en un sentido, y en otros Rosi con la indispensable y cariñosa cercanía que resultó radical para su tranquilidad anímica de Obdulia; a todas estas personas, así como a Mónica y a los hijos y nietos de ambos, mis más hondas condolencias.