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mesa filosofía Nakúpolis: ciudad totonaca del futuro (sueño, realidad o utopía) Domingo García García
Como nueva generación totonaca, del siglo XXI y del “renacimiento del saber”, estamos destinados a fundir el saber ancestral milenario y el jovial conocimiento científico contemporáneo, lo cual deberá ser una fecunda mezcla de conocimientos para el nuevo crisol del saber cristalino. Esperamos el advenimiento de la nueva sociedad totonaca que se fortalece y revoluciona espiritualmente en el Golfo de México: El Nuevo Totonacapan. El saber ancestral cósmico e infinito me recomendó prudencia, justicia, fortaleza y templanza, por eso acudí a la verdad que el mundo de la ciencia del conocimiento nos da, y él nos manda a decir que quien quiera conocer una “cosa” no podrá conseguirlo sin entrar en contacto con ella, es decir sin vivir y practicar en el medio de esa “cosa” que se nos está reafirmando una y muchas veces. Si quieres conocer, tienes que participar en la práctica transformadora de la realidad o verdad aparente. La revolución cultural que hoy se vive es producto de muchos sueños de los que aquí habitan y que se han fundido con los sueños de otros muchos soñadores que han llegado al Totonacapan. Fuerza, espíritu y sonrisa amalgamando un abanico de múltiples colores de la cultura viva y del turismo, de la aromática vainilla, café, citricultura, agricultura, ganadería, comercio, recursos naturales, pequeña y gran industria. Acciones que dinamizan y articulan necesariamente sectores productivos, sociales, culturales y políticas. Los espacios, tiempos y formas son intervenidos en cada momento y en cada rincón territorial. La fusión del saber ancestral y el conocimiento científico contemporáneo constituye la nueva síntesis filosófica de vida futura de la nueva sociedad y cultura de El Tajín y de la nueva ciudad del “Nakúpolis”. Vamos a continuar abriendo los pequeños resquicios de oportunidades que se están presentando en esa multiplicidad de acciones productivas, sociales, culturales y políticas, donde necesariamente estamos involucrando o nos están involucrando, vamos a quitarnos la máscara de la simulación para que el sol nos ilumine la cara que avergonzados escondimos o escondemos con miedo hace mucho tiempo, disfrazando nuestra realidad original. Hoy se vislumbra el parto de una generación que se prepara desde las trincheras de una escuela, universidad, familia comunitaria, pueblo; danzando, creando arte, haciendo producir la tierra, haciendo política, estudiando, trabajando, reflexionando, accionando diariamente en su producción consciente de su saber infinito para normar, ordenar, formular y accionar su infinito futuro como decía el sabio abuelo totonaco: “La cultura nueva tiene principio pero no tiene fin”. En el Totonacapan de hoy analizamos el significado histórico, para el presente y para el futuro, soñamos señalando espacio y tiempo, procurando no convertir el sueño en pesadilla. Estamos conscientes de la coexistencia de dos civilizaciones y más en convivencia: la mesoamericana y la occidental, razón por la cual cualquier decisión que se tome en la planeación para el territorio del Totonacapan o cualquier camino que se emprenda con la esperanza de elevar la condición de vida, implica una opción en favor de uno de esos proyectos civilizatorios y en contra del otro, sin embargo ahí estamos evitando que el modelo desestabilizador, impuesto, de dominio, devastador, etnocidio y ecocidio, trastoque nuestros modelos propios, como amargas dolencias de pasadas bonanzas ha dejado la industria petrolera desde los años 1930-1970-1998-2010. Soñamos utópicamente, y sobre esta concepción trabajamos vastos sectores de este territorio cósmico que ocupa dos mil 500 kilómetros cuadrados en Veracruz y Puebla y con una población de 389 mil totonacos. Somos cósmicos compartiendo saludablemente con la concepción moderna, vivimos tiempos de grandeza y de internacionalización, con tres patrimonios culturales de la humanidad reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Cultura y la Ciencia (UNESCO): Ciudad Sagrada de El Tajín, Ceremonia Ritual de Voladores y el Centro de las Artes Indígenas y de las buenas prácticas educativas del arte y su cultura. Éstos nos acompañan en los nuevos procesos de acomodamiento del pueblo totonaco en esta globalización. Así seguimos escribiendo y explicando la historia y filosofía de nuestro pueblo. Cada acción se transforma en palabra que el cenzontle envidia. Las danzas voladoras trascienden los tiempos, surcan los espacios celestiales infinitos tejiendo filigranas de filosofías en las páginas espaciales de la temporalidad y en las nubes. Cinco sacerdotes ofrendando plegarias silenciosas al dios Chichiní: ese sol de luz resplandeciente que acaricia la piel bronceada y color a barro del totonaco. Bosques tropicales que abrigan calores para abrir pétalos de flor de vainilla, reseda, jazmín y azahares de los jardines y naranjales de la campiña totonaca. Vuelo multicolor de pájaros y quetzalines acompañando el canto del cardenal, tatimulo, el cantor de los cuatro vientos, pájaro, sangre de sol que ofrenda, canta y habla con su padre sol por las mañanas acompañándolo en su largo caminar del amanecer hasta el sepulcro. Todo movimiento es comunicación que guarda secretos como el silencio de los hombres, por ello la danza es fuente inagotable del inmensurable conocimiento filosófico. A cada personaje con su don y vocación le corresponde seguir escribiendo la explicación del comportamiento de su presente, esa es su verdad. El gran dios Aktsin, trueno mayor, dio la señal para renacer, el fogonazo del 4 de octubre del año 1999, fue el día ya esperado que la profecía había anunciado su regreso de los mares para hacer la gran fiesta de las lluvias y destrucción en el Tajín. Así sucedió. El diluvio llegó, ¡sputut!, ¡sputut!/¡el diluvio!, ¡el diluvio!, gritaban sollozantes los abuelos y abuelas que sabían de la profecía de que el Aktzin se desataría de las aguas de los mares para destruir el mundo desconfigurado totonaco. El anuncio irresponsable de un grupo de profanadores irrumpió en las tierras cósmicas del Totonacapan. Fue en el centro ceremonial de las pirámides del Tajín donde un grupo de empresarios anunció la realización de la gran fiesta internacional de “Cumbre Tajín” y este anuncio detona el despertar de la leyenda y profecía del regreso del dios mayor de los truenos. Elementos valiosos de la cultura totonaca: Nuestra dulce lengua totonaca, valioso elemento colectivo del pueblo; es el mejor vehículo glótico que, dándole la oportunidad de hablar, hace florecer la palabra, en cada acción transformadora. Todo sonido se vuelve grafía y fonética convirtiéndose en figura y palabra enlazándose una con otra cual desfile de graznidos de calandria y primavera crean el conocimiento que la mente hábil del totonaco procesa para finiquitarla en teoría y práctica y práctica y teoría en cada quehacer del día. Todo es comunicación del uno y del otro porque viviendo en comunidad, con la misma historia, con el sentimiento colectivo y pertenencia a un espacio y tiempo, nos volvemos uno, una sola voz, una sola palabra y una sola cultura.
La filosofía del arte totonaco conlleva al éxito, la realización, el éxtasis y el descanso del espíritu inquieto: así son las danzas voladoras, haciendo ceremonias; ofrendándose, haciendo plegarias; diestros en la técnica del vuelo; contando el significado de su danza; dialogando con el sonido melancólico y respetuoso de la música salida de la silvestre flauta de carrizo y tamborcito; descendiendo majestuosamente como águilas y mariposas a la tierra para libar el néctar de las flores; en cada vuelta y en cada suspiro de la flauta van hilvanando etapas de la historia milenaria que el calendario totonaco de 20 días por mes, 18 meses por año y 52 años del ciclo totonaco reclama seguir preservando y contando para siempre. Esa es su misión invocatoria milenaria que día a día se multiplica, cambia, se moderniza pero en su esencia sigue contándose así. Hoy el diestro volador y danzante, curandero, artesano, campesino y nakupolitano moderno es pedagogo, abogado, arquitecto, agrónomo, contador, catedrático, maestro; inteligencia y razonamiento es un don perfectible y capacidad para volar aviones, hacer casas, saber de medicina, dominar computadoras y tecnología de los tiempos mostrando habilidad para el inglés, francés o idioma necesario. El barro y mano de la mujer se vuelve uno, a cada vuelta de la pieza es una caricia, a cada moldeado y tersura es mucha palabra y conocimiento silencioso empleado. La alfarera sabe del secreto ritual de la madre tierra, la tierra es uno y al contacto con la mano, se vuelve ternura, caricia, sensación extraña, miedo y respeto contado por la experimentada y sabia tlawaná. Tierra, agua, aire y fuego entran en complicidad con la hacedora de objetos de horno y se mezclan inteligentemente según su tiempo y necesidad, todo se conjuga, todo es pensado, todo es conocimiento contado en palabras que bien sabido lleva a la concreción del objeto o al fracaso cuando no hay saber de la cosa, por ello el saber de la verdad de cómo hacer las cosas es la filosofía y es la presencia física y espiritual de la cosa, pues la filosofía hecha palabra, sonido y saber es el suspiro de la cosa viviente. La música ritual es conjuro, es plegaria, va dedicada a los dioses y dueños, es ofrenda, es palabra petitoria, cada son de flauta, tambor o instrumento musical lleva el mensaje de los hombres terrenales. Los músicos se vuelven sacerdotes invocadores, saben distinguir los momentos, los lugares, los personajes, los géneros y los repertorios necesarios de su don comunicador. La gastronomía con su aroma y sabor expansivo escribe su propia filosofía gustativa según su variedad. Los tiempos modernos nos han alcanzado, los gustos al paladar van desconfigurando sabores, colores, olores, fogones, sustituyendo el ancestral epazote, cilantro, yerba buena, condimentos y productos alimenticios tradicionales que los agroquímicos exterminaron en los campos agrícolas totonacos; sin embargo se recupera la historia gastronómica y vuelve el sabor del mole de guajolote, caldo de frijol con orejitas de pipián, chabacanas, atole morado, tamales de puerco, bollitos de elote, etcétera. Contar de sabores, aromas, ingredientes, manjares rituales y del diario, sólo las mujeres de humo, aquellas que del fogón dejan las tibias cenizas de la noche para que al amanecer vuelvan a revivir el sabor ancestral de la cocina totonaca y dejar que la historia siga contando el quehacer y vocación de la mujer de larga cabellera, sonrisa coqueta, forjadora de generaciones comunitarias. El telar de cintura: Recibimos jubilosos el regreso memorial de la siembra de algodón, procesado delicadamente se vuelve hilo, sensibilidad, destreza y técnica de la hacedora: Tlahuaná. Atando nudos, cintas, cada uno es la página multiplicada del libro y manto sagrado del pueblo totonaco. Es símbolo síntesis del saber y del árbol genealógico estampado que la diestra escribiente y tejedora resume en el lienzo concretado. Cada nudo trenzado, cada puntada, la tejedora va describiendo el secreto de las palabras y de los hechos, símbolos que narran muchos contares que no se atreven a decir en público, ahí está el silencio de los muchos, los secretos de los tiempos, lo que no se ha contado, del que nadie sabe, pues vendrán los tiempos en que ese conocimiento guardado en el “lienzo de nudos” será interpretado por la nueve generación y entonces la profecía del mundo feliz, bienestar, justo e igualitario se cumplirá, porque cada hombre tendrá su vocación y misión que cumplir en los tiempos venideros, para ellos se guarda la simbología y conocimiento en el presente como los que dejaron nuestros antepasados de los cuales aún no acabamos de interpretar el porqué aún estamos aquí. Por eso sectores de la sociedad totonaca estamos detonando, catalizando y generando condiciones para la construcción del nuevo saber de las cosas nuestras.
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