15 de octubre de 2016     Número 109

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Geografía crítica y ordenamiento
territorial en el Chilam Balam de Chumayel

Cuando llegaron ya estaban completos los nombres de los pueblos que no los tenían, y los de los pozos,
para que se pudiera saber por dónde habían pasado caminado para ver si era buena la tierra
y si se establecían en esos lugares. El “ordenamiento de la tierra”, decían que se llamaba esto
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Chilam Balam de Chumayel. Linajes.

Los mayas de antes hacían territorio al andar y en sus crónicas se entreveran tiempo y espacio, historia y geografía, así lo testimonia el libro hallado en Chumayel.

Cuando se revalora el pensamiento de las viejas culturas de por acá, resulta provocador leer la sección del Chilam Balam llamada Libro de los linajes, desde el divisadero de la nueva geografía. Y es que en este como en otros temas el cuestionamiento de la modernidad nos lleva de regreso a paradigmas pergeñados por las civilizaciones premodernas. En este caso una territorialidad construida por el sujeto y donde se funden el espacio y el tiempo, el mundo material y el simbólico, lo profano y lo sagrado.

Inaugurada por autores como Vidal de la Blanche y Ratzel, la geografía moderna es de inspiración positivista y de origen arrastra problemas como las dicotomías espacio, tiempo; geografía física, geografía humana; descripción, explicación… por lo que desde hace medio siglo se empezó a desarrollar una geografía crítica en la que autores como Milton Santos parten de la no separación de espacio y tiempo y de la “acumulación desigual de tiempos” coexistiendo en un mismo espacio. En esta perspectiva el territorio se nos muestra como una construcción material y simbólica realizada por sujetos cuya pluralidad conlleva conflictos, de modo que el ordenamiento de los territorios es un ejercicio de poder. Hoy es habitual pensar en términos espaciotemporales y ver a los territorios no en cortes sincrónicos sino como ámbitos fluidos en permanente construcción por los sujetos que en ellos confluyen y disputan. Construcción integral en la que podemos distinguir cuando menos cuatro dimensiones: material (ocupación, aprovechamiento productivo…), socioeconómica (apropiación, valorización…), política (dominación, administración…) y simbólica (denominación, significación…). Conceptos que se proclaman pero pocas veces se asumen plenamente, por el peso que aún tienen los hábitos mentales de la modernidad, que nos llevan a pensar el espacio como un ámbito preexistente en el que los sujetos se mueven y al tiempo como un continuo secuencial único por el que marchan. Y el que nunca haya incurrido en estos vicios positivistas que tire la primera piedra.

Pero con independencia de la ciencia geográfica y sus transiciones paradigmáticas, hay en todas las culturas un cuerpo de conocimientos que podemos llamar “pensamiento geográfico”. Discursos que en el caso de algunas sociedades premodernas pueden anticipar posturas que hoy nos parecen novedosos pero que, en cierto modo, son un retorno a paradigmas ancestrales arrumbados por la modernidad. Este es el caso de los viejos mayas.

Hacia los años 1000 d.C. el mundo maya está en decadencia, pero en centros como Chichén Itzá y Uxmal hay intentos por reanimar la gran civilización. Testimonio de esto son crónicas de transmisión oral que 500 años después fueron registradas en manuscritos como los encontrados en Chumayel a medidos del siglo XIX. El tiempo transcurrido, la pérdida de saberes y el sincretismo resultante de la Colonia hacen que las crónicas sean confusas y contradictorias. Aun así transmiten con fuerza lo que hoy podríamos llamar un pensamiento histórico-geográfico premoderno. Trataré de documentarlo.

En la versión que empleo, el traductor Antonio Mediz Bolio titula a la primera sección Libro de los linajes, pues ciertamente trata de los Señores que entonces gobernaron. Pero trata también de los territorios que los pueblos ocupaban, de sus condiciones agroecológicas, de su posible apropiación productiva, de su valorización tributaria, de su gobernanza… todo en el orden del tiempo y en el marco de un “ordenamiento” que realizan los hombres por razones profanas pero que es de origen divino.

En los primeros renglones los linajes de Uc Xkantacay y de Ah Puch son ubicados en el paisaje: “Nueve ríos los guardaban. Nueve montañas los guardaban”, para de inmediato fijar la fecha: Once Ahau Katun y comenzar a describir el recorrido por el que los itzaes se delimitarán y fijarán las tierras de cultivo:

Y empezó a venir Ah Ppisté. Este Ah Ppisté era el medidor de la tierra. Y entonces vino Chacté Abán , a preparar las medidas de la tierra para ser cultivadas. Y vino Uac Habnal a marcar las medidas con señales de hierba, entre tanto venía Miscit Ahau a limpiar las tierras medidas, y entre tanto venía Ah Pipsul, el medidor, el cual medía medias anchas.

Pero ordenamiento territorial es poder, de modo que de inmediato se definen los mandos:

Fue cuando se establecieron los Jefes de los rumbos Ix Noh Uc, Jefe del Oriente. Ox Tocoy Moo, Jefe del Oriente. Ox PaUAH, Jefe del Oriente […]. Batún, Jefe del Norte. Ah Puch, Jefe del Norte. Balam-á, Jefe del Norte […] Kan, Jefe del Poniente […] Ah Yamás, Jefe del Sur […].

Sigue la enumeración de los sacerdotes y de sus dominios y el registro de algunos incidentes mitológicos. Y a continuación lo que en términos del brasileño Carlos Walter Porto Goncalvez podríamos llamar una geo-grafía: la especiosa narración de un recorrido gracias al cual se va construyendo espacio-temporalmente el territorio de los Itzaes. Un curso en el que su entorno va siendo poblado, descrito, ponderado y sobre todo nombrado… al tiempo que el pueblo de los itzaes va creciendo, desarrollando su lenguaje y sus saberes, encontrando sus fuentes de vida, enfrentando conflictos, conquistando tierras, sufriendo percances…

Y de ahí salieron y llegaron a Ppole. Ahí crecieron los itzaes. Ahí entonces tuvieron por madre a Ix Ppol.

He ahí que llegaron a Aké. Allí les nacieron hijos, allí se nutrieron. Aké es el nombre de ese lugar, decían.

Entonces llegaron a Alaa. Alaa es el nombre de ese lugar, decían. Y vinieron a Kanholá. Y vinieron a Tixchel. Ahí se elevó su lenguaje, allí subió su conocimiento. Y entonces llegaron a Ninum. Allí aumentó su lengua, allí aumento el saber de los itzaes. Y llegaron a Chikin-dzonot. Al poniente se volvieron allí sus rostros. Chikin-dzonot es el nombre de este lugar, decían. Y llegaron a Tzuc-op. Allí se dividieron en grupos, bajo un árbol de anona. Tzuc-op es el nombre de este lugar, dijeron.

Y llegaron a Tah-cal, donde castraban miel los itzaes, para que fuera bebida por la Imagen del Sol. Y se castró miel y fue bebida. Cabilnebá es su nombre.

Y llegaron a Kikil. Allí enfermaron de disentería. Kikil es el nombre de ese lugar dijeron.

Y llegaron a Panab-haá. Allí cavaron buscando agua. Y cuando vinieron de allí, recargaron sus cargas con agua, con agua de lo profundo. Y llegaron a Yalsihón. Yalsihón es el nombre de este lugar que se pobló. Y llegaron a Xppitáh, pueblo también. Y entonces llegaron a Kankab-dzonot.

[…]

Y vinieron al lugar que es nombrado T´Cooh. Allí compraron palabras a precio caro, allí compraron conocimientos. Ti-coh es el nombre de ese lugar.

[…]

Vinieron a Ti-maax. Allí se magullaron a golpes unos a otros los guerreros. Y llegaron a Buc-tzotz. Allí vistieron los cabellos de sus cabezas. Buc-tzotz se llama este lugar, decían. Y llegaron a Dzidzontun. Ahí empezaron a conquistar tierras. Dzidzontun es el nombre de ese lugar.

[…]

Y llegaron a Sinanché. Allí fueron encantados por el mal espíritu llamado Sinanché.

Y llegaron al pueblo de Chac. Y llegaron a Dzeuc y Pisilbá, pueblos de parientes. Y a otro, a donde habían llegado sus abuelos. Allí aliviaron sus ánimos. Dzemul es el nombre de ese lugar.

Y llegaron a Kini, lugar de Ikil, Itzam-Pech y Xdezeuc, sus allegados. Cuando llegaron donde estaban Xkil e Itzam-Pech, era tiempo de dolor para ellos.

Y llegaron a Baca. Allí les llegó el agua hasta los huesos. Baca es aquí, decían.

[…]

Los lugares y los hechos se siguen entreverando: los sitios en que “hicieron siembras”, en que “bajaron piedras preciosas” en que “asentaron su pie de vencedores y conquistaron las Puertas de Piedra”, en que “olvidaron su lengua”, en que “se dispersaron los restos de los itzaes”. Y no podían faltar los asuntos del poder, las exacciones y la servidumbre:

Allí se midió el tributo y se vio que era suficiente el conjunto del que había desde el tiempo antiguo. Y entonces sucedió que bajó el tributo de Holtun-Suhuy-uá. Y se vio que era bastante. Fue entonces cuando “se igualó su hablar”. Esto sucedió en el Trece Ahau Katún. Allí recibían tributo los Grandes Señores. Y entonces comenzaron a reverenciar su majestad. Y comenzaron a tenerlos como dioses. Y comenzaron a servirlos. Y sucedió que llegaron a llevarlos en andas […]

El afán positivista podrá reclamar sus inconsistencias historiográficas y geográficas a los que escribieron “esta memoria de las cosas que sucedieron y que hicieron”. Pero éste no es el punto. En el Chilam Balam de Chumayel se plasma una visión del mundo, y la sección llamada Libro de los linajes es un excepcional ejemplo de cómo lo que la moderna compartimentación de los saberes separó y contrapuso: objetividad y subjetividad; espacio y tiempo; mundo profano y mundo sagrado; geografía e historia; sujetos y territorios… puede ser abordado como un todo complejo pero comunicable y aprehensible por medio de imágenes y alegorías. Y lo que hay detrás es un paradigma holista muy parecido al que subyace en la geografía crítica, en los discursos sobre territorio y territorialidad y en las más avanzadas propuestas de ordenamiento territorial. Porque el andar de los itzaes que en el libro se reseña tenía un propósito: ordenar el territorio. Ordenar el territorio por mandato de Dios pero con los pies sobre la tierra.

Cuando llegaron ya estaban completos los nombres de los pueblos que no los tenían, y los de los pozos, para que se pudiera saber por donde habían pasado caminando para ver si era buena la tierra y si se establecían en esos lugares. El “ordenamiento de la tierra”, decían que se llamaba esto.

Nuestro padre Dios fue el que ordenó esta tierra.

Y aquellos pusieron nombre al país y a los pueblos, y pusieron nombre a los pozos en donde se establecían y pusieron nombre a las tierras altas que poblaban y pusieron nombre a los campos en que hacían sus moradas. Porque nunca nadie había llegado aquí, a la perla de la garganta de la tierra, cuando nosotros llegamos.

Pero después de ultramar llegaron otros. Y con ese nefasto arribo no sólo se perdió el modo maya de vivir tiempo y espacio y de experimentar el territorio, se perdió también el modo antiguo de estar en el mundo. Modo de vida que con sus golpes de unos contra otros, sus conquistas de tierras, sus tributos y sus servidumbres era el suyo, era el que ellos habían construido. Un mundo que la Conquista, la Colonia y lo que siguió se encargaron de destruir. Y los cronistas, que escribían en los siglos XVI y XVII, denuncian airados el genocidio. Estos son los últimos párrafos de la sección que hemos comentado.

Solamente por el tiempo loco, por los locos sacerdotes, fue que entró a nosotros la tristeza, que entró a nosotros el Cristianismo. Porque los muy cristianos llegaron aquí con el verdadero Dios; pero este fue el principio de la miseria nuestra, el principio del tributo, el principio de la limosna, la causa de que saliera la discordia oculta, el principio de las peleas con armas de fuego, el principio de los atropellos, el principio de los despojos de todo, el principio de la esclavitud por las deudas, el principio de las deudas pegadas a las espaldas, el principio de la continua reyerta, el principio del padecimiento. Fue el principio de la obra de los españoles y de los padres, el principio de usarse los caciques, los maestros de escuela, los fiscales.

¡Que porque eran niños pequeños los muchachos de los pueblos, y mientras, se les martirizaba! ¡Infelices los pobrecitos! Los pobrecitos no protestaban contra el que a su sabor los esclavizaba, el Anticristo sobre la Tierra, tigre de los pueblos, gato montés de los pueblos, chupador del pobre indio. Pero llegará el día en que lleguen hasta Dios las lágrimas de sus ojos y baje la justicia de Dios de un golpe sobre el mundo.

¡Verdaderamente es la voluntad de Dios que regresen Ah-Kantenal e Ix-Pucyolá, para roerlos de la superficie de la Tierra!

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