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Ruptura teórica y política a principios del siglo XXI
A

finales de la semana pasada tuvo lugar una mesa redonda en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Uni­versidad Nacional Autónoma de México sobre el tema que anuncia el título de este artículo. Como mi intervención fue improvisada pretendo ahora darle forma más acabada por escrito en vista de la importancia del tema y del éxito de la mesa redonda.

En un libro de 2010, La crisis de las utopías, apuntaba que las dos ideas centrales surgidas en los siglos XIX y XX, fueron la del capitalismo como sistema clave de la prosperidad social, y la del socialismo, también postulando no sólo su capacidad de dinamizar el desarrollo, sino de resolver el gran problema de la desigualdad y de la injusticia social.

Resulta, sin embargo, que ambas ideas o utopías habrían fracasado esencialmente, ya que el capitalismo, que se impuso definitivamente en el mundo después de la caída del muro de Berlín, y de la desaparición histórica de los socialismos reales, ha sido capaz, en efecto, de promover el desarrollo económico y tecnológico; sin embargo, debe reconocerse, beneficiando sobre todo a sectores demasiado restringidos de la sociedad, dando lugar al hecho dramático de la profunda desigualdad social y de la acumulación de la riqueza en pocas manos, que sin duda se ha convertido en uno de los problemas y tragedias más dolorosas de nuestro tiempo. El capitalismo domina prácticamente en todos los continentes (incluso los socialismos han transitado en muchos casos al capitalismo: ejemplos, entre muchos otros, Rusia y China) y, es verdad, favoreciendo a vastos sectores sociales; sin embargo, la concentración imperante del dinero está muy lejos de seguir las orientaciones básicas de los clásicos del capitalismo (John Locke, Adam Smith, Ricardo, para citar sólo algunos de los principales), que veían precisamente en la distribución equilibrada de la riqueza el fundamento mismo de la prosperidad que el capitalismo sería capaz de proporcionar a toda la sociedad. Las perspectivas se han cumplido muy a medias y más bien vemos un mundo en el que imperan las guerras, con diferentes pretextos y razones, pero que parece siempre manipulado por las grandes potencias, por los más fuertes desde el punto de vista económico, militar y tecnológico.

Por su parte, el gran fracaso del socialismo real se concentra en una palabra: estalinismo, que significa infinidad de fenómenos que se sitúan en el terreno de las dictaduras sociales, políticas y militares más crueles de la historia. No es el lugar para extendernos en las características de este sistema de tiranía, sino más bien subrayar que el estalinismo ha significado una inhibición tremenda para cualquier postulado socialista o socializante posterior. Por supuesto, los grupos de la riqueza que además tienen en sus manos el control de los medios actuales de información, con todo su poder, han hecho un trabajo sin duda eficaz publicitario y repetitivo advirtiendo del desastre que significaría para la humanidad, y para cada sociedad, el socialismo. Lo que no difunden ni por equivocación es el desastre que ha causado el capitalismo en la inmensa mayoría de países donde se ha impuesto, aunque estén a la vista sus desastres, injusticias y, por supuesto, también crueles tiranías y dictaduras.

El hecho real es que están a la vista los ocultamientos sobre los desastres del capitalismo, y resulta claro que, casi sin excepción, los destrozos que sufre el mundo moderno, incluso el terrorismo y las guerras entre regiones y países, tienen su origen en la lucha de clases y en la explotación de unos pueblos por otros y en las injusticias sociales derivadas del sistema. Obviamente el imperialismo y el colonialismo de siglos, que ha asumido muy variadas formas, es uno de las causas claves del terrorismo y de la rebelión de los pueblos. Hay hechos históricos que no se pueden ocultar y que, a pesar de la propaganda en contra y de las verdades a medias, o de las plenas mentiras, aparecen claramente el origen de tales problemas, vigentes durante siglos.

El otro hecho efectivo es que careceríamos hoy de una plataforma ideológica y de un sistema de ideas alternativas capaces de significar una fuerza real que modifique, hacia mejores condiciones de vida en todas las dimensiones, y para todos. Hace falta en este punto trabajo filosófico, ideológico y político capaz de ofrecer horizontes más atractivos en el terreno de la plena democracia y de una efectiva justicia social. Sin estos nuevos horizontes que deben trabajarse intensamente intelectual y políticamente es muy difícil, si no imposible, que se pueda pensar en una liberación real de la sociedad y del hombre (en el sentido de plena libertad y democracia, y de satisfacción de las necesidades). Digamos que otra vez la humanidad está necesitada de utopías posibles y realistas, es decir, realizables y no contradictorias, o lo menos contradictorias posibles. El necesario trabajo está en el horizonte y debe ser emprendido ya.

Desde luego, en este trabajo tremendamente creativo e imaginativo que sugiero no puede olvidarse en absoluto el horizonte de los valores éticos e intelectuales que de todos modos ha acumulado la humanidad. Y que, para no ir más lejos, tienen también su fuente en el capitalismo y en el socialismo, y que tal vez, en más de un sentido, no son contradictorios, sino necesariamente complementarios. Es decir, contamos ya con una muy amplia experiencia histórica que debemos aprovechar en el sentido más positivo que sea posible, y de la cual están excluidas las imposiciones arbitrarias y dictatoriales.

Hay, pues, una gran tarea intelectual, moral y política que realizar, pero que no tendrá resultado en los hechos si no nos atrevemos a ver la estructura profunda de la situación desastrosa que se vive hoy, sus múltiples causas y razones.