15 de octubre de 2016     Número 109

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

mesa lengua e identidad

¿Se puede construir eso que
llaman “desarrollo indígena”?

Edith Herrera Martínez Ñuu savi de la Montaña de Guerrero


FOTO: Raúl Ramos

En pleno siglo XXI es necesario girar el lente y mirar desde el interior de los pueblos, utilizando herramientas de la propia modernidad, para empezar una reflexión profunda de nuestra vida, conocimiento y pensamiento.

Eso que se ha llamado “modernidad” nos lleva necesariamente a construir nuevas formas de relacionarnos como pueblos. Es decir que como grupos ya no vivimos aislados, y quizás ya no lo podamos hacer. Vivimos interactuando de modo constante con las demás culturas y pueblos, grupos y sociedades.

El conflicto surge cuando en esa interacción se nos mira a los pueblos como “inferiores”, como “objetos” y no como sujetos, como los “indefensos” que necesitan ayuda. Con esos conceptos somos utilizados para justificar las políticas asistencialistas y paliativas que los malos gobiernos ofrecen para (según ellos) “atender a los pueblos en sus problemáticas”.

Pero, ¿se han preguntado si ese concepto existe en nuestro pensamiento originario? ¿A qué denomina la gente de los pueblos el “estar bien”, “bien vivirse”, el “bien ser” en sus territorios? Esas preguntas son las que deberían plantearse antes de elaborar políticas del “buen sentido” o de la caridad, pues pareciera que, en el marco de la visión hegemónica del “desarrollo”, se sigue mirando a los pueblos originarios como objetos manipulables y demandantes de limosna.

Si uno quiere hablar de un desarrollo para los pueblos, hay que partir de lo que concebimos desde el pensamiento y el sentir “estar bien” “bien ser”. Y aunque ya se le ha nombrado “desarrollo”, nosotros tenemos la enorme tarea de nombrarlo como nos identifique en nuestras palabras, en nuestra reflexión, en nuestro pensar y darle un sentido más humanizado. Quizás hasta reconstruir categorías, conceptos propios para no españolizar el idioma, porque pierde riqueza.

A este país le hace falta lo que los pueblos reflexionamos, partiendo desde nuestro pensamiento propio, local, ligado a una tradición histórica y milenaria. No queremos políticas públicas excluyentes, queremos que se respete nuestros modos de pensamiento y de construir el mundo. Hay muchos otros, y no sólo el que se ha pretendido imponer desde la invasión que hicieron los europeo. El modelo de desarrollo que rige en este país es excluyente, depredador, asesino, que despoja, somete y explota a los de abajo.

Déjenme compartirles reflexiones que tuve con los abuelos. En charlas amenas, en el campo, en el camino, en las asambleas o simplemente en las cocinas me compartieron sus conocimientos. En la vida cotidiana la palabra fluye entre paisanos y paisanas. Porque es desde ahí que hay que empezar.

¿Qué podemos hacer, hacia dónde pensar para lograr el Na koo vií yo ñuu yo/el estar bien en el pueblo. Eso nos dará pauta para abordar lo que se llama “desarrollo indígena”.

El “estar bien” no es una cuestión individual, personal, tiene que ver con un sentido amplio y profundo de lo comunal, de lo que es el pueblo. No se puede pensar en “estar bien” si no se considera el ente social en su totalidad.

Para decir que estamos bien o nos sentimos bien, daré unos ejemplos de cómo lo empleamos en nuestro idioma tu’un savi. Y lo relacionaré luego con el uso profundo del idioma y pensamiento nuestro. Sólo así podremos entender lo que para nosotros significa el “estar bien en pueblo”.

En nuestro idioma, cuando llegamos a una casa, el saludo es inmediatamente “An iyo va’á nto” que significa más o menos “¿Se encuentran bien?” Es decir que no preguntamos simplemente “cómo se encuentran”, eso ya sería otra construcción y pensamiento. La pregunta inicial siempre incluye el adjetivo bien. Es decir que en un sentido intrínseco queremos escuchar que sí, en efecto, la familia se encuentra bien. A partir de ahí, se empieza a generar una larga conversación de intercambio de información sobre la familia, la salud y los acontecimientos relevantes en la comunidad.

Durante ese diálogo recurrentemente encontraremos a la gente diciendo “Sasu lo’ó va’á lo’ó va’a tyi iyo ní kue’é” (es decir, “pues un poco bien y un poco mal porque hay mucha enfermedad”), lo que en sí refleja que nos movemos en constantes búsquedas del “estar bien, ser bien”. En efecto, las personas que toman parte en esa conversación se van animando hacia la resolución de los problemas que todos encuentran sobre su camino y el no dejarse desanimar por ellos, así como encontrar razones y soluciones para superarlos.

Al finalizar la conversación, la persona que se queda dice algo como “va’á ní ku’ún koto sa kani itún yo’ó koto sa tuxuviún” (“vete con bien, no te vaya a atropellar un carro, no te vayas a lastimar”). Otra vez se mencionan los posibles accidentes o problemas con que se puede encontrar uno en su camino, y se desea a la persona que no le sucedan.


FOTO: Gobierno de Cholula

El “estar bien”, no es algo que se tome a la ligera. En estos ejemplos tan simples podemos realizar un análisis profundo del idioma. “Estar bien” va ritmando las conversaciones y se entreteje profundamente en ellas. Ésta es una preocupación constante entre nosotros los ñuu savi. Existen cosas malas, van a pasar cosas malas, pero para “estar bien” nos animamos a superarlas. Y así, viviéndolas, nos permitan acceder a ese “estar bien”.

Nuestra manera de concebir “el estar bien”, no puede desprenderse de nuestra manera de pensar, la cual necesariamente, se vincula a lo que podemos llamar un lenguaje profundo que desde pequeños nos enseñan los mayores. Ese consiste en el respeto a la palabra, en el hecho de que no podemos hablar por hablar, que primero hay que escuchar, poner atención. Luego llevar eso que escuchamos al interior para pensarlo. Y sólo después podemos hablar. Uno de nuestros abuelos diría que “antes de hablar, primero hay que escuchar y pensar”. Esto da muestra de nuestro pensamiento como ñuu savi, eso que podríamos llamar el equilibrio del pensamiento y la palabra. Sin el respeto a ese lenguaje profundo no pude darse el estar bien el pueblo, el Na koo va’á yo ñuu yo.

El territorio es otra dimensión constitutiva de nuestro ser como ñuu savi, o pueblo de la lluvia. Es donde dimensionamos nuestra vida local, comunitaria, como pueblo. Necesitamos de este espacio para construir el camino hacia lo que podemos llamar “que estemos bien en el pueblo”. Lo necesitamos porque somos de ahí, y ahí vivimos, ahí sembramos, ahí cosechamos, ahí rezamos, ahí ofrendamos, ahí aprendemos, ahí caminamos. Todo lo que podemos nombrar, pensar, imaginar está enlazado con el territorio. Ahí es donde se viven las dinámicas comunitarias, donde se discute en las asambleas, donde se reproducen los conocimientos aprendidos, donde se pelea por la tierra y se defiende lo que los abuelos nos han heredado. El territorio moldea nuestra vida, como en cierta forma está moldeado el árbol por la tierra en donde creció.

No podemos hablar de un Na koo vií yo (que estemos bien), si no respetamos la relación cosmogónica que tenemos con el territorio. Un respeto amplio y en particular con los lugares sagrados de tal territorio (los manantiales, las cascadas, las cimas de las montañas, las lagunas, etcétera). Esos espacios no son meros puntos geográficos sino que tienen significado, representan a nuestras deidades, a los guardianes que cuidan de nosotros y que aguardan al pueblo. Nuestro territorio es como la tierra donde se echan las raíces del pueblo y es lo que le permite crecer. Sin él no existiría el pueblo.

Los mayores nos enseñan a respetar a las deidades, a cuidar esa relación con los entes sagrados, que para nosotros tienen vida. Son ellos los que nos permiten vivir, según lo concebimos. Son por ejemplo el fuego, la lluvia, el trueno y la tierra. Y vemos una necesidad de equilibrarnos con ellos, de darles alimento, de tratarlos bien y ofrendarles cuando sea necesario. Son seres vivientes que por años han guiado a nuestro pueblo y nuestras vidas.

No sólo se trata de respeto, sino de un constante reconocimiento y agradecimiento por guiar el camino de los ancestros, el camino que nos toca recorrer a nosotros como comunidad. A ellos encomendaremos a las nuevas generaciones, que las sigan guiando, que las sigan cuidando por el bien estar, bien ser y bien convivir dentro de la comunidad.

El Na koo vií yo ñuu yo (que estemos bien en el pueblo) es un proceso en construcción, es una constante búsqueda, no sólo es un estado físico o material, tiene que ver con un sentido espiritual, de pensamiento propio. De respeto a los abuelos, a la palabra, a los ancestros, a los difuntos, a las deidades.


FOTO: Pelota Mixteca Arellanes

Entonces, ese camino hacia el Na koo vií yo ñuu yo también implica la sobrevivencia cotidiana, los aprendizajes concretos que nos brinda el trabajo. Y este trabajo que los abuelos nos han transmitido es primeramente trabajar la tierra para buscar el alimento, eso que llaman sembrar, cosechar, cultivar, no sólo lo que comemos, sino también lo que somos. Trabajar la tierra no solamente es un trabajo físico para nosotros, constituye un ejercicio espiritual.

“¿Para qué es la tierra?”, les decía yo a mis abuelos cuando de pequeña veía que en la cabecera municipal, cada día de plaza, mucha gente se juntaba para comprar sus alimentos. Entonces, mi tata me respondió sabiamente: “pues pa’ trabajarla, pa’ tener cosas sembradas y para tener qué comer.”

Para ser campesino, para vivir en la comunidad no se estudia: eso no se aprende en las escuelas, en las grandes academias, ni con los muchos títulos. Eso se trasmite en la cotidianidad, eso que nosotros podemos nombrar sakua’á yo koo yo ña yúvi yo’o (tenemos que aprender a estar/vivir en este mundo).

Nos enfrentamos a serias amenazas a nuestros territorios, a nuestros hogares, a los lugares que nos fueron heredados, y donde habitan nuestros guardianes. Como ejemplo, esas tierras que ocupamos por años para trabajar, para rezar, para vivir, están siendo vendidas a las empresas nacionales y trasnacionales que miran con ojos de avaricia nuestros territorios, sin consultar a los pueblos, sin hablar con los cuidadores históricos de esos lugares.

La noción de “desarrollo en territorios indígenas” desde la política pública, se sigue mirando en términos económicos, como ejemplo, revisemos las políticas paliativas que implementan en las zonas con población indígena las secretarías de Agricultura y de Desarrollo Social, así como la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI). Erróneamente piensan que el “dinero” es la solución a todos los males de la comunidad. Eso es una falacia.

Bien dicen las nanas y los tatas del pueblo, cuando ven regresar a sus hijos de Estados Unidos: “El dinero se va, no se queda como la tierra… Trabajar la tierra, no hace falta nada más… La tierra te da todo para poder comer... Basta con decir quiero trabajarla, quiero sembrarla y no salir a otros lados que nomás te tratan mal”.

Los abuelos nos han enseñado, que es mejor “tener maíz para comer” que andarlo comprando. La tierra nos da seguridad, al contrario del dinero que se escurre como el agua. La tierra es el tesoro y la pobreza es dejar de cuidar a ese tesoro, dejar de relacionarnos con ella, con nuestro trabajo, dejar de entender ese tesoro. Nos llaman “pobres” porque según no tenemos dinero. Si hay tierra, si hay trabajo, siempre habrá maíz y habrá vida.

Otro de los elementos cruciales para que pueda mantenerse el Na koo vií yo ñuu yo (que estemos bien en el pueblo) es estar sanos. Una salud que queda reflejada en un bienestar no sólo físico, sino también espiritual y comunitario.

Los abuelos cuentan que primero el alma debe estar tranquila, es decir que debemos kani xiní yo (pegar, tocar la cabeza) es decir, pensar. También necesitamos estar en armonía con los espíritus de los antepasados y ofrendarles durante vikó ndii (la fiesta de los difuntos). Y no podremos estar saludables si no cumplimos con el respeto a las deidades de la lluvia, tata vélo (abuelo fuego), saví tyee (lluvia grande) y na níma (las almas o espíritus de los ancestros) que conllevan la fertilidad y el buen caminar del pueblo.

En nuestro pensamiento, lo físico está intrínsecamente vinculado a lo del espíritu, a lo del íni nima (adentro del alma/corazón). Por esa razón, no sólo nos enfermamos físicamente, sino que de níma. (nos agarra el alma, el espíritu, por espantarnos, por pasar por un lugar que llamamos pesado).


FOTO: Foundation Escalera

Otras veces se enferma nuestro animal protector, nuestro guardián (kue’é ti kití ñu’ún xito’ó yo). Estas enfermedades, por mencionar algunas, sólo se curan con la ofrenda a las deidades, a los lugares sagrados, a las almas de los difuntos.

Sólo con el alma y el cuerpo saludables se podrá mantener el “estar bien” “ser bien” dentro del pueblo. En otras palabras, los rezos, las ofrendas a las deidades y los espíritus forman parte de la vida cotidiana, para entrelazar las fuerzas del pasado, con el presente y prever el futuro, eso que se avecina. Y sin ellos no podemos estar bien en el pueblo.

Para estar sanos y “estar bien” con la comunidad, se debe cumplir con los cargos comunitarios, con los mandados que se encomienden, con la ayuda mutua, con los trabajos del pueblo, y en este sentido entramos todos, hombres, mujeres, niños, jóvenes, el pueblo entonces.

Existen otras nociones, junto a las que ya mencionamos, como son la justicia, la educación, etcétera, que son igualmente necesarias para ir construyendo el estar bien en el pueblo.

¿Qué pasa con ese querer estar bien, o lo que muchos han llamado “desarrollo indígena”? Es una tarea difícil, pero necesaria y urgente. Se tiene que plantear no solo en los espacios académicos, o intelectuales. Es una reflexión profunda que debemos continuar construyendo. Debemos generar las discusiones en las asambleas, en los hogares, con las nuevas generaciones que van y vienen de sus comunidades, y ante los cambios y transformaciones que se están viviendo dentro de los pueblos. Y somos nosotros enlos pueblos, antes que nadie, los que debemos definir nuestro porvenir.

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