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Geografía crítica y ordenamiento Cuando llegaron ya estaban completos los nombres de los pueblos que no los tenían, y los de los pozos, Los mayas de antes hacían territorio al andar y en sus crónicas se entreveran tiempo y espacio, historia y geografía, así lo testimonia el libro hallado en Chumayel. Cuando se revalora el pensamiento de las viejas culturas de por acá, resulta provocador leer la sección del Chilam Balam llamada Libro de los linajes, desde el divisadero de la nueva geografía. Y es que en este como en otros temas el cuestionamiento de la modernidad nos lleva de regreso a paradigmas pergeñados por las civilizaciones premodernas. En este caso una territorialidad construida por el sujeto y donde se funden el espacio y el tiempo, el mundo material y el simbólico, lo profano y lo sagrado. Inaugurada por autores como Vidal de la Blanche y Ratzel, la geografía moderna es de inspiración positivista y de origen arrastra problemas como las dicotomías espacio, tiempo; geografía física, geografía humana; descripción, explicación… por lo que desde hace medio siglo se empezó a desarrollar una geografía crítica en la que autores como Milton Santos parten de la no separación de espacio y tiempo y de la “acumulación desigual de tiempos” coexistiendo en un mismo espacio. En esta perspectiva el territorio se nos muestra como una construcción material y simbólica realizada por sujetos cuya pluralidad conlleva conflictos, de modo que el ordenamiento de los territorios es un ejercicio de poder. Hoy es habitual pensar en términos espaciotemporales y ver a los territorios no en cortes sincrónicos sino como ámbitos fluidos en permanente construcción por los sujetos que en ellos confluyen y disputan. Construcción integral en la que podemos distinguir cuando menos cuatro dimensiones: material (ocupación, aprovechamiento productivo…), socioeconómica (apropiación, valorización…), política (dominación, administración…) y simbólica (denominación, significación…). Conceptos que se proclaman pero pocas veces se asumen plenamente, por el peso que aún tienen los hábitos mentales de la modernidad, que nos llevan a pensar el espacio como un ámbito preexistente en el que los sujetos se mueven y al tiempo como un continuo secuencial único por el que marchan. Y el que nunca haya incurrido en estos vicios positivistas que tire la primera piedra. Pero con independencia de la ciencia geográfica y sus transiciones paradigmáticas, hay en todas las culturas un cuerpo de conocimientos que podemos llamar “pensamiento geográfico”. Discursos que en el caso de algunas sociedades premodernas pueden anticipar posturas que hoy nos parecen novedosos pero que, en cierto modo, son un retorno a paradigmas ancestrales arrumbados por la modernidad. Este es el caso de los viejos mayas. Hacia los años 1000 d.C. el mundo maya está en decadencia, pero en centros como Chichén Itzá y Uxmal hay intentos por reanimar la gran civilización. Testimonio de esto son crónicas de transmisión oral que 500 años después fueron registradas en manuscritos como los encontrados en Chumayel a medidos del siglo XIX. El tiempo transcurrido, la pérdida de saberes y el sincretismo resultante de la Colonia hacen que las crónicas sean confusas y contradictorias. Aun así transmiten con fuerza lo que hoy podríamos llamar un pensamiento histórico-geográfico premoderno. Trataré de documentarlo. En la versión que empleo, el traductor Antonio Mediz Bolio titula a la primera sección Libro de los linajes, pues ciertamente trata de los Señores que entonces gobernaron. Pero trata también de los territorios que los pueblos ocupaban, de sus condiciones agroecológicas, de su posible apropiación productiva, de su valorización tributaria, de su gobernanza… todo en el orden del tiempo y en el marco de un “ordenamiento” que realizan los hombres por razones profanas pero que es de origen divino. En los primeros renglones los linajes de Uc Xkantacay y de Ah Puch son ubicados en el paisaje: “Nueve ríos los guardaban. Nueve montañas los guardaban”, para de inmediato fijar la fecha: Once Ahau Katun y comenzar a describir el recorrido por el que los itzaes se delimitarán y fijarán las tierras de cultivo: Y empezó a venir Ah Ppisté. Este Ah Ppisté era el medidor de la tierra. Y entonces vino Chacté Abán , a preparar las medidas de la tierra para ser cultivadas. Y vino Uac Habnal a marcar las medidas con señales de hierba, entre tanto venía Miscit Ahau a limpiar las tierras medidas, y entre tanto venía Ah Pipsul, el medidor, el cual medía medias anchas. Pero ordenamiento territorial es poder, de modo que de inmediato se definen los mandos:
Sigue la enumeración de los sacerdotes y de sus dominios y el registro de algunos incidentes mitológicos. Y a continuación lo que en términos del brasileño Carlos Walter Porto Goncalvez podríamos llamar una geo-grafía: la especiosa narración de un recorrido gracias al cual se va construyendo espacio-temporalmente el territorio de los Itzaes. Un curso en el que su entorno va siendo poblado, descrito, ponderado y sobre todo nombrado… al tiempo que el pueblo de los itzaes va creciendo, desarrollando su lenguaje y sus saberes, encontrando sus fuentes de vida, enfrentando conflictos, conquistando tierras, sufriendo percances…
Los lugares y los hechos se siguen entreverando: los sitios en que “hicieron siembras”, en que “bajaron piedras preciosas” en que “asentaron su pie de vencedores y conquistaron las Puertas de Piedra”, en que “olvidaron su lengua”, en que “se dispersaron los restos de los itzaes”. Y no podían faltar los asuntos del poder, las exacciones y la servidumbre:
El afán positivista podrá reclamar sus inconsistencias historiográficas y geográficas a los que escribieron “esta memoria de las cosas que sucedieron y que hicieron”. Pero éste no es el punto. En el Chilam Balam de Chumayel se plasma una visión del mundo, y la sección llamada Libro de los linajes es un excepcional ejemplo de cómo lo que la moderna compartimentación de los saberes separó y contrapuso: objetividad y subjetividad; espacio y tiempo; mundo profano y mundo sagrado; geografía e historia; sujetos y territorios… puede ser abordado como un todo complejo pero comunicable y aprehensible por medio de imágenes y alegorías. Y lo que hay detrás es un paradigma holista muy parecido al que subyace en la geografía crítica, en los discursos sobre territorio y territorialidad y en las más avanzadas propuestas de ordenamiento territorial. Porque el andar de los itzaes que en el libro se reseña tenía un propósito: ordenar el territorio. Ordenar el territorio por mandato de Dios pero con los pies sobre la tierra.
Pero después de ultramar llegaron otros. Y con ese nefasto arribo no sólo se perdió el modo maya de vivir tiempo y espacio y de experimentar el territorio, se perdió también el modo antiguo de estar en el mundo. Modo de vida que con sus golpes de unos contra otros, sus conquistas de tierras, sus tributos y sus servidumbres era el suyo, era el que ellos habían construido. Un mundo que la Conquista, la Colonia y lo que siguió se encargaron de destruir. Y los cronistas, que escribían en los siglos XVI y XVII, denuncian airados el genocidio. Estos son los últimos párrafos de la sección que hemos comentado.
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