Opinión
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Frustrar el cambio
E

l panorama poselección en Estados Unidos ya se puede otear con aceptable claridad. Todo indica que no será necesario esperar al 8 de noviembre para cerciorarse de quién será el próximo presidente de ese poderoso país. Donald Trump, con casi seguridad, será derrotado de manera contundente tanto en el voto general como en el crucial y definitorio de los colegios estatales. Los republicanos se apuran a salvar de tan temidas consecuencias al resto de sus candidatos para senadores y diputados. Estados cuyos votos electorales eran su dominio durante pasadas elecciones, se han cambiado de bando (Arizona, Utah) o están en la ruta de hacerlo (Texas). De consolidarse estas tendencias de cambio partidario, reveladas por las encuestas más recientes, el balance se inclina favorablemente por Hillary Clinton. Los 270 votos de los colegios electorales de los estados, necesarios para adjudicar la presidencia, han sido holgadamente rebasados por la demócrata.

Sin embargo, el triunfo de Hillary no significa que la estentórea voz del pueblo estadunidense, expresada durante la ruda campaña a punto de extinguirse, se verá convertida en políticas públicas activas o, más trascendente todavía, en el espíritu de guía a los impulsos y la lógica política de la segura ocupante de la Casa Blanca. Los terribles efectos de la creciente desigualdad seguirán una ruta ya bien trazada.

Hillary, una vez nominada candidata oficial de los demócratas, se ha ido distanciando de las posturas, inclinadas hacia la izquierda, a las que fue obligada por la fuerza popular y programática del senador Sanders. Tampoco parece respaldar ciertos contenidos inscritos en la misma plataforma demócrata, en específico los puntos que formaron el núcleo del movimiento progresista que respaldó al senador por Vermont. Tópicos como el salario mínimo a escala nacional de 15 dólares la hora, las colegiaturas sin costo de las universidades públicas, el finiquito de las masivas penas de cárcel para la población en falta o la lucha frontal contra el cambio climático. Pero, sobre todo, hay puntos sumamente delicados que establecen marcadas diferencias entre los grupos de votantes que apoyan a los antiguos rivales en las primarias. En primer término, la decidida campaña de Sanders para evitar que gente proveniente de Wall Street y de sus enormes bancos sea llamada a ocupar puestos clave en la futura administración demócrata, en particular en la crucial Secretaría del Tesoro. El diferendo también alcanza a los organismos regulatorios en materia financiera. En este renglón, Sanders ha venido sosteniendo (reciente conferencia en Burlington, Vermont) que se mantendrá vigilante y presto para la acción. Clinton, de ganar como se espera, tendrá que lidiar tanto con republicanos como con el ala liberal de los demócratas, asegura Sanders. Será, en estos cruciales tópicos, donde él y otros senadores adicionales formarán un sólido cuerpo alineado con el movimiento, todavía vigente, compuesto en su mayoría por jóvenes educados.

Ross Douthat, destacado articulista del New York Times, apunta peligros que traerá consigo la personalidad y el estilo impreso, desde tiempo atrás, en el quehacer político de Hillary. Muy a pesar de las distinciones que, durante el rejuego de la campaña, se incrustaron en el horizonte público como líneas de comparación entre los contendientes actuales, su correspondencia con la realidad queda en duda. Se refiere este articulista a la oposición entre la seguridad de Clinton contra el riesgo del magnate, la competencia eficiente de Hillary contra la aventura de Trump o la estabilidad sicológica de ella contra las pasiones ingobernables del billonario.

Para formarse una idea más cercana de lo que puede coagular en el centro de la futura administración, hay que señalar rasgos de Clinton que pueden ser definitorios. Ella es, en un primerísimo lugar, el producto más acabado del establecimiento de poder vigente en Washington. Una conformación por demás rechazada por las corrientes de simpatizantes que forman mayoría: los que respaldaron a Sanders y los que apoyan, incondicionalmente, a Trump. En otras palabras, el grueso del pueblo estadunidense que se siente ofendido, vejado, no representado por los políticos tradicionales, en especial esos que pululan y se mueven en la mera capital del país. Según palabras de Douthat, los rasgos definitorios de tan arraigado espíritu en Clinton se conocen bastante bien por lo que ya sucede: el pensamiento dominante de una élite, lo que comúnmente se llama la normalidad vigente, lo establecido. El culto a la acción presidencial apegada a ideas e ideales de factura dudosa. El radicalismo impuesto por la corriente mayoritaria. Los dogmas neoliberales en boga profesados por la élite corporativa y financiera. Estos bien podrán ser los enormes peligros que Hillary acarreará consigo, los muchos años moviendo el pandero no serán vanos. De ahí el temor que suscita su casi amarrado triunfo, en especial en aquellos que luchan por un cambio en las condiciones imperantes. Condicionantes que favorecen, en desmesura, a unos pocos sobre las mayorías, no sólo en Estados Unidos, sino en el mundo entero.