a estimación oficial del crecimiento del PIB para el tercer trimestre es uno por ciento respecto del trimestre anterior y de 1.9 respecto del año anterior. En el segundo trimestre de 2016 el dato fue negativo: -0.2 por ciento. De modo que con la nueva información se sabe que técnicamente la economía mexicana no está en recesión. Un día después de conocer esta información la subsecretaria de Hacienda V. Rubio afirmó en Houston que México cuenta con seis pilares macroeconómicos que han fortalecido la economía en los últimos cuatro años
. Así que mientras la información económica muestra que no estamos en condiciones recesivas, es decir, que nuestra debilidad no es tan aguda, la subsecretaria dice que hay una economía fortalecida.
El planteo de la subsecretaría repite la cantaleta ortodoxa que entiende que la estabilidad macroeconómica depende del funcionamiento de la inflación, el equilibrio de las finanzas públicas y el control de la deuda pública. Para V. Rubio los seis pilares son: finanzas públicas balanceadas, menor dependencia de los ingresos petroleros, inflación baja y estable, mayor participación de nuestras exportaciones en el mercado estadunidense, amplia responsabilidad fiscal y, finalmente, deuda pública baja y estable. Según ella estos pilares permitirán seguir detonando las reformas estructurales
.
La existencia de estos supuestos pilares es, por lo menos tal como fueron formulados, discutible. Señalar que, por ejemplo, el primer pilar es la fortaleza del balance de las finanzas públicas y que su fortaleza está en que los ingresos tributarios pasaron de 8.4 por ciento del PIB a 13, cuando en promedio en los países latinoamericanos llega a 20 por ciento, implica que esa fortaleza no es sino una grave carencia. En esta materia estamos en presencia de una verdadera trampa fiscal. En cuanto al segundo pilar que se refiere a la menor dependencia de los ingresos petroleros es indudablemente cierto, pero no porque los otros renglones hayan crecido sino por su conocido debilitamiento, explicado por la caída en el precio pero también por la reducción del volumen exportado.
Podría seguirse cuestionando los otros pilares, pero conviene enfatizar que aun con ellos funcionando como los ortodoxos quieren hacernos creer que lo hacen, la economía tendría un desempeño mediocre. Nuestra debilitada economía apenas crecerá este año 2 por ciento, lo que confirma el reducido ritmo al que se ha movido en este fallido sexenio: 1.3 en 2013, 2.3 en 2014 y 2.5 en 2015. De modo que tenemos un promedio de 2 por ciento para el cuatrienio, muy lejos de lo que ofreció un gobierno que pretendía saber hacer las cosas y más lejos de lo que el país requiere. Las perspectivas para lo que resta a la administración de Peña Nieto son, además, pesimistas. La economía global, según el FMI, crecerá 3.4 por ciento en 2017, los países avanzados lo harán en apenas 1.8, Estados Unidos lo hará en 2.2, mientras los países del euro incrementarán su producto 1.5 por ciento. China seguirá disminuyendo su ritmo de crecimiento llegando a 6.2 por ciento en 2017.
El escenario es el de una economía global estancada y que permanecerá en esa situación durante largo tiempo. Por ello la pertinencia de la hipótesis del estancamiento secular. El significado profundo para México es que el sector externo no será un factor dinamizador de la economía. La política macroeconómica deberá enfrentar este desafío, para lo que se requieren superar los pilares tradicionales
y construir nuevos pilares que verdaderamente sirvan de sustento al crecimiento. Uno de ellos está en la disminución de la desigualdad. Según la ENIGH 2014 el uno por ciento más rico de la población se apropia de un ingreso mayor que 33 por ciento más pobre del país. Es urgente disminuir esta distancia.
También urge resolver lo que Jaime Ros ha denominado la trampa del lento crecimiento de la economía mexicana. Se requiere resolver el problema fiscal, el de infraestructura y de financiamiento. Por ello se ha insistido en la necesidad de cambiar drásticamente de política social. Fortalecer la economía sólo se logrará si hacemos que la reducción de la desigualdad se convierta en una palanca para la expansión de la demanda interna y, para ello, instrumentar el ingreso ciudadano universal puede ser decisivo.