ilitares y policías persisten en buscar a la familia García Feliciano, desaparecida en la Montaña baja el 18 de octubre pasado. Esa labor se antojaría cómica a no ser porque resulta dramática y grotesca. La razón: si los señores hubieran transitado por un camino desconocido sería de entenderse que se extraviaran, aunque no durante casi 15 días. Alguien hubiera dado ya con ellos sin necesidad de tanto despliegue de fuerzas de seguridad.

En consecuencia, que el gobierno designe decenas de militares, policías federales, ministeriales y estatales para andar de pueblo en pueblo preguntando a la gente si no ha visto a la familia se antoja absurdo y ridículo. Se presta más para una comedia que para anotarla en la bitácora oficial como una tarea seria, importante y eficaz para la comunidad. En ningún momento se ha hablado de que se haga un trabajo de investigación.

Decir que la Fiscalía General del Estado ya interviene o que ya está integrando la averiguación previa no es más que mera faramalla, pues todo mundo sabe que la FGE es un elefante blanco. El procedimiento que se realiza sobre el caso de la familia García Feliciano es el mismo que se aplicó en el de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, en el que miles y miles de soldados, marinos, gendarmes, policías federales y estatales fueron distribuidos en la zona donde supuestamente los incineraron.

Los buscaron por montes, cuevas y poblados, como si los muchachos se hubieran extraviado yendo de día de campo. Obviamente, como era de esperarse, no los encontraron, porque aun si quienes se los llevaron los hubieran tenido en el lugar, al percatarse de semejante movilización los hubieran movido a otra zona.

No se necesitan muchas luces para llegar a esa conclusión, pero el gobierno ofreció un espectáculo al mundo para hacerle creer que estaba haciendo todo el esfuerzo por localizar a los estudiantes, como si quienes estuvieran siguiendo el conflicto se chuparan el dedo. Ahora, la Federación vuelve a montar el mismo show con iguales resultados.