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Aprender a morir

De sesos, no de sexo

D

e los preceptos de la Biblia, el único que el atolondrado ser humano ha seguido al pie de la letra es la parte del Génesis donde el Supremo ordena creced y multiplicaos y henchid la tierra, y enseñoreaos de ella, y dominad a los peces del mar y a las aves del cielo y a todos los animales que se mueven sobre la tierra. Nada de conciencia de la procreación ni de ecologismos y animalismos, sino la tierra entera para sobrepoblarla y comérsela. Lo demás del alucinado libro de esas tenaces tribus del desierto es lo de menos.

¿A qué atribuir la observancia puntual de esos supuestos e imprevisores designios divinos? Más que el sometimiento a un dios manipulado a mansalva por la industria de las religiones, al hecho de que producir hijos es una función animal básica que no demanda aptitudes intelectuales, éticas ni religiosas. La preparación, formación y comunicación asertiva entre la pareja y padres e hijos ya es otra cosa, y sólo hace evidente la deficiencia formacional y el carácter nocivo de la llamada célula básica de la sociedad, a la que alarmados creyentes llaman familia natural, aunque José sólo haya sido casto proveedor de la virgen María y de Jesús, según el Nuevo Testamento.

Se aceptan y deben respetarse, si no se quiere regresar al peor oscurantismo, las preferencias sexuales de cada persona. Lo que no se puede entender es que tras milenios de peregrinar sobre la tierra, hombres y mujeres rehúsen entender que, antes que diferencia de sexos, en la de- salmada relación entre los humanos prevalece la deficiencia de sesos como origen de tanto maltrato recíproco, sin hartarse de jugar a las creencias y de acatar los roles impuestos por las instancias del poder político, económico, familiar y religioso, incluida la obligación de tener hijos.

¿Se deja de ser mujer si no se es madre o de ser hombre si no se es padre? La respuesta la tienen los castos, o casi, religiosos y religiosas que se abstienen de procrear para dedicar su vida a servir a Dios y a sus semejantes. No se censura, sino que se aplaude su libre decisión de no procrear, mientras que si algún laico se abstiene de echar hijos al mundo es señalado con el dedo por egoísta. El tema se complica cuando parejas del mismo sexo quieren un bebé, biológico o adoptivo, en vez de saber estarse consigo mismos y con otro u otros, sin entender que un hijo no une sino que a veces responsabiliza y siempre multiplica preocupaciones.