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mesa lengua e identidad Las lenguas y los indígenas, Selene Y. Galindo C.
Vivimos en un país donde existen cientos de lenguas indígenas y seguimos hablando en español. Eso facilita la comunicación y el entendimiento entre las distintas personas que provenimos de los diferentes pueblos, pero además así ha sido impuesto desde hace muchísimos años. En este país para ser escuchado tienes que hablar en español. Cada uno de nosotros tiene su propia historia de cómo empezó a hablarlo como segunda lengua, algunos posiblemente no se acuerdan porque lo hicieron desde muy chicos, en otros el proceso fue mucho más reciente y en algunos casos resultó violento. No sólo fue aprender una lengua en abstracto, porque las lenguas de esa manera no existen, fue también aprender una forma de vivir y de pensar diferente. Como bien sabemos, las lenguas por sí mismas no existen. Hay personas que las hablan, que viven en una sociedad en donde la lengua forma parte del cotidiano, de la convivencia, del aprendizaje, del poder ser partícipe, del poder ser escuchado, del poder transmitir lo que pensamos y lo que queremos como personas y como pueblos. Es de esta manera que tenemos que pensar cada una de las lenguas, las indígenas y el español (en este caso). Tenemos que pensarlas vivas, cambiantes, contemporáneas. Cada una responde a una realidad en particular, pero a la vez debemos entender que estamos en un país donde el español es la lengua dominante. El ser indígenas, entonces, nos coloca en situaciones particulares frente a una sociedad dominante. Específicamente comentaré desde mi realidad como o’odam del sur de Durango y del acercamiento como antropóloga que he tenido con los tohono o’odham de Sonora y Arizona y es desde este cruce de realidades he aprendido lo que aquí expongo. Los indígenas, “gente que ha sentido en carne propia lo que es ser indígena”. El ser indígena no se puede definir por medio de una serie de rasgos reducidos, por ejemplo, que nos vistamos con “los trajes típicos”, hablar una lengua indígena (la mayoría de los tohono o’odham que viven en México no hablan la lengua tohono o’odham y son indígenas) o cualquier otro rasgo que se les ocurra. El ser indígena no se reduce al pasado, los indígenas no solamente estamos en los lugares lejanos, los indígenas tampoco somos los únicos responsables de “portar y mantener las tradiciones”, los indígenas no nada más están en el sur, los indígenas no nada más “corren rápido”, tampoco nos reducimos a “artesanias bonitas” y no nos componemos de “tradiciones emblemáticas”. No somos sujetos fragmentados en cada uno de esos elementos, somos personas que formamos parte de distintas colectividades (de más de una en la mayoría de los casos), en donde de una u otra manera estamos en relación activa con “la sociedad nacional”, ya sea en colectivo o individualmente. Estamos en relación con los gobiernos de nuestros estados y municipios, con los distintos funcionarios públicos y los distintos prestadores de servicios, y en muchos de los casos los indígenas también lo somos. Somos además profesores, estudiantes, abogados, antropólogos, comerciantes, migrantes, etcétera. En enero de 2014 realicé mi primera estancia en la comunidad tohono o’odham de Quitovac, Sonora. En esa temporada realicé un taller con los jóvenes que asistían a la secundaria comunitaria que estaba a cargo del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe). Ahí uno de los participantes escribió algo que explica bien mi punto: El ser indígena para mí es eso, es una forma de vida, una forma de pensar distinta, una forma de relacionarse con los otros e irremediablemente una posición política propia. ¿Qué hace distinto un profesionista indígena de uno que no lo es ? ¿Automáticamente somos conscientes de la situación en la que nos encontramos como pueblos indígenas frente al resto de la población mexicana? ¿Automáticamente generamos alternativas nuevas hacía y desde nuestros distintos pueblos? Evidentemente no, y muchos de nosotros repetimos los prejuicios que predominan en la “sociedad nacional”, porque lo aprendimos en nuestro proceso de formar parte de ella. Así como también los valores, los conocimientos, las costumbres y todo lo que conforma la sociedad. La lengua como práctica en colectivo. Para los indígenas, hablar una segunda lengua, el español, no sólo requiere de habilidades lingüísticas; se trata de un aprendizaje constante de la forma de pensamiento relacionada con dicha lengua. También estamos hablando de la creación y mantenimiento de vínculos que nos garantizan un lugar. De esta suerte, el participar de ella refiere a un proceso en el que tomamos parte y en el cual nos relacionamos con otros (indígenas y no indígenas). En muchos de los casos, las formas de pensamiento chocan, no son compatibles; como bien sabemos, hay un constante menosprecio sistematizado hacía lo indígena y la educación formal que recibimos nos lo transmite. De este modo, y nada alejado de la época del indigenismo, actualmente, por lo menos en Durango existen “profesionistas indígenas” que son el nuevo enlace del gobierno estatal con las comunidades o’dam. Y otra vez, nada alejados del indigenismo, se trata de imponer proyectos anclados a una idea de desarrollo que nada tiene que ver con la visión que tienen las personas que viven en las comunidades. Entonces, surge una pregunta, ¿quiénes son los indígenas? Independientemente de la crítica que hagamos a quienes actúan como “intermediarios”, lo cierto es que eso no los hace menos indígenas. La realidad en la que vivimos es tan diversa, las historias personales de cada uno de los miembros de los pueblos indígenas son tan variadas, que nos obliga a pensarnos en una multiplicidad de perspectivas, de dinamismos, en donde las relaciones de poder sin duda están presentes. Ser indígena en el México de 2016. Si seguimos las información proporcionada por las Fichas de Información Básica de la Población Indígena del 2015 (derivadas del censo 2015 del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, Inegi) hay 25 millones 694 mil 928 indígenas en el país. Sin exagerar, cada uno tiene una historia propia, una relación particular con la “sociedad nacional” a partir de su experiencia y vivencias. Algunas se parecerán más que otras, sin embargo, los pueblos indígenas siempre están en desventaja. Aun así, no podemos pensar a las personas indígenas totalmente pasivas, no lo son y nunca lo han sido. Si bien lo indígena no se reduce a la lengua, en cualquier caso, sea la lengua que se hable, siempre será una experiencia social, de la misma forma que lo son el conocimiento, los valores, las historias, los mitos y todo lo que como integrantes de una pueblo compartimos. Es así que somos indígenas: Como una experiencia negociada (nosotros definimos quienes somos por la vía de la experiencia por medio de nuestra participación en las distintas colectividades de las que formamos parte, así como por las formas en que los demás y nosotros mismos le damos forma a nuestra experiencia produciendo “objetos”, “conceptos”. Como miembros de una comunidad, mediante la cual definimos lo que nos es familiar y lo que no, y así marcamos los límites. Como una trayectoria de aprendizaje, que ancla donde hemos estado y hacia dónde vamos. Como nexo de múltiples pertenencias, es aquí en donde reconciliamos nuestras pertenencias a diversas colectividades, a nuestra propia forma de ser indígenas. Los indígenas no vivimos aislados. Sabemos que formamos parte de un país en el cual coexistimos con otras poblaciones indígenas, como otras minorías no indígenas y con “una sociedad nacional” mayoritaria hablante de español. Es a partir de esto que el diálogo no se debe de quedar entre indígenas y es a lo que apunta mi propuesta. El diálogo como educación, el diálogo entre indígenas, el diálogo con la “sociedad nacional”. Es necesario que en la actualidad pensemos a México: lo indígena y lo no indígena en conjunto. No podemos pensar nuestros proyectos futuros en la negación de esta coexistencia, porque los indígenas estamos incómodamente presentes en la vida nacional, somos partícipes. Ello resulta en acciones y en relacionamos con otros. Sin embargo, no solamente se trata de revalorarnos y desconolizarnos nosotros indígenas, sino de compartir este proceso con la “sociedad nacional”.
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